La dimensión histórica de Hugo Chávez

La dimensión histórica de Hugo Chávez

Por Ernesto Jauretche
En lenguaje jurídico, “emancipación” es la obtención de la mayoría de edad; pero en su significado más extenso, el término refiere a toda aquella acción que permite a una persona o a grupo de personas acceder a un estado de autonomía por cese de la sujeción a alguna autoridad o potestad. “Independencia” es un concepto netamente político que aparece en Norteamérica y Haití después de sus revoluciones; está relacionado con los emergentes Estado-nación, aunque luego se extiende a todas las formas de redención del colonialismo en el resto del planeta. Por simplificar sin conceder: uno alude a la lucha de clases; otro, a la soberanía nacional.
A pesar de tan significativas diferencias, en todos los niveles de la enseñanza de la historia se ha instalado una confusión entre los conceptos “independencia” y “emancipación”: aparecen como sinónimos que califican una única “guerra”. Confundirlos ha sido una herramienta de los colonizadores. La Independencia terminó siendo sólo para pocos; encubrió la explotación y la miseria de los más, sujetos de una inconclusa Emancipación.
La idea de “guerra” es, además, multisémica; puede ser a cañonazos, derramando aceite hirviente sobre los invasores ingleses, contra el ariete liberal de naves piratas introduciendo el “libre comercio” por el río Paraná, o degollando gauchos para instalar la civilización y abusando de la tinta escrita en la manufacturación de los consensos y ¡ay! de la historia; también es guerra la manipulación judicial y, ¡cómo no!, la pacífica labor política de un pueblo unido y organizado. Pero en todas ellas el sustrato es económico. Y, en el fondo, siempre campea la lucha por la igualdad contra su adversario antagónico: la tutela de lo dado para que nada cambie, el servicio al imperio, la conservación de beneficios mal habidos, la codicia.
Las guerras de la Independencia se libraron fundamentalmente con las armas; las de la Emancipación preferentemente desde la política. En medio de la contienda contra el imperio colonial se instalaba, también a sangre y fuego, el principio ético rector de que ante cada necesidad nace un derecho. Miles, decenas de miles de hombres y mujeres jóvenes suramericanos dieron su vida por una sociedad de iguales.
Aquellos indígenas, negros libres, libertos o esclavos, mulatos, zambos, criollos o mestizos, y aun aristócratas ilustrados, peninsulares pobres y curitas de base, fueron convocados sin discriminación alguna por sus líderes revolucionarios: tenían la opción de ser soldados, lo que les dio una dignidad humana que se les negaba. Al regreso de las guerras de la Independencia esperaban encontrar en su terruño el merecido reconocimiento por sus sacrificios y valentía: su Emancipación. Sin embargo, esas ambiciones fueron defraudadas por la acción de las oligarquías provincianas criollas, sin grandeza, mezquinas, egoístas en defensa de los privilegios heredados de la colonia, incapaces de concebirse sino como apéndices del mercado mundial.
Para nuestros libertadores, Independencia nacional sí; pero no sin Emancipación social. Por eso Bolívar murió en Santa Marta creyendo que había arado en el mar: “La independencia es el único bien adquirido por nosotros.” Sometidos a nuevos tiranos, los pueblos americanos, artífices de la Independencia contra los godos, no habían conseguido la Emancipación social. He ahí la nítida diferencia entre los dos conceptos.
A nosotros, la proclamada Emancipación, el reconocimiento pleno de los derechos civiles, económicos y humanos nos llegó recién en 1945, cuando un 17 de octubre los trabajadores movilizados empujaron la tranquera y entraron por primera vez en la historia. Desde entonces, salvo algunos eclipses, iluminaron con su presencia todas las decisiones políticas, propias y ajenas, y ya no fue posible expulsarlos de la esfera donde, en sintonía o en conflicto, se proyectan los destinos de la Patria.
Al norte, en Venezuela, es el comandante Hugo Chávez quien lidera a las muchedumbres tras el objetivo revolucionario que desveló a Simón Bolívar: la Emancipación de los pueblos. Disfruta de una ocasión más propicia que la de Perón que, pese a sus enérgicos esfuerzos por consolidar el bloque de países del Cono Sur que se llamó ABC, fracasó en el intento de la revolución en un solo país.
Nuestra América hoy es otra. No es la que expulsó a San Martín, exilió a Artigas, amargó las últimas horas de Bolívar y ni siquiera la que toleró el espantoso golpe de 1955 contra el peronismo, la invasión de Guatemala y Haití, el suicidio de Allende o el asesinato de Roldós y Torrijos.
La alarma de salud de Chávez, con su riesgo cierto, se derrama como medida de su entrega ante una trayectoria inquebrantable del derrotero de América del Sur hacia su destino de Patria Grande. No hay retorno en el pergamino del revés del ALCA y la ruptura con el FMI; es infalible la alianza estratégica de Argentina con Brasil y Venezuela; la vigencia creciente del Mercosur es un indiscutible dato de la realidad, y el acuerdo trascendente entre políticas de Estado en el seno de la Unasur y la CELAC ponen nuestras creaciones en el rumbo del gran sueño bolivariano: “La libertad del nuevo mundo, es la esperanza del universo.” Chávez, una humanidad gigante que comprendió el mensaje de la historia, ha sido uno de sus principales artífices; vive en ella, y su retaguardia se apoya en toda la América Latina y la custodia de sus pueblos.
Con la inclusión social y política de las clases populares, Venezuela ingresó a un nuevo estadio de su devenir como Nación: el de país socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano; un avance histórico irreversible en el camino de la Emancipación nacional. Chávez, presidente de legitimidad incuestionable, incorporó a Venezuela de una vez y para siempre al mundo donde las decisiones nacionales no pueden tomarse sin la anuencia del pueblo. El sueño de Bolívar. Nada más ni nada menos.
Aunque las amenazas son inmensas, las conquistas locales de cada una de las naciones del continente están custodiadas por el concierto emancipador de la Patria Grande. No hay angustia. Tranquilo, compañero Comandante, cuídese, sus espaldas están aseguradas. Le ha torcido el brazo a la historia de la dependencia y trazado el nuevo rumbo de una Venezuela soberana en una América Latina hermana; ¡cómo no va a vencer al cáncer!
TIEMPO ARGENTINO