03 Mar Esa mujer tácita
Por Felipe Fernández
“Lo trascendental se reparte y se le encuentra, de repente, en los gestos y en las cosas más triviales, menos sospechosas: una carcajada, una bicicleta, una tela de araña.” Este pensamiento, correspondiente a uno de los textos de Norah Lange (1905-1972) reunidos en Papeles dispersos , podría brindar un tono unificador para la compilación que incluye poemas inéditos, discursos, notas y cuentos publicados en diversos medios periodísticos. Están datados entre 1922 y 1969.
Los poemas confirman el talento de Lange para sintetizar en una línea la comunión íntima con la naturaleza (“El silencio es un intruso/ en el paisaje”; “En el cielo/ como en un pentagrama/ se colocan las claves de luz”) o la intensidad de la pasión amorosa (“Tus ojos son carceleros/ que me inmovilizan en la senda”; “Las rosas se han abierto/ al diluvio/ de tus besos”; “Éxtasis en todas las cosas/ sólo tristeza/ en mi alma”).Las observaciones sobre sus colegas demuestran la misma sensibilidad expresiva. En los versos de Borges, al referirse a Fervor de Buenos Aires y Luna de enfrente , ve una “alameda de palabras frescas u hondas, que va situándose en el corazón, sin ningún rencor de sílaba que acecha a otra sílaba”. De Juan Ramón Jiménez, “acaso el mejor poeta actual de habla española”, señala su capacidad para acentuar “todo motivo de exaltación poética: hasta cuando habla de la pureza, parece que ésta se duplicara”. En cambio, la desilusiona El camino del tabaco porque juzga que, como pasa con otras obras cuyo propósito es la denuncia social, en la novela de Erskine Caldwell “a veces ello sólo sirve de pretexto para elaborar un libro bien adosado de pretensiones literarias, que no pasa de ser un manojo de artículos periodísticos”. En ese aspecto, considera que Viñas de ira constituye una meritoria excepción.
En las crónicas acerca de la Buenos Aires de los años treinta manifiesta su desagrado por el “entusiasmo indecoroso” de las muchedumbres que transforman los domingos en “un día de rubor y una demostración continua de grosería”. A los porteños actuales puede resultarles inverosímil el asombro de los turistas de entonces ante “la limpieza increíble y evidente” de las calles de la ciudad.
El padre de Lange era noruego y Norah siempre se sintió muy unida a la nación escandinava. En los artículos recopilados demuestra su sólido conocimiento sobre los escritores de ese país y los cantos de los Eddas. De Herman Wildenvey dice que “sus mejores poemas son aquellos en que emplea un medio tono serio para cubrir con humorismo alguna pena”. De particular interés son las páginas dedicadas a Camilla Collett Wergeland, autora de la novela Las hijas del magistrado , en las que analiza su amor por Johan Sebastian Welhaven (“sus sentimientos son una tan rara mezcla de erotismo y amistad”), enemigo literario de Henrik Wergeland, hermano de Camilla. Hay, además, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana, una ferviente defensa de Noruega, de su “natural pacifismo, violentamente quebrantado, erróneamente interpretado” y una enérgica refutación de las insinuaciones acerca de que “el ejército y el pueblo se hallaban dominados por tendencias germanófilas”.
El mundo narrativo de Lange refleja la complejidad de una prosa cuya mirada, en palabras de Sylvia Molloy, vuelve insólito cuanto roza. En el prólogo, Nora Domínguez habla acertadamente de climas “en el límite de un estallido o desmoronamiento siempre a punto de suceder”. Dos textos, titulados “Hojas de espejo”, pasaron con modificaciones a integrar el heterogéneo volumen de Antes que mueran (1944). En tanto que “La mesa” se convertiría, revisado y corregido, en el primer capítulo de la novela Los dos retratos (1956).
En los cinco cuentos predominan los personajes femeninos autodestructivos y las figuras masculinas distantes. Lo tácito se impone a lo explícito. “Vacilante juego mortal” presenta a una mujer obsesionada con la idea de asesinar a su marido. Los otros cuatro relatos, como “El parecido”, se desarrollan a través del punto de vista de un niño. En “Las trenzas”, el elemento del título adquiere un fuerte valor simbólico a medida que el protagonista evoca a su madre. “Me interesaba más conocer una parte e imaginarme el resto”, dice la chica de “El grito” para explicar su relación con la realidad; de esa manera fragmentaria va adentrándose en una descripción del comportamiento de su tía Marta cuya mirada es “grande y pensativa como la de un caballo”. En “El juego” el protagonista de ocho años juega con su madre a que ella está muerta. “Lo único que no me gustó -afirma- fue que después de hacerse la muerta varias veces, Mamá me dijo que lo hacía para que yo me acostumbrara.”
En conjunto, Papeles dispersos invita a explorar en profundidad y a revalorizar la obra de una autora que quizá no ha obtenido todo el reconocimiento intelectual que merece, y que es más conocida por haber estado casada con Oliverio Girondo o por haber sido un amor juvenil de Borges.
LA NACION