Actuar para vivir

Actuar para vivir

Por Marcelo Stiletano
Hace algo más de dos años, en Los Ángeles, durante un encuentro con la prensa internacional del que participó LA NACION, Clint Eastwood enfrentó la inevitable pregunta sobre su futuro. Por entonces ya había cumplido 80 años en plena forma creativa, con la satisfacción de que el estreno de algunas de sus películas más elogiadas no resulta muy lejano en el tiempo. Pero para un artista de su edad el tema del retiro no podía excluirse del cuestionario. Mucho más si consideramos que uno de los denominadores comunes de la obra más reciente de Eastwood tiene que ver con el inexorable paso del tiempo y la proximidad de la muerte. “Supongo -respondió el ilustre actor y director con la tranquilidad de quien ya está de vuelta de todo- que en algún momento dejaré de trabajar. Cuando hice Million Dollar Baby pensaba que sería la última como actor y después llegó Gran Torino . Así que si llega un nuevo guión, ¿quién sabe?… Quiero pensar hacia adelante como esos atletas que saben que en algún momento hay que parar, porque de lo contrario podrían lastimarse”. Con el argumento de Curvas de la vida a la vista, estas palabras adquieren otro significado.
Gus Lobel, el veteranísimo cazador de talentos de nuevas figuras del béisbol que Eastwood encarna en su nuevo film, frena varias veces por impulso propio o por obligación (a la fuerza) antes de volver a avanzar. Y parece encontrar en los más jóvenes, como ocurría en Gran Torino, razones de peso suficientes para defender sus ideas con espíritu superador en vez de quedarse ensimismado en ellas bajo el poco agradable aspecto del anciano cascarrabias.
La representación de la tercera edad elegida y encarada por Eastwood a lo largo de la última década presenta visibles ribetes personales: el actor y director de Los imperdonables, a diferencia de muchos de sus pares, siempre se mostró a lo largo de su carrera partidario de exhibir frente a las cámaras sus propias transformaciones corporales sin esconder las irreversibles huellas del paso del tiempo. Por tratarse de una figura tan venerable y referencial para Hollywood se hace inevitable extraer desde allí alguna mirada general sobre el tema y de qué manera es visto cuando le sumamos otros casos.
En el caso testigo de Eastwood, no fueron pocos los que insinuaron sin disimular la desazón que el actor no parecía estar completamente en sus cabales cuando hizo una rutilante aparición en la última convención del Partido Republicano e improvisó un monólogo cargado de reproches contra el presidente Barack Obama frente a una silla vacía para reforzar su respaldo a su adversario, Mitt Romney, finalmente derrotado en las elecciones. A comienzos de noviembre, horas antes de los comicios, Eastwood desmintió a los más agoreros al hablar con Fox News y grabar un spot publicitario en respaldo de Romney. Pero no logró acallar todos los comentarios: como al resto de los mortales (y como le ocurre a su personaje en Curvas de la vida) le toca asumir las irremediables consecuencias de quien atraviesa el ocaso de su vida.
“¿De verdad estoy viejo?”, se preguntaba Eastwood en una de las muchas entrevistas que había concedido en septiembre, antes del estreno de Curvas de la vida en los Estados Unidos y de aquella tan comentada aparición en la Convención Republicana. Su respuesta no es muy distinta de alguna de las celebradas líneas de sus más recientes (y gruñones) personajes: “Mientras pasan los años aprendemos cada vez más, hasta que llega el momento en que nos damos cuenta de que acabamos de olvidarnos de todo. Envejecer es divertido en más de un sentido, pero pregúnteme dentro de un año y trataré de responderles de la misma manera”.

