06 Jan Potrerillos: el encanto rural
Por Pamela Lundh
Ubicado a 55 kilómetros de la ciudad de Mendoza, Potrerillos se dibuja como una pequeña villa de corto vecindario que se levantaba sobre un terreno escabroso, rodeado de soberbias montañas cinceladas de infinitos colores.
Hacia la década del ’50, cuando la zona tomó notoriedad, se construyó la primer escuela que acompañó a la antigua parroquia y al destacamento policial. Desde ese entonces el pueblo fue floreciendo gracias al incansable esfuerzo de su gente, que transformó un árido valle repleto de potreros en uno de los lugares más cálidos de la provincia de Mendoza. Con los años, las majestuosidad del entorno hizo que Potrerillos se convirtiera en uno de los asentamientos más importantes de la zona precordillerana. En los últimos años se edificaron algunas casas de fin de semana, algunos restaurantes y se abrieron cabañas de alquiler para una afluencia de turismo cada vez más mayor.
Escenario de colores
Con la llegada del verano, el manto blanco de la nevada invernal se escurre bajo el sol dejando en su lugar un colorido escenario de vegetación que va encaramándose en las montañas. Con la nieve transformada en arroyos serpenteantes, los cerros van multiplicándose con incontables colores que se despliegan sobre las laderas.
Una de las calle principales de Potrerillos, que por supuesto es de tierra, se llama Las Condes aunque ningún cartel lo indique. Cubierta de pinos y envuelta en el aroma suave de las jarillas, atraviesa el pueblo albergando algunas tiendas que hacen de almacén, kiosco, panadería y ramos generales en un mismo negocio. La calma del camino solo se ve interrumpida de a ratos por el paso de los cuatriciclos o de alguna camioneta que deja la tierra suspendida en el aire.
Para recorrer la zona, nada mejor que las cabalgatas que recorren la zona y que van desde salidas cortas hasta algún curso de agua, o bien de día entero, con asado incluido.
Uno de los lugares más interesantes para conocer es el cerro El Cristo, que se levanta en uno de los extremos de la ciudad y que debe su nombre a una emotiva imagen de Jesús que descansa sobre su cima. Según las afirmaciones de los paisanos, estuvo desde siempre en ese lugar para vigilar y cuidar de la villa. Desde allí, el valle de Potrerillos se muestra como una pequeña isla pintada de verde entre el árido suelo montañoso y desértico. Si bien un camino de ripio permite llegar hasta la cumbre en auto, se recomienda ir caminando o con el sereno andar de algún caballo para poder apreciar las bellezas naturales más de cerca.
Potrerillos se encuentra a casi 1000 metros por sobre el nivel del mar y como consecuencia de la altura, se ha creado una suerte de microclima con temperaturas bastante más frías que las del llano. Por las noches de invierno, el viento se hace muy fuerte, las heladas se tornan irremediables y el amanecer sorprende con una espesa capa blanca derramada en la copa de los árboles.
En plena Cordillera, a más de 5000 metros de altura, nace el río Mendoza que provee de agua potable a todo el pueblo. Mientras el cauce baja las montañas, una parte del caudal se va filtrando y continúa su camino por adentro de la tierra hasta que en el lugar menos pensado, emerge la vertiente formando pequeños ojos de agua de los que se puede beber sin inconvenientes.
Después de un día de largas caminatas y recorridas, nada mejor para reponer fuerzas que el cochinillo preparado en hornos de barro que cocinan en “El Cortijo del Torreón”, un restaurante ubicado en la calle Las Condes, muy cerca de la comisaría.
A solo 8 kilómetros de Potrerillos, en el arroyo El Salto, se puede estacar la carpa y dormir con el sonido del agua que viene bajando las montañas, aunque muy cerca de allí, después de cruzar el río Blanco, la pequeña villa Manantiales también ofrece paisajes que son difíciles de olvidar.
Por la noche, el pueblo descansa en el más absoluto silencio con la tenue luz de la luna alumbrando las montañas. Así, la calma imperturbable invita a disfrutar contemplando las estrellas, que en plena oscuridad, parecen sembrar el cielo con su destello intermitente.
EL CRONISTA