Restó privados

Restó privados

Por Constanza Coll
La condición fue que no se publicara direccio­nes: dicen que el en­canto es el secreto de una cocina exquisita detrás de una puerta sin marquesinas ni carteles. PHs, generalmente, en barrios porteños como Almagro, Villa Crespo, Colegiales o Chacarita, con las sartenes y ollas hu­meando a la vista del que quiera mirar, y una habitación cerrada, donde duerme el chef. En estos restaurantes “clandestinos” el menú es único cada noche (sal­vo pedidos especiales para celíacos, vegetarianos o diabéti­cos) y cambia de tanto en tanto, según el clima, los productos de estación y las ganas que le den al señor de la cofia blanca. Timbre y un beso en la mejilla al dueño de casa, que lleva perfume picante. Una bossa nova suena al final del pasillo. No hay más de quince cubiertos brillando, dispersos entre el living y un pa­tio apto para fumadores, y una bodega que recorre el país de los mejores tintos y blancos. Una co-pita de cristal hace la bienveni­da. “Acá vivo con mi familia, pero las noches de jueves a domingo abro la casa al público, entre co­millas, siempre que llamen con alguna anticipación” dice Alejan­dro Langer, mientras hace ma­ravillas en su cocina discreta. Cinco o seis pasos sin desper­dicio, delicatessen artesana-les perfumadas con la cose­cha de la huerta que crece en Casa Félix. “A futuro, lo que nos gustaría hacer es agrotu-rismo, moneda corriente en Italia. Se trata de hospedar a extranjeros y cocinarles con lo que florece en el jardín” sue­ñan Sanra y Diego, que acaban de terminar una gira gourmet por Canadá y Estados Unidos. Como los demás, Treintasillas empezó invitando a los amigos y hoy atesora miles de sibaritas en un mailing que no para de crecer con el boca en boca: “Cuando ha­ces algo que gusta sucede como con una bola de nieve. Pero no quiero crear un monstruo, sino mantener la esencia de las puer­tas cerradas, esta cosa íntima de estar como en tu casa. Son mu­chos los famosos que nos eligen para estar tranquilos” explica Ezequiel Gallardo, quien organi­za degustaciones de vino, da cla­ses de cocina y acaba de abrir un restaurante peruano en Palermo. La propuesta orgánica de Ken-zo nació como las demás, pero hace algunos meses se animó a abrir las puertas en un local entre Zárraga y Estomba: “Son otros los riesgos, pero mantene­mos el estilo casero. Me gusta dedicarme a los platos, prepa­rarlos en el momento, por eso seguimos con poquísimas me­sas” admite Máximo Cabrera. “¿Qué hay de cenar hoy?” pre­guntan los que llegan. La gra­cia de estos restó escondi­dos es llegar y disfrutar lo que se sirve, como en fami­lia: todos comen lo mismo.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS