El tiempo de las separaciones amigables

El tiempo de las separaciones amigables

Por Violeta Gorodischer
“¿Y cómo se hace para trabajar con un ex?” Ésa es la pregunta que Paula Simkin (38) y Daniel Franco (42), dueños de la agencia de comunicación llamada, justamente, Simkin & Franco, vienen escuchando desde hace al menos siete años.
Es que en 2005, tras diez años de relación y ocho de convivencia, ellos decidieron separarse, pero mantener el emprendimiento que habían armado juntos. Aunque cada uno tenía, a su vez, otro trabajo (ambos son docentes de la UBA y Paula, además, coordina el área de prensa y comunicación del Centro Cultural Ricardo Rojas) no querían tirar por la borda tantos sueños y esfuerzos compartidos.
“Sabíamos que nos llevábamos bien, que esa etapa acababa de terminar, pero empezaría otra”, dice Paula. Nunca barajaron la posibilidad de cerrar la agencia. No estaba en los planes. “Había un montón de cosas que yo podía delegar en ella, tenía la certeza de que era alguien en quien confiar -completa Daniel-. Pasé por muchos otros trabajos y sé que no es fácil tener un socio que conozcas, con quien te lleves tan bien. Una forma de la relación se estaba terminando, pero los dos coincidíamos en que no queríamos dejar de ver al otro.”
Así, la manera de transformar el noviazgo en algo distinto se fue dando de una manera totalmente gradual. Los primeros meses, usaron la misma casa donde habían vivido como lugar de trabajo. Paula se fue a un departamento que le habían prestado, Daniel se mudó con un amigo, y ese espacio que habían habitado juntos pasó a ser un territorio de (re)encuentro puramente laboral. “Fue una decisión inteligente -coinciden ambos-. Si no, hubiéramos tenido que desarmar demasiadas cosas de repente.”
Lejos del drama, el escándalo o el resentimiento, Paula y Daniel cambiaron un vínculo por otro. Moldearon lo mejor de aquello que los había unido y volvieron a elegirse, pero desde otro lugar.
No son ellos los únicos que se muestran abiertos a una ruptura no tan rígida, no tan traumática, definitivamente más amigable. Si en otras épocas separarse implicaba cargar con el peso de lo irreversible, incluso con la idea de fracaso en el propio proyecto de vida, hoy algo parece haber cambiado en el terreno de las relaciones amorosas. Como si todo fuera, de pronto, mucho más flexible.
Quién sabe: tal vez el famoso “amor líquido” del que habla el filósofo Zygmunt Bauman para describir la fragilidad de los vínculos en la era capitalista se haya extendido al campo de las separaciones, pero esta vez con un signo positivo.
“En estos tiempos menos rígidos, cada día más lejos de cumplir con viejos estilos y mandatos vinculares, es frecuente encontrar ex parejas dispuestas a sostener vínculos saludables. No sé si amigos, cada quien sabrá cuál es su concepto de amistad, pero, claramente, se puede tener buena relación con las ex parejas -plantea Eduardo Chaktoura, psicólogo y autor del libro Diccionario e mocional (Emecé)-. Todo está en manos de los tiempos, de las posibilidades y el acuerdo al que decidan llegar ambos al terminar una relación de amor. No hay vínculo saludable si ambas partes no están dispuestas a considerarlo y sostenerlo.”
Mariel Aguilar y Federico Sigal, ambos de 47 años, se casaron en 1997 y se separaron en 2002, cuando sus hijas Sofía y Alexia tenían 5 y 2, respectivamente. No hubo discusiones, ni peleas, ni terceros en discordia. “Simplemente nos desenamoramos -cuenta Mariel-. Nos queríamos, pero nos dimos cuenta de que nuestro vínculo era casi fraternal, ya no éramos una pareja: éramos otra cosa.”Aunque el primer año fue un poco conflictivo porque les costó “llegar a un acuerdo económico”, nunca pensaron en llamar abogados y resolvieron todo en base a las charlas y las decisiones compartidas. Tanto en la repartición de bienes como en el régimen de visitas.
“Desde un primer momento le dije a Federico que a las chicas podía verlas cuando quisiera, como quisiera”, explica Mariel. Fue así como instalaron la idea de festejar todos juntos los cumpleaños de Sofía y Alexia, pero no sólo eso: también compartirían las fiestas de fin de año. Lo que empezó como ensayo terminó en tradición y así, la última Navidad, la nueva pareja de Mariel la pasó con sus hijos, mientras que Federico fue a la casa que solía compartir con ella. Sus madres (y ex suegras), además, son íntimas amigas. “Se llevan bárbaro, todavía se encuentran a tomar el té. Somos un caso raro: los míos, los tuyos, todos juntos y a la vez”, se ríe Mariel.
“Siempre hubo, hay y habrá separaciones amigables, pero en épocas pasadas eran puertas adentro. Hoy quizás haya más deseo de búsqueda de una relación diferente, más sana. Muchas veces, dejar de amarse no significa dejar de quererse -plantea Rosalía Álvarez, psicoanalista de APA y especialista en relaciones de pareja-. Cuando ambos miembros construyeron el vínculo que los unía sobre la base del respeto, la honestidad y la comprensión mutua; el amor-pasión, el enamoramiento de antes, puede transformarse en una relación afectuosa y respetuosa. Se trata no sólo de la calidad del vínculo que los unió en el pasado, sino también de las características individuales, sanas y maduras, de cada una de las personas.”

