Larry David, el pesismista señor de las comedias

Larry David, el pesismista señor de las comedias

Por Matthew Garrahan
En cuanto nos instalamos en el restaurante, él deja caer la bomba: “Pensé en venir y decir Oh, ¿esto es una entrevista? ¡No sabía! Pensé que sólo ibamos a almorzar. Entonces usted iba a responder, no, no, esta es una entrevista. Y yo diría que era un error de comunicación y no podía hacerla”.
El restaurante está lleno de gente pero, aunque la cara de David apareace con frecuencia en los carteles gigantes de Los Angeles que publicitan Curb Your Enthusiasm, el programa de HBO que escribe e interpreta desde hace 12 años, ninguno de los comensales se sorprende al verlo. Es un cliente habitual.
Con su lenguaje corporal -con los brazos cruzados mientras se inclina hacia atrás, separándose de mí- indica que preferiría estar en otro lado. Entonces, ¿por qué no siguió adelante con su plan de fingir ignorancia sobre la entrevista? “Me hubiera sentido mal. Me siento mal sobre la mayoría de las bromas, por la otra persona, así que generalmente me detengo justo antes de llegar al chiste”.
Pero no parecería que los chistes puedan ser un problema para este hombre de 64 que se ha pasado los últimos 30 años haciendo reír a la gente: primero, actuando en comedia stand-up en Nueva York; después como un guionista que trató de trabajar para el programa Saturday Night Live (aunque sólo uno de sus sketches apareció nunca) antes de ganar el premio mayor con Seinfeld, la sitcom “sobre nada” que estuvo en lo alto de los ratings de la televisión estadounidense durante la mayor parte de la década de los 90 y le hizo ganar cientos de millones de dólares a David y a Jerry Seinfeld, coguionista y estrella del programa. Después de eso vino Curb Your Enthusiasm, un programa que es simultáneamente hilarante e incómodo, sobre las desventuras de un pelado de mediana edad que vive en Los Angeles, se llama Larry David y, además, contribuyó a crear un programa de TV muy popular llamado Seinfeld.
Probablemente es ingenuo esperar que David sea igual a su personaje, pero no puedo evitarlo: ambos tienen el mismo aspecto y el mismo nombre; usan los mismos anteojos y la misma ropa. Como en cada episodio, hoy tiene puesto un saco oscuro y pantalones color caqui. Además, estamos comiendo en un restaurante que ha aparecido en varios episodios de la serie. Sin embargo, hay diferencias entre el Larry de la TV y el hombre que está sentado frente a mí.
El Larry de la TV dice o hace lo que le parece, como usar la muerte de su madre para evitar compromisos sociales, por ejemplo, o discutir a gritos en un baño público con un hombre en silla de ruedas después de usar, distraídamente, el toilette de los discapacitados. Es brusco y brutalmente honesto; disfruta de las confrontaciones, mientras el Larry real las evita como la plaga. Varias veces ha dicho que desearía ser como su personaje, pero cuando le pregunto qué es lo que se lo impide me dice: “Alguien me golpearía todos los días. No se puede ser tan honesto y funcionar en sociedad. Las confrontaciones me asustan, así que las guardo para el programa. Es algo de fantasía”.
Le pregunto sobre los episodios de su programa que fueron filmados en Nueva York, lo que equivaldría a una vuelta al hogar ya que él se crió en esa ciudad y pasó sus años formativos en Brooklyn. “Todos se gritaban entre sí. Muchos gritos, mucho ruido. Ninguna sensación de independencia. Todos sabían lo que le pasaba a uno”, explica.
¿Siempre quiso ser un comediante? “No tenía la menor idea de que pudiera ser gracioso”, pero fue al college en Maryland y ahí, “súbitamente”, su sentido del humor floreció. “Creo que tuvo que ver con que empecé a salir con chicas y tenía cosas humorísticas para decir. La gente parecía disfrutar con los cuentos de mis desgracias”. ¿Siempre eran desgracias? “¡Oh, sí!”.
