Fin de año

Fin de año

Por Bernardo Stamateas
Cuando la expectativa supera la realidad, llorar y angustiarse es normal. Les pasa a los jugadores de fútbol cuando tienen una meta y al vendedor cuando quiere alcanzar un objetivo… Cuando la expectativa es demasiado grande –porque uno se lo propone, la familia, los amigos, o por la mirada del afuera– nos frustramos.
La bronca por no estar donde quiero, se transforma en tristeza, y sale como tal. Pero creer que podemos lograr todo es muy omnipotente.
Nuestro jurado interno –conciencia– nos evalúa. La ley del Pigmalión demuestra que cuando los maestros decían que ciertos alumnos eran genios, esperaban más y los alumnos tenían mayor coeficiente intelectual. Esperar algo positivo está bueno, pero si nos enfocamos en la meta y no valoramos el esfuerzo, nos transformamos en perfeccionistas: “Lo importante es llegar acá y tener esto”.
Propongo usar más “el espejo retrovisor” y celebrar aquello que hemos logrado y no mirar lo que nos falta. Bajar el nivel de expectativa y acordarnos de que no es solamente llegar a la cima sino también disfrutar el recorrido.
El camino al éxito está pavimentado de fracasos; Winston Churchill decía que “hay que ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Por eso hay que trabajar en la estima y –¿por qué no?– bajar las expectativas y darse permiso para el error.
Tenemos que descubrir nuestro don predominante: todos somos un diez en algo. Saber qué queremos nos ayuda a enfocarnos en lo importante y poner nuestras fuerzas en aquello que queremos lograr.
TIEMPO ARGENTINO