05 Mar El Negro más pícaro
Por Ricardo Gotta
Ese domingo el Monumental explotaba. Fue uno de tantos clásicos que jugó. Todos con los dientes apretados. Todos con esos ojitos achinados y ese pique demoledor. Todos con su enorme talento y sus centros punzantes que se asemejaban a cuchillazos sobre el área.
Ese domingo se paró con las manos en jarra, apoyadas en las redondeces exageradas de su cintura. El Negro miró a un alcanza pelotas y le guiñó un ojo. Una y otra vez. El tipo estaba cerca de un lateral en tres cuartos de cancha y árbitro iba y venía para evitar los empellones en el medio del área y que el Negro acercara, cada vez un metrito más cerca del área rival. Desde la platea se notaba claramente la panza regordota que amenazaba hacer saltar los botones de la camisa blanca con la banda roja. Ese puntero uruguayo, que cuando el juez le dio vía libre la colgó de un ángulo, y se quedó parado, sonrisa de costado, hasta que todos llegaron a abrazarlos. Había ganado no menos de una docena de metros. Una avivada usual. Pero a él lo llamaban “el más pícaro”.
Luis Alberto Cubilla Almeida, el Negro Cubilla, había nacido en Paysandú, el 28 de marzo de 1940. Fue un wing derecho de extraordinario talento, un oriental de ley, valiente, bribón, sagaz. Hábil, mañoso, muy difícil de marcar, preciso en los centros, certero en la pegada con ambos perfiles. Con un pique engañador dibujado en las inferiores de su Peñarol de Montevideo. Debutó a los 17 en la primera del Carbonero y así, de botija, fue doble campeón local, doble ganar de la Libertadores y la Intercontinental del ’67. De allí saltó al Barcelona de España lo que le dio enorme trascendencia en los años ’60.
Luego de tres temporadas volvió al Río de la Plata y llegó a River. El Negro Cubilla, un emblema del Millonario de aquellos años que armó equipos excepcionales, a pesar de que no pudo coronarse campeón. La voz del estadio vibraba sin comparación cuando debía anunciar a Cubilla, Carlos Manuel Morete y Pinino Más.
Luego volvió a su país, pero se puso la Tricolor de Nacional y la violeta de Defensor Sporting, para romper la hegemonía de los dos grandes del uruguay. Usó la 7 de la Celeste en los Mundiales de México 1970 y Alemania 1974. Alguna vez integró la lista de los mejores punteros derechos de la historia.
Luego se hizo entrenador. Ya no se la achacaba la gordura. Fue campeón de la Libertadores con Olimpia de Paraguay en 1979 y 1990. Fue entrenador del seleccionado uruguayo de fútbol entre 1991 y 1993 y de Peñarol (1981) y Nacional (1985) y también estuvo en los dirección técnica de Tacuary y Libertad (Paraguay), Atlético Nacional de Medellín (Colombia) Comunicaciones (Guatemala), Barcelona (Ecuador) y Colegio Nacional de Iquitos (Perú). Fue y vino a la Argentina mil y una veces: estuvo en los banco de River, Newell’s, Racing y Talleres de Córdoba.
El último 19 de febrero fue operado por un cáncer gástrico en un sanatorio privado de Asunción. Tenía 72 bien vividos. No se pudo recuperar. Sus restos serán trasladados a Montevideo. Tal vez en su lápida diga que el Negro fue el más pícaro. Y deberá decir que fue uno de los mejores.
EL GRAFICO