Los personajes que conoció y los amigos que hizo en Nueva York lo inspiraron mucho para su trabajo en Seinfeld, mientras su experiencia con la stand-up hizo que lo contrataran para el Saturday Night Live a mediados de los 80. Este no fue un período particularmente feliz y una vez dejó el programa insultando al productor ejecutivo. Tras pensarlo un poco, volvió al día siguiente con la esperanza de que se hubieran olvidado de su estallido. Su jefe “se dio cuenta, pero nadie dijo nunca nada. Fue un buen plan, ¿no cree?”. Eventualmente, la experiencia sirvió como base para un episodio especialmente reverenciado por los fanáticos de Seinfeld.
Mi siguiente pregunta es sobre sus años de comedia stand-up, a la que se dedicó después de trabajar de taxista y vendedor de corpiños. Aunque reconoce que actuar “era aterrador”, también admite que “lo disfrutaba cuando me salía bien. Cuando uno lo hace bien, es un poco adictivo. Hace que uno se guste a sí mismo. No importa si uno se deteste, cuando consigue que la gente se ría, eso barre con el odio por uno mismo”.
Cuando le pregunto si ese odio por sí mismo ha desaparecido, se retuerce en su asiento. “Ya no tengo esa sensación. Y si la tengo, es tan inherente a mí que ni siquiera pienso en eso. Mi vida cambió. Ya no ando deseando no ser yo”.
David llegó a su punto más bajo cuando hacía stand-up en Nueva York, en los 80. Parece que, aunque le gustaba a los otros comediantes, no tenía un buen contacto con la audiencia: una noche miró a la gente al comienzo de su performance y dijo “olvídense” y se fue. Fueron tiempos difíciles. “No tenía dinero, no tenía novia, no tenía futuro. Empecé a buscar lugares para dormir en la calle. Encontré uno en la calle 45, entre las avenidas 5ta y 6ta, que tenía un conducto de calefacción. Había una depresión en la vereda donde se podía poner un sofá y el aire caliente venía de abajo””
Ahora, pese a su éxito, sigue teniendo un punto de vista pesimista. “Siempre que me pasa algo nuevo, usualmente después pasa algo terrible”, dijo recientemente ante miembros del Writers Guild of America (el gremio de guionistas y escritores de EE.UU.) al aceptar el premio Paddy Chayefsky por “notables contribuciones a la profesión de guionista de televisión”. Refiriéndose al trofeo, David agregó: “tiene un cartel que dice desastre y fatalidad. Quiero decir, es un gran honor, pero no vale la pena ser atropellado por un ómnibus por recibirlo”.
Hablamos de cómo escribe. Los episodios de Curb son generalmente improvisados, pero las intrincadas líneas argumentales son construidas por él y los otros guionistas: Alec Berg, David Mandel y Jeff Schaffer. Cada episodio contiene varias historias entrecruzadas. “No creo que pueda escribir de otra manera. Empecé así en Seinfeld porque quería que los actores tuvieran mucho que hacer para que no se angustiaran. Un día junté dos historias, al día siguiente junté otras dos, y así empezó a ocurrir”.
Le pregunto sobre su relación -o más bien su ausencia de relación- con el judaísmo, que ha sido la base de muchos episodios de Curb, particularmente uno de la serie más reciente, titulado “Pollo palestino”. Larry descubre un restaurante palestino que sirve el mejor pollo frito que ha probado, pero entra en conflicto con sus amigos judíos que le dicen que lo boicotee. Uno de ellos hasta planea una protesta cuando se entera que el restaurante quiere expandirse hacia “el territorio sagrado” de una deli judía. “Siempre te atrae alguien que no te quiere, ¿no?” le dice David a uno de sus amigos tras descubrir a una atractiva mujer palestina. “Bueno, ahí hay alguien que no sólo no te quiere, sino que ni siquiera reconoce tu derecho a existir”.
EL CRONISTA