Nobel de Química por hallazgos cruciales para la farmacología

Nobel de Química por hallazgos cruciales para la farmacología

Por Nora Bär
El profesor de biomedicina y bioquímica de la Universidad de Duke, Robert Lefkowitz, nieto de inmigrantes polacos a los Estados Unidos, padre de cinco hijos y abuelo de cinco nietos, tenía pensado ir a cortarse el pelo. Pero una llamada lo hizo cambiar de planes: era un vocero de la Academia Sueca de Ciencias comunicándole que se había transformado en uno de los ganadores del Nobel de Química de este año. Comparte el premio de 1.200.000 dólares con el profesor de fisiología molecular de la Universidad de Stanford, Brian Kobilka, hijo y nieto de panaderos, e investigador de posdoctorado en su laboratorio durante los años ochenta.
A lo largo de más de tres décadas, Lefkowitz, primero, y luego Kobilka con él, ayudaron a descifrar el sistema de comunicación que hace que las células puedan responder a señales externas, como poner al organismo en actitud de ataque o huida ante un peligro (acelerando los latidos cardíacos, por ejemplo), o reaccionar frente a colores y aromas. En la jerga científica esos “dispositivos” celulares se llaman “receptores acoplados a las proteínas G”.
“Para una célula es fundamental poder saber qué está pasando allí afuera, y de esa manera responder a señales externas como hormonas, neurotransmisores, luz o hasta sabores y olores. El asunto es que muchas de esas señales no pueden atravesar el guardián de la célula: su membrana, que separa el «adentro» del «afuera» -explica el cronobiólogo Diego Golombek, investigador del Conicet y profesor de la Universidad de Quilmes-. Entonces tiene que haber puertas que reciban la señal externa y avisen hacia adentro: son los receptores. Hay muchos receptores que, una vez que reciben la señal externa, cambian la forma de una proteína pegadita del lado de adentro, llamada G. A su vez, esta proteína puede cambiar otros caminos y señales intracelulares y así la célula se entera de que la vieja ve los colores, comimos helado de frambuesa, o nos enamoramos y el corazón late más rápido. Lefkowitz y Kobilka ayudaron a entender la forma y el funcionamiento de estos receptores asociados a la proteína G y, con eso, acercarnos a los misterios de esa maravilla que son las células y sus charlas en el cuerpo.”
“Las células actúan de acuerdo con lo que les indican el medio ambiente y los genes -detalla Omar Coso, director adjunto del Instituto de Fisiología y Biología Molecular, y Neurociencias (Ifibyne) de la UBA y el Conicet-. Los genes se expresan en función de las señales externas que la célula censa por medio de «antenas» moleculares en las membranas, los receptores. Entre los más importantes se encuentran estos «receptores acoplados a proteínas G», de las que hay por lo menos 16.”
Según cuenta Coso (parte de un nutrido grupo de investigadores argentinos que trabajan en este tema, como Carlos Davio, de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, y Mirta Flawia, del Ingebi), estos receptores son como “viboritas” que cruzan la membrana celular siete veces. Para comprender la importancia de este sistema de comunicación cabe recordar que de los 25.000 genes que componen el genoma humano, alrededor de mil codifican [dirigen la síntesis de] receptores acoplados con proteínas G. “Son los que hacen posible la vida tal cual la conocemos”, subraya.
Los receptores son proteínas. Conocer detalladamente su estructura permite encontrar compuestos que interfieran su acción y, eventualmente, el remedio “ideal”, dice Daniel Turyn, investigador principal del Conicet, profesor de química biológica, y secretario de ciencia y técnica de Farmacia y Bioquímica de la UBA: “Fármacos cada vez más específicos, sin efectos adversos, la «bala mágica» que es el problema clásico de la farmacología”.
“Lo estábamos esperando. Es el Nobel que faltaba -dice Carlos Davio, director del Laboratorio de Farmacología de Receptores de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA-. Lefkovitz no sólo aportó las bases para el diseño racional de fármacos, sino que con sus hermosos experimentos revolucionó lo que se entiende como química y como medicina, aunque muchos no lo vieron: hoy ya se impone hablar de medicina molecular.”
LA NACION