03 Mar “No vivo con la sensación de que todo me sale bien”
Por Diego Gez
Una y otra vez quienes lo rodeaban se lo pedían. La gente también, hasta que un día, Pedro Almodóvar les dio el gusto. Los amantes pasajeros es el regreso del director al espíritu hedonista, descabellado y sexy de su cine de los años ’80. “Lo mejor que puedo hacer ahora por el pueblo español es divertirlo. Me hace gracia que, como si se tratara de un cliente habitual en un comercio o donde va a comprar algo, los clientes–espectadores me pidieran por la calle una comedia”, dice Almodóvar en una entrevista con la prensa europea, pero él mismo, después de la negrura abisal de Los abrazos rotos y, sobre todo, de La piel que habito, necesitaba “airearse” con un filme luminoso que se estrena entre nosotros el 8 de marzo próximo.
Airearse no puede ser más literal. Almodóvar diseña un vuelo al borde de un ataque de nervios por la posibilidad de una catástrofe aérea, con azafatas y pasajeros que congregan a un reparto coral con Javier Cámara, Lola Dueñas, Cecilia Roth, Hugo Silva, Raúl Arévalo y otros, dispuestos a dar rienda suelta de manera más celebratoria que nunca.
“Es una comedia oral, porque se habla muchísimo; moral porque es un viaje que cambia ligeramente a los personajes, o por lo menos de un modo definitivo, e irreal, porque, deliberadamente, he querido que la comedia transcurra en una especie de limbo donde este avión da vueltas sobre sí mismo sin ir a ningún lugar”, dice el director.
Había pasado muchos años sin entregarse a su esencia, pero Almodóvar se sintió en plena forma. “Es muy grato ver que, en efecto, un tono que no estaba ejercitando últimamente sigue dentro de mí, y que cuando la idea lo merezca o la historia que tenga que contar lo decida, a pesar de los dolores de cabeza, de los años, no ha desaparecido en mí esa capacidad. Un drama también produce mucho placer al verlo. Pero me alegra mucho que en el año 2013, un año que se presenta difícil para todos, el espectador que vea la película vaya a salir con el ánimo por encima de como entró”, reconoce el director sobre un filme que “hay que promocionar como una fiesta, como quien va a una fiesta para huir de catástrofes”, aclara.
Sobre el paso del tiempo, afirma que esta película lo representa exactamente con su aquí y ahora. “No hubiera podido evitar el hecho de que la película está hecha desde ahora mismo y desde mí mismo. He cambiado también. No es que no sea la misma persona, pero han pasado 30 años desde que empecé. Incluso aunque yo hubiera querido hacer una película exactamente como en los primeros ’80 no lo hubiese conseguido. No estoy en ese lugar y tampoco la sociedad española lo está”, asegura.
Almodóvar quería abstraerse de la actualidad, pero confiesa: “Viendo ahora la película y contemplando lo que hay a nuestro alrededor, veo que hay una presencia de nuestra realidad mucho mayor de la que yo intuía o de la que yo deliberadamente puse. La misma película que rodamos hace ahora casi un año se ha enriquecido muchísimo con la realidad española.”
El español, ganador de dos Oscar, al volver al espíritu desinhibido de los ’80, también se reencontró con lo irreverente, a pesar de que desde las polémicas de 2004, cuando estrenó La mala educación, se volvió muy prudente. “Lo vivo fatal”, reconoce. “De hecho hay algo que nunca hubiera esperado de mí mismo porque me siento incapacitado para ello. No es que sea un incontinente verbal, pero soy una persona comunicativa y que habla claro, sin eufemismos. Desde entonces, no me he puesto un bozal, pero he cuidado mucho lo que he dicho y esa no es mi naturaleza.”
Almodóvar, en Los amantes pasajeros, viaja sin facturar la pesada valija del prestigio, que ha ido ganando al aflorar su parte más grave, y prefiere no competir en ningún festival. “No me preocupa tanto la sensación de que haya gente que está esperando que fracase como la presión de que tienes siempre que acertar. De que el camino siempre tiene que ser ascendente. En todos los caminos hay remansos, hay valles, hay que bajar un poco para subir”, dice.
La última vez que se dejó en manos del delirio, en Kika, recibió las peores críticas de su carrera. “Los batacazos son relativos. Si eso significa que me encuentro con una película que no es la que quería hacer, eso es un fracaso íntimo que a lo mejor no llega a los demás si la película funciona”, reconoce.
“En todas mis películas hay cosas que me gustan y que no me gustan en distintos niveles. No se trata de que yo sólo piense en las que me gustan. También pienso en las que no me gustan, pero trato de no comunicarlas. Ya están los demás para decir lo que hay de malo en mis películas”, explica.
“Como director tienes que tomar cien decisiones al día, porque si no el equipo está paralizado. A veces con total convicción, otras por instinto, otras por intuición, y otras porque hay que tomarlas. Soy capaz de tomar las cien diarias o las que me echen, pero en mi vida no tengo tanta determinación.”
“Probablemente uno de mis errores ha sido no resolver determinadas cosas en el momento en el que yo detecto que hay que resolverlas. Pero bueno, estoy a tiempo. No hay nada grave. Y no vivo con la sensación de que todo me sale bien. El modo en el que vivo es perenne lucha”, asegura. Esa lucha lo enfrenta, muchas veces, a sí mismo. A esa etiqueta de “almodovariano” que le persigue y a esa evolución desde la vida coral festiva a casi atrincherarse para seguir creando en los escasos huecos que le quedan entre rodajes y promociones.
“A pesar de que es un halago el hecho de convertirte en adjetivo, porque amplía enormemente tu propia existencia y tu nombre, me pesa eso. Yo quería hacer cine, no pretendía convertirme en algo que se pueda calificar con mi nombre. Para actuar con toda libertad no quiero tener compromisos con nada, ni conmigo mismo y desde luego con la realidad tampoco. Los retratos que he hecho, si he hecho alguno están filtrados por un montón de elementos artificiales porque ese es el cine que me interesa hacer.”
–¿Y el cine de hoy? ¿Cómo lo ve Pedro Almodóvar?
–Creo que ya no puede escandalizar tanto como supo hacerlo en el pasado. No se trata sólo de la realidad social, sino en todos los aspectos. Siempre nos ha superado, pero ahora más que en ninguna época y a una velocidad que ha superado a la de todo el siglo veinte.
TIEMPO ARGENTINO