No tan fácil
Por supuesto, no siempre es tan fácil. Cada pareja fue un mundo y existen los matices, incluso varios años después. Del odio a la amistad, mucha agua puede pasar bajo el puente.
Según los expertos, es fundamental destacar la importancia del duelo para llegar una relación amigable. “Puede ser más o menos duradero y doloroso, según la historia del vínculo así como del motivo que haya provocado la separación. Una infidelidad o cualquier otro tipo de engaño; en definitiva, cualquier motivo que ponga en riesgo el compromiso de elegirse cada día suelen ser mucho más traumáticos los cierres y la recuperación del trauma -dice Chaktoura-. Aunque no se trata de asumir o hacerse responsable del duelo del otro, siempre es recomendable buscar las maneras más saludables para transitar las despedidas.”
Lo cierto es que así sea en forma pacífica, una separación implica que algo se termina y nadie se separa así como así, de un día para el otro. A sus 26 y a sólo tres meses de haber puesto punto final a una convivencia de cinco años, por ejemplo, Carolina B., no se muestra tan relajada con respecto al tema. Sin embargo, afirma sentirse parte de la tendencia en base a pequeñas acciones cotidianas, que dicen mucho más que mil palabras. Para ella, el acuerdo más sano al que pudo llegar con su ex fue la tenencia compartida del auto. “La verdad es que la compra del auto fue un poco el desencadenante de la crisis, ya de por sí compartir un auto es un lío -cuenta-. Como lo compramos juntos, decidimos que, aunque estemos separados, vamos a compartirlo. Cuando nos lo pasamos, le avisamos al otro en qué calle lo dejamos, cada uno tiene un juego de llaves y a la vez lo entregamos lavado y cargado de nafta. No diría que es una situación cómoda porque soy más de dar vuelta la página y cambiar un poco el mundo; aún así, el cuidado de entregarle el auto limpio y con el tanque lleno tiene que ver con intentar que esté todo bien y no lastimarlo. De alguna manera, dar cuenta de que todavía me importa, aunque no sea más mi novio.”
Walter Riso, psicologo italiano y autor del best seller Desapegarse sin anestesia (Emecé), sostiene por su parte que las buenas relaciones después de la separación no son todavía tan frecuentes. “En mi experiencia clínica, diría que eso sucede en un diez a un quince por ciento. Los motivos son el rencor, la indignación, la venganza, la envidia, en fin: cualquier emoción que haya generado un problema no resuelto y que haya quedado abierto -opina-. Sin embargo, darle cierre a estos inconvenientes y aprender a perdonar es lo que se necesita para reinventar o transformar una relación de lucha en una pacífica, sobre todo si no hay amor pasional de parte y parte.” En palabras de Carolina, no hace falta llegar al nivel de la amistad: si el otro fue un buen novio, también puede transformarse en un buen ex.
Aunque cuidado, advierte Riso, a veces las buenas ex parejas enmascaran algo negativo: relacionarse por culpa. “No te quiero, no me interesás, no quisiera volver a verte, pero me siento culpable por lo que te hice, así que asumo seguir a tu lado como amigo para limpiar mi conciencia -plantea el autor-. Las buenas relaciones nunca están mediadas por la culpa. Lo importante no es qué van a compartir luego de la separación, sino la actitud que cada quien tiene respecto del otro.”

Las bases de un buen después
El diálogo sincero y el cuidado de la ex pareja, esos son los caballitos de batalla que nombran todos los especialistas a la hora de definir la estrategia para un buen después. Y aprender a respetarse en los tiempos, claro. “Durante los años de relación, cada pareja establece un estilo de comunicación y contacto; lo mismo suele ocurrir al dar todo por terminado. Muchas veces habrá que esperar un tiempo para acercarse al otro y compartir nuevas formas. No siempre el cómo y el cuándo es simultáneo, y recíproco. Hay que respetar esos tiempos”, dice Chaktoura.
Como Daniel y Paula, que se alejaron de a pasos y pusieron reglas claras desde el principio en una lista manuscrita que hoy, a la distancia, los conmueve. ¿Lo más importante? Ninguno podría dormir en la oficina ni llevar nuevos vínculos a ese espacio. El afuera no pasaría la puerta de entrada. Lo fundamental, dice Daniel, fue el empeño que ambos pusieron “en preservar al otro”. Con el paso del tiempo, las prohibiciones fueron cayendo: consiguieron un nuevo lugar, sumaron gente al equipo de prensa y se presentaron mutuamente a las parejas actuales que, según ellos, tienen un lugar clave en la nueva construcción del vínculo. “Ahora nos conocemos todos y ellos están muy presentes, es genial la actitud que toman sobre todo en trabajos como el nuestro, que a veces nos obliga a ir a inauguraciones o ensayos a la noche -explica Daniel, que además tuvo a Facundo, de 3 años, con su nuevo amor-. Ellos podrían paranoiquearse . Decir: Uy, está con su ex en una obra de teatro o en un vernissage.”
Eso sí: los libros, discos y objetos que ambos querían en la división de bienes quedaron en la oficina, como cosas que siguen siendo de los dos.
Mariel y Federico, mientras tanto, continuaron el diálogo cotidiano por cuestiones de sus hijas, que ayudó a que la relación fuera afianzando con el paso de los años, a medida que ellas crecían y cada uno formaba nuevas parejas. Hoy, es común que conversen sobre temas personales. “Federico es el padre de mis hijas, pero también es mi amigo -asegura Mariel-. Me ha aconsejado cuando tuve crisis con mi pareja, me decía: Es un buen tipo, pensalo bien, y a su vez yo me llevé siempre bárbaro con las suyas, que fueron tres en total: han venido a la comunión de Sofía, me han llamado para contarme cosas, está todo más que bien.” Pero si hay un momento clave, más bien definitorio, Mariel piensa en el día en que falleció su padre, a quien Federico apreciaba muchísimo. “Vino al velorio y estuvo todo el tiempo conmigo, sintió la pérdida como suya, ese día me quedó claro: él es parte de mi familia y siempre lo va a ser”, concluye.
LA NACION