30 Dec Indianapolis, el templo sagrado
Por Federico Cornali
Una carrera en contra de las agujas del reloj, que alguna vez fue “pavimentada” con ladrillos y hoy mantiene un pequeño tramo de aquel viejo material, para darle un espacio a la autenticidad de la nostalgia. Ganadores que se emborrachan con leche y se sienten dueños del imperio que se congrega en el templo deportivo con mayor capacidad para espectadores del mundo (hasta 257.000). Tradiciones auténticas y toques de fastuosidad como sólo el mítico Indianapolis Motor Speedway (IMS) puede brindarle al público.
En 1909, la enorme y creciente industria automotriz del estado de Indiana, Estados Unidos, debía encontrar una solución eficaz para un problema que ya asfixiaba: los vehículos eran demasiados y muy buenos; las rutas de la región para probar esas máquinas, pocas y malas. Fue entonces que Carl Fisher, aquel pequeño genio con astigmatismo, convenció a sus tres socios de firmar los estatutos y así inaugurar, el 20 de marzo y tras una inversión de US$ 250.000, un circuito donde los autos pudiesen testearse sin sufrir las consecuencias de los caminos olvidados. Ese mismo año se corrió la primera carrera en lo que luego sería un circuito legendario. ¿De qué tipo eran los autos que fueron de la partida? De ninguno. La primera competencia en el que años más tarde se consagraría como uno de los circuitos más emblemáticos del mundo la disputaron
globos aerostáticos. De hecho, ese tradicional certamen sigue llevándose a cabo aún hoy.
En sus comienzos, la pista era de piedra, arena y alquitrán. La primera carrera de motocicletas que allí se realizó, el 14 de agosto de 1909, duró dos días y jamás finalizó por las fuertes lluvias. Sin embargo, hubo un primer ganador, y fue A.G. Chapple. Cinco días después, se llevó a cabo el debut de las competencias de autos. En sólo dos vueltas, Louis Schwitzer dejaría su nombre sellado en la historia. Sobre el final de ese año, se cambió la superficie de la pista, utilizando más de tres millones de ladrillos.
Esas 500 Millas
Dos años más tarde, el 30 de mayo de 1911, se inauguró el desa-fío de las 500 Millas, el evento que le pondría la rúbrica no sólo al circuito sino a todo el estado de Indiana como una de las grandes casas del automovilismo mundial. Más de 80.000 personas pagaron poco más de US$ 1,5 dólar para poder presenciar el nacimiento de una leyenda. El ganador, aquella tarde, fue Ray Harroun. Hasta aquí, la competencia sólo ha sido interrumpida durante la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Así, las 500 Millas son en la actualidad la carrera en óvalos más importante del mundo y la competencia automovilística más grande de los Estados Unidos. Pero también se destacan las 400 Millas de Brickyard, de la Nascar Cup Series (desde 1994), y el Gran Premio de Indianápolis del Mundial de Motociclismo (desde 1998). Forma parte del Registro Nacional de Lugares Históricos desde 1975 y es un Hito Histórico Nacional desde 1987.
“Debido a su historia centenaria, el Indianapolis Motor Speedway es generalmente considerado el lugar más sagrado del deporte motor y las 500 Millas de Indianápolis es la carrera más famosa. En 1994, agregamos la Brickyard 400, que es una de las carreras más prestigiosas del calendario de NASCAR, y en 2008 comenzamos a recibir a las extremadamente veloces máquinas del Moto GP”, explica a RPM Jeff Belskus, presidente y CEO del circuito, sin ocultar su orgullo por estar al frente de tamaño monstruo.
Cabe destacar que también la Fórmula Uno tuvo su “romance” con el IMS. El Gran Premio de los Estados Unidos se corrió allí, desde 1950 hasta 1961, a través de las 500 Millas de Indianápolis, y de 2000 a 2007 en el circuito mixto. En el año del regreso, en la etapa moderna, el alemán Michael Schumacher (máximo ganador en IMS, con seis triunfos) logró la victoria, ante la mirada de 225.000 fanáticos. Lo acompañan en el podio el brasileño Rubens Barrichello y otro teutón, Heinz-Harald Frentzen. El último Gran Premio fue en 2007 y lo ganó el británico Lewis Hamilton. Por cuestiones económicas, la Fórmula Uno se alejó de Indiana. Belskus lo lamenta, pero no pierde la cabeza, intentando que la máxima categoría retorne. “Disfrutamos el momento de ser escenario del Gran Premio de los Estados Unidos y, como organización, somos grandes seguidores de la F1. Siempre estamos dispuestos a hablar con sus directivos para futuros eventos. Por el momento, les deseamos lo mejor a Austin y a Nueva York (N. de R.: la Fórmula Uno correrá, posiblemente, en estos dos circuitos en 2013; el primero está confirmado, el segundo todavía no), señala el presidente.
La magia de la Indy Car
En la última edición (96ª) de las 500 Millas de Indianápolis, disputada el pasado mayo, el escocés, de origen italiano, Darío Franchitti, del Ganassi Honda, se adueñó por tercera vez de la mítica prueba (antes lo había hecho en 2007 y 2010). Sin embargo, recién logró quedarse con la primera posición en la última vuelta, aprovechando el accidente que sufrió el hasta entonces líder, el japonés Takuma Sato. Franchitti se hizo, así, acreedor de un premio de US$ 2,4 millones (de un total de US$ 13 millones para repartir) y su compañero de equipo, el neozelandés Scott Dixon, se llevó US$ 1,12 millón. Tercero quedó el brasileño Tony Kanaan (KV-Chevrolet, US$ 636.580).
En el Círculo de la Victoria, donde los pilotos ganadores celebran con sus autos, Franchitti lució unos anteojos de sol con marco blanco, que homenajeaban al inglés Dan Wheldon, quien había ganado la edición anterior, pero falleció en un accidente ocurrido en Las Vegas, en la última carrera de la temporada 2011. Luego de la emoción, el escocés fue “sometido” al ritual de beber leche (hoy, nada más se trata de derramarla sobre la cabeza), aquel que comenzó en 1933, cuando Louis Meyer pidió un vaso de aquel blanco líquido para festejar su triunfo.
“Aquí creamos fans para siempre, y se graban recuerdos o momentos en la vida de una persona que son únicos y especiales. Disfruto de escuchar como nuestro circuito les ha dejado una experiencia o un recuerdo familiar difícil de borrar. Dudo de que en otros sitios pase lo mismo”, asegura Belskus, sobre cuáles son para él los momentos más felices en el Indianápolis Motor Speedway.
Algo de eso hay, ya que quienes pisan aquel enorme templo encantado no salen de allí de la misma manera. Para Belskus, “lo que la mayoría de las personas destaca cuando conoce el IMS es el tamaño del lugar; pero la magia se presenta cuando cientos de miles de personas se reúnen para la carrera, y añade: El esplendor previo es espectacular y la carrera en sí también, claro está”. Cualquiera que se considere fanático del automovilismo, y también aquellos que no lo sean, deberían darse una vuelta por Indianapolis y entender de qué se trata esto de ser uno entre más de 250.000, todos aferrados a una misma pasión, hechizados por un idéntico encanto: autos corriendo a máxima velocidad.
EL CRONISTA