11 Nov Restó privados
Por Constanza Coll
La condición fue que no se publicara direcciones: dicen que el encanto es el secreto de una cocina exquisita detrás de una puerta sin marquesinas ni carteles. PHs, generalmente, en barrios porteños como Almagro, Villa Crespo, Colegiales o Chacarita, con las sartenes y ollas humeando a la vista del que quiera mirar, y una habitación cerrada, donde duerme el chef. En estos restaurantes “clandestinos” el menú es único cada noche (salvo pedidos especiales para celíacos, vegetarianos o diabéticos) y cambia de tanto en tanto, según el clima, los productos de estación y las ganas que le den al señor de la cofia blanca. Timbre y un beso en la mejilla al dueño de casa, que lleva perfume picante. Una bossa nova suena al final del pasillo. No hay más de quince cubiertos brillando, dispersos entre el living y un patio apto para fumadores, y una bodega que recorre el país de los mejores tintos y blancos. Una co-pita de cristal hace la bienvenida. “Acá vivo con mi familia, pero las noches de jueves a domingo abro la casa al público, entre comillas, siempre que llamen con alguna anticipación” dice Alejandro Langer, mientras hace maravillas en su cocina discreta. Cinco o seis pasos sin desperdicio, delicatessen artesana-les perfumadas con la cosecha de la huerta que crece en Casa Félix. “A futuro, lo que nos gustaría hacer es agrotu-rismo, moneda corriente en Italia. Se trata de hospedar a extranjeros y cocinarles con lo que florece en el jardín” sueñan Sanra y Diego, que acaban de terminar una gira gourmet por Canadá y Estados Unidos. Como los demás, Treintasillas empezó invitando a los amigos y hoy atesora miles de sibaritas en un mailing que no para de crecer con el boca en boca: “Cuando haces algo que gusta sucede como con una bola de nieve. Pero no quiero crear un monstruo, sino mantener la esencia de las puertas cerradas, esta cosa íntima de estar como en tu casa. Son muchos los famosos que nos eligen para estar tranquilos” explica Ezequiel Gallardo, quien organiza degustaciones de vino, da clases de cocina y acaba de abrir un restaurante peruano en Palermo. La propuesta orgánica de Ken-zo nació como las demás, pero hace algunos meses se animó a abrir las puertas en un local entre Zárraga y Estomba: “Son otros los riesgos, pero mantenemos el estilo casero. Me gusta dedicarme a los platos, prepararlos en el momento, por eso seguimos con poquísimas mesas” admite Máximo Cabrera. “¿Qué hay de cenar hoy?” preguntan los que llegan. La gracia de estos restó escondidos es llegar y disfrutar lo que se sirve, como en familia: todos comen lo mismo.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS