15 Apr Menos gritos y más elogios: cómo disciplinar a los niños
Por Andrea Petersen
A la hora de disciplinar a sus hijos, Heather Henderson ha probado todos los trucos populares. Les ha quitado juguetes. (Sus niños, de 4 y 6 años, nunca parecen echarlos de menos). Ha intentado dar explicaciones serenas sobre por qué ciertas conductas -como golpear a su hermano- son malas. (No parecen asimilarlas). También ha puesto en práctica la técnica de “tiempo muerto”. “El mayor grita y golpea las paredes. Simplemente pierde control”, cuenta el ama de casa de 41 años que vive en Syracuse, en el estado de Nueva York.
Lo que podría ser más efectivo son las técnicas que los psicólogos a menudo emplean con los niños más difíciles, incluyendo los que sufren de trastornos por déficit de atención e hiperactividad u oposicionista-desafiante. Estas estrategias, con nombres como “capacitación de control para padres” o “terapia de interacción entre padres e hijos” están respaldadas por cientos de estudios de investigación. Aunque componentes de estas estrategias son abordadas en los clásicos libros de ayuda y consejos, las tácticas son poco conocidas por el público en general.
La estrategia consiste en lo siguiente: en vez de enfocarse simplemente en qué hacer cuando un niño se porta mal, los padres deberían primero determinar qué tipo de conducta quieren ver en sus hijos (que sean ordenados, que estén listos a tiempo para ir a la escuela, que jueguen respetuosamente con tus hermanos). Después deberían elogiar esas conductas cuando las vean. “Cuando uno empieza a elogiarlos, aumenta la frecuencia del buen comportamiento”, indica Timothy Verduin, profesor asistente de psiquiatría infantil y adolescente en el Centro de Estudio Infantil del Centro Médico Langone de NYU, en Nueva York.
Esto parece sencillo, pero puede ser difícil en la vida real. El cerebro de las personas tiene un “sesgo de negatividad”, señala Alan E. Kazdin, profesor de psicología y psiquiatría infantil en la Universidad de Yale. Solemos poner más atención cuando los niños se portan mal que cuando actúan como angelitos. Kazdin recomienda al menos tres o cuatro elogios por buena conducta por cada “tiempo muero”. Para niños pequeños, los elogios deben ser efusivos e incluir un abrazo o algún otro gesto de afecto físico, puntualiza.
Según las técnicas de “capacitación de control para padres”, cuando un niño mete la pata, los padres deben implementar consecuencias ligeramente negativas (como un tiempo muerto corto o una reprimenda verbal sin gritos).
Hacerle ver a un niño que su mal comportamiento tiene consecuencias va en contra de algunos consejos populares que dicen que los padres solamente deberían alabar a sus hijos. Pero las reprimendas y reacciones negativas no verbales, como una mirada severa, tiempos muertos o la suspensión de ciertos privilegios provocaron mayor obediencia por parte de los hijos, de acuerdo con un artículo publicado este mes en la revista académica Clinical Child and Family Psychology Review .
Temor al castigo
“Hay mucho temor hacia el castigo”, indica Daniela J. Owen, una psicóloga clínica en el Centro de Terapia Cognitiva en Oakland, California, y la principal autora del estudio. “Los niños se benefician de los márgenes y los límites”. Sin embargo, el estudio halló que los elogios y las recompensas, como helados o calcomanías, no generaron mayor obediencia a corto plazo.
Pero a largo plazo, los elogios regulares hacen que los niños sean más propensos a obedecer, posiblemente porque la actitud positiva fortalece la relación entre padres e hijos, apunta Owen.
Los padres a menudo arruinan sus esfuerzos de disciplinar a sus hijos al darles órdenes imprecisas y condicionales, o no concederles tiempo suficiente para acatarlas, observa Verduin, quien practica la terapia de interacción entre padres e hijos. Al cruzar la calle, “una orden mala sería: ‘ten cuidado’. Una orden buena sería: ‘no sueltes mi mano'”, explica. Además, reco-mienda a los padres que cuenten hasta cinco cuando dan una indicación a un hijo, como, por ejemplo, “ponte el abrigo”. “La mayoría de los padres esperan uno o dos segundos”, dice, antes de dar una segunda orden, lo que fácilmente puede terminar degradándose a gritos y amenazas.
Estas técnicas funcionan con todas las edades, pero los psicólogos enfatizan que cuanto más pequeños sean los niños, mejor. Una vez que cumplen 10 u 11 años, la disciplina se vuelve mucho más difícil.
Algunos padres intentan razonar con niños pequeños, lo que según Kazdin no funciona para cambiar el comportamiento de un niño. La razón no cambia la conducta, un motivo por el que los mensajes de incitar a dejar de fumar normalmente no funcionan, señala Kazdin. Los castigos excesivamente severos también fracasan. “Uno de los efectos secundarios del castigo es la desobediencia y la agresión”, indica.
Dar azotes, en particular, ha sido vinculado con conducta agresiva en niños y problemas de ira, además de conflictos conyugales en el futuro. Aun así, 26% de los padres “a menudo” o “a veces” pegan a sus hijos de 19 a 35 meses, según un estudio en 2004 publicado en la revista Pediatrics .
Adiós a las rabietas
En el centro de educación para padres en Yale, los psicólogos se han dado cuenta de que si los niños “practican” un berrinche, puede reducir su frecuencia e intensidad. Kazdin recomienda que los padres pidan a sus hijos que “practiquen” una pataleta una o dos veces al día. Gradualmente debe pedirle al niño que elimine ciertas conductas no deseadas en el berrinche, como patalear o gritar. Después, debe elogiar efusivamente esas rabietas moderadas. Pronto, para la mayoría de los niños, “los berrinches verdaderos empiezan a cambiar”, afirma. “En una o tres semanas, se acaban”. En cuanto a los lloriqueos y las quejas, Kazdin aconseja a los padres que imiten al niño. “Esto cambia el estímulo. Probablemente se terminarán riendo”, afirma.
Los investigadores reconocen que no todas las técnicas son efectivas para todos los niños. Algunos padres encuentran otras soluciones creativas que funcionan con sus hijos.
Karen Pesapane, por ejemplo, descubrió que gritar “¡Guerra de almohadas!”, cuando sus dos hijos están peleando puede poner alto a la riña. “Su mal humor se transforma casi inmediatamente en risas y yo me vuelvo inevitablemente en su blanco favorito”, cuenta Pesapane, de 34 años, que tiene una hija de 10 años y un hijo de 6.
Dayna Even, escritora y tutora de 51 años, se dio cuenta de que dedicarle de lleno una hora al día a su hijo de 6 años, Maximilian, se traduce en que es menos propenso a portarse mal y a interrumpir a los adultos y está más abierto a jugar de manera independiente, dice.
LA NACION