19 Jan ¡Que bien se te ve!
Con más de sesenta años ininterrumpidos al aire, la televisión argentina ilustra a la perfección cómo cada periodo histórico transitado tiene su correlato en la pantalla. Esta referencia va más allá de cuestiones estéticas (que son asequibles al primer contacto de una imagen de otra época), ya que también está ligada con criterios, conceptos, costumbres y formatos que, de una forma u otra, ayudan a completar el cuadro que ilustra cómo fueron tiempos pasados según lo evidencia lo registrado por las cámaras.
Tras su nacimiento como desarrollo de una política estatal en 1951, la TV argentina comenzó a profesionalizarse en la década siguiente al tomar como referencia a las cadenas norteamericanas NBC, CBS, y ABC, con lo que aparecieron productos de la época separados por rubros: las comedias (Viendo a Biondi, La nena), los programas familiares (La tamilia Facón), las primeras telenovelas y algunas series norteamericanas, como Bonanza y Eiñigitivo. En este periodo hicieron también su aparición los programas ómni-bus o de variedades, como Sábados circulares de Pipo Mancera. De a poco la pantalla adaptó su propuesta a los más chicos con las primeras entregas de Titanes en el ring y Las aventuras del
Capitán Piiuso y Coquito, de la mano de Martín Karadagián y Alberto Olmedo, respectivamente. Al final de la década, la primera transmisión de los premios Martín Fierro marca la vida de la TV local, que comienza a celebrarse a sí misma. Los años 70 mantuvieron la coherencia con la década anterior en cuanto a la segmentación de la oferta. Cada programa apuntaba a un público en particular: los jóvenes veían Alta Tensión y Música en Libertad, los adultos tenían su cuota de humor garantizada con Operación ¡a Ja e Hiperluimor, y los entrados en años no se des¬pegaban de la pantalla para ver a Roberto Galán en Yo me quiero casar… ¿y usted? Mientras, los programas deportivos fueron ganando espacio en la grilla y, de a poco, el prime time fue domi¬nado por las telenovelas, en parte gracias al talento del guionista Alberto Migré. Muchas de sus obras (Pie! naranja, Rolando Rivas, taxista o Pobre diabla) conquistaron audiencias y fueron el tram¬polín a la fama para Claudio García Satur, Soledad Siiveyra, Arturo Puig, Marilina Ross y Arnaldo André, entre varios otros. Con la dictadura militar de 1976, la televisión se vio limitada en el desarrollo artístico por miedo a las censuras, lo que explica la gran cantidad de títulos extranjeros de ficción que llegaron a la pantalla, con algunas escasas excepciones de programas políticos. No fue sino hasta el regreso de la democracia que la TV pudo encontrar nuevas formas de comunicar. La noticia rebelde y Semanario insólito oficiaron de puente entre el humor y la actualidad, al demostrar que existía una manera lúdica de manejar la información. Esta década, conocida como la del “destape”, tuvo programas de comedia que de manera picaresca le daban al público adulto lo que había sido tabú durante los años previos, como lo hicieron Tato Bores o Alberto Olmedo (ya alejado de su rol infantil) con la galería de personajes de No toca botón. Asimismo, fue la época en la que Susana Giménez reformuló su carrera y pasó de ser actriz a diva de los teléfonos con ¡Hola, Susana! La década del 90 presentó un ávido contrincante: la TVpor cable.
Ante la oferta desmesurada de señales y de productos, los canales de aire tuvieron que reinventar una vez más su propio lenguaje para seducir al espectador. La aparición de figuras como Marcelo Tinelli y Mario Pergolini no fue fortuita: VideoMatch, Ritmo de la noche y La TV ataca ofrecían material compacto de alta velocidad. Las producciones de Pol-ka de Adrián Suar también buscaron hacerle frente a las sitcoms y producciones extranjeras y le sumaron un agregado localista con el que la audiencia pudo identificarse. Cerca del fin del milenio, el protagonismo en la pantalla pareció quedar en manos de los propios espectadores con la llegada de los reality shows. Al margen de sus diferentes propuestas, El bar. Expedición ¡lobinsón y Gran Hermano coincidían en mostrar la intimidad de un puñado de personas comunes, a quienes los televidentes podían observar día y noche inmiscuyéndose en su más frágil intimidad. Tratar de imaginar cuál será el rumbo de la televisión es difu¬so, ya sea si se piensa a corto, mediano o largo plazo. Hoy en día el formato dominante parece ser el metatelevisivo, el que revisa archivos de tapes o se nutre de las propias emisiones semanales para hacer de eso su combustible creativo. Además, los avances tecnológicos le permiten a la audiencia no depender de los horarios de emisión de sus programas preferidos y poder decidir no sólo qué ver, sino también cuándo y de qué manera. No sería tan descabellado que estos cambios en los modos de consumir lo que hay en la pantalla puedan ser aun más participativos, pero para saberlo no queda más que sentarse y esperar.
REVISTA MIRADAS