07 Jan La nueva clase media global se prepara para ejercer el poder
Philip Stephens
Sigo encontrando gente que predice que el futuro pertenece a China; y también con gente que dice que a ese país le resultará difícil desafiar el predominio de Estados Unidos. No pregunten dónde encajan India y Brasil. Por entretenido que resulte, este ejercicio de rehacer el panorama geopolítico es una especie de distracción de la cuestión principal: el siglo XXI no será moldeado por abstractas opciones entre Estados; el poder de transformación estará en manos de la nueva clase media global.
La historia más potente del último par de décadas ha sido el gran vuelco de influencia económica y geopolítica de Occidente a Oriente. Este rebalanceo se mantendrá por un tiempo. Sin embargo, las comparaciones sobre la posición relativa de las potencias establecidas y las emergentes arroja sombra sobre algunos de los impulsores de cambio más fundamentales. Lo que está ocurriendo dentro de esos Estados es tan interesante como lo que puede cambiar en las relaciones entre ellos. Dentro de aproximadamente 20 años, un mundo que ahora que es predominantemente pobre será mayoritariamente de clase media.
Por supuesto, los Estados seguirán siendo la principal forma de organización política. Es improbable que el incremento en la riqueza desplace las identidades culturales y nacionales. En algunos casos, hasta puede reforzarlas. La reaparición del nacionalismo podría ser una de las grande amenazas para la paz y la seguridad internacional. Pero la forma en que los nuevos actores globales se comportan estará influenciada por una redistribución de poder sin precedentes entre los que gobiernan y los gobernados.
Estas cifras pueden encontrarse en un informe muy interesante -Tendencias Globales 2030- que acaba de publicar el Instituto para Estudios de Seguridad, con sede en París. Según este estudio, si se mantienen las tendencias actuales, las filas de la clase media treparán de las aproximadamente 2.000 millones de personas de hoy a 3.200 millones en 2020, y a 4.900 millones en 2030. Esta última cifra correspondería a un mundo con una población total de poco más de 8.000 millones de habitantes. Dicho de otra manera, por primera vez en la historia de la humanidad habrá más personas de clase media que pobres.
Por supuesto, es posible que los economistas no coincidan con respecto a cuál es la definición precisa de cada clase. El Instituto para Estudios de Seguridad considera que alguien integra la clase media cuando tiene un ingreso diario disponible de entre u$s 10 y u$s 100. Otros economistas ponen la barra más alta, y comienzan con un gasto diario de alrededor de u$s 15. Para los estándares occidentales, incluso esta cifra es muy baja, pero hay que pensar en cuánta gente sobrevive con sólo u$s 1 al día. Lo importante es que hasta las conjeturas más conservadoras indican que habrá una irrevocable redistribución de poder económico.
No es sorprendente que los analistas estimen que la transformación será más pronunciada en Asia. China ya tiene más de 160 millones de consumidores de clase media -una cifra superada sólo por EE.UU.- pero, de todos modos, representan sólo alrededor de 12% de la población china. El Instituto para Estudios de Seguridad calcula que, para 2030, la proporción podría llegar a 74%. En la India, la mitad de la población debería cruzar el umbral de los u$s 10 de ingresos diarios antes de 2025 y, para 2040, 90% de la población total pertenecerá a la clase media.
Pero esta marea llegará más allá de Asia. Es probable que más de dos tercios de los brasileños se cuenten entre la clase media para 2030. En ese mismo año, los países latinoamericanos y centroamericanos tendrán tantos consumidores de clase media como América del Norte. La transición será menos rápida en África, pero aún ahí las cifras deberían más que duplicarse para 2030.
Por supuesto, estos nuevos consumidores todavía tendrán un ingreso disponible muy inferior al de sus pares en América del Norte o Europa. De todos modos, es probable que la participación de las naciones ricas en el consumo de la clase media global caiga a más de la mitad, y pase de 64% a 30% para 2030.
Las consecuencias de esta transformación serán tan profundas para la dinámica del orden político dentro de los Estados en alza como para las relaciones entre éstos y las potencias establecidas. Es probable que una clase media más numerosa y pudiente pueda demandar que su gobierno esté más obligado a rendir cuentas de sus acciones. Esto no necesariamente implica que habrá un clamor por la democracia representativa al estilo occidental, pero sí sugiere que las elites autoritarias existentes estarán bajo presión.
Esta demanda de las clases medias de tener más injerencia en la organización de sus sociedades quedará amplificada por el acceso más amplio a la educación -especialmente entre las mujeres- y por el avance incesante de la tecnología digital. El impacto de la revolución digital ya ha dejado su marca en el mundo árabe. El acceso compartido a las comunicaciones instantáneas y de difusión prácticamente gratuita le da a la clase media global un arma potente en la lucha por obtener un mayor control sobre su vida. Ya hay más usuarios de Internet en China que ciudadanos en EE.UU.
Para Occidente, la perspectiva alentadora de miles de millones de personas que salen de la pobreza está unida a la probabilidad de que muchas de ellas adopten valores básicos como la libertad individual, la dignidad humana y el estado de derecho. Aunque no hay una relación mecanicista entre la riqueza de una sociedad y la libertad individual, ni una línea recta entre la prosperidad y la democracia, hay abundante evidencia que sugiere que cuanto más pudientes y educados son los ciudadanos, más se identifican con una amplia serie de valores universales, pese a que en todos lados habrá gobiernos opresores que tratarán de resistir este despertar político.
Esto no quiere decir que el mundo será un lugar más estable o más pacífico. Surgirán grandes fuerzas que se enfrentarán entre sí. Los regímenes presionados podrían buscar enemigos en el exterior. La competencia por los recursos naturales y la brecha entre las expectativas de la nueva clase media global y la capacidad de los Estados de cumplirlas invitará a los regímenes autoritarios a despertar los demonios de la xenofobia.
Pero la perspectiva de un mundo que sea, simultáneamente, más universalmente próspero y más apegado a la libertad seguramente es una buena noticia.
EL CRONISTA