Limitaciones
Patrick McGilligan, autor de la biografía no autorizada sobre Eastwood más leída y difundida, señaló en varias oportunidades a lo largo de su extenso libro que el actor siempre estuvo dispuesto a experimentar el uso de distintos procesos vitamínicos con el fin de conservar la salud y retardar el mayor tiempo posible los signos de envejecimiento.
A despecho de los hábitos que muestra en el film (en Curvas de la vida lo vemos comer con ganas platos rebosantes de colesterol, además del alcohol y un recurrente cigarro entre los dedos) hasta McGilligan admitió que Eastwood siempre llevó una vida sana y ajena a los excesos. “¿Qué hago para mantenerme en forma? Todos los ejercicios que puedo, bastante golf y una buena dieta basada en salmón y brócoli”, dijo hace poco.
La progresiva indagación sobre el tramo final de la vida, los achaques y las limitaciones derivadas del paso del tiempo fueron exploradas en los últimos tiempos por Eastwood de diferentes maneras: desde la reivindicación de las generaciones olvidadas con mucho para decir en los nuevos tiempos (Jinetes del espacio) hasta las vicisitudes que enfrenta un defensor de la ley sometido a un trasplante de corazón (Deuda de sangre), pasando por todo lo que dicen Million Dollar Baby, Gran Torino, Invictus, Más allá de la vida y J. Edgar, sus películas más recientes. En el film que conoceremos hoy, además, Eastwood ensaya una nueva vuelta de tuerca alrededor de un hecho que en su caso resulta atípico, pero no desconocido: dedicarse sólo a actuar a las órdenes de otros directores en vez de cumplir con la premisa esencial de su extraordinaria carrera, en cuya parte esencial convivieron los roles de actor y director.
Cada vez que Eastwood decidió en los últimos años volcarse exclusivamente a la actuación y ponerse a las órdenes de otro director también dejó en claro que sus papeles respondían a esa necesidad de expresar en pantalla las vicisitudes del paso del tiempo. Así dejó en manos de su amigo y antiguo especialista de riesgo Buddy van Horn la última película de Harry el Sucio (Sala de espera al infierno). Lo mismo ocurrió en el caso de En la línea de fuego, dirigida por Wolfgang Petersen, con Eastwood en el papel de un veterano integrante del Servicio Secreto de los EE.UU. que debe recurrir más al ingenio que a la agilidad para desbaratar un magnicidio.
Ahora, a los 82 años y sin complejos para lucir sus cada vez más visibles arrugas, Eastwood confió en la propuesta de su antiguo colaborador Robert Lorenz (con 20 años a su lado como asistente de dirección) y desmintió a quienes pensaban que después de Gran Torino sólo se dedicaría a dirigir. “Lo bueno es que no hay ninguna regla que nos obligue -dijo Eastwood, pícaro, en aquella charla de 2010-. Y lo que más me gusta es trabajar.”

Qué ocurre con otro jóvenes
El regreso de Clint Eastwood a la actuación despertó casi de inmediato el interés por saber en qué andan otros venerables nombres de Hollywood entrados en años, pero aún con mucho para decir. Al fin y al cabo, más allá del calendario, el público de todo el mundo todavía reconoce y admira el talento de figuras como Jack Nicholson, Warren Beatty, Gene Hackman y Sean Connery, y sobre todo se pregunta cuándo volverá a verlos en la pantalla. Todos ellos han sabido envejecer razonablemente bien, aunque se los vea esporádicamente en los últimos tiempos. Sin embargo, al menos en los dos últimos casos, la sombra del retiro parece afirmarse con fuerza. Hackman lo ha manifestado más de una vez desde que decidió dejar el cine en 2004 y no parece dispuesto a revisar su decisión. En cuanto a Connery, siempre expresó su voluntad de seguir en el cine únicamente en la medida en que se le ofrecieran papeles protagónicos. Al no ocurrir eso en los últimos años, naturalmente se volcó a un apacible retiro en su casa de las Bahamas. Quedan en pie, entonces, los regresos con gloria de dos leyendas vivientes como Beatty y Nicholson, que casualmente podrían producirse en forma simultánea. Según sugiere la prensa de Hollywood, Beatty puso el pie en el acelerador de un viejo proyecto suyo, contar la vida del excéntrico Howard Hughes, y en el elenco soñado de una idea que Beatty maneja desde al menos dos décadas (y en el que, por supuesto, personificaría al enigmático magnate) figura nada menos que Nicholson.
LA NACION