Paul Kennedy: “Nunca vi tantas cosas tan mal al mismo tiempo”

Paul Kennedy: “Nunca vi tantas cosas tan mal al mismo tiempo”

Hoy somos testigos de cambios desastrosos en el mundo árabe. Desde Túnez hasta Siria, se producen manifestaciones con las cuales los grupos extremistas esperan alzarse con el poder. Como historiador, nunca pensé que la «primavera árabe» conduciría inmediatamente a la democracia. Pero tampoco imaginamos una situación como ésta, que amenaza con salirse de control. Para colmo, no es el único grave problema que debemos afrontar, hay cinco o seis más, empezando por la crisis económica y financiera de Occidente. Nunca en mi vida vi tantas cosas andando tan mal al mismo tiempo.”
Así lo afirma Paul Kennedy, autor de Auge y caída de las grandes potencias -un libro que marcó una época y que será reeditado en pocos meses-. “Hay una ausencia de liderazgo; los gobiernos no saben hacia dónde ir. Deberíamos conformarnos con que en los próximos 15 años logremos al menos estar menos mal”, agrega el gran historiador inglés.
“Todos los pueblos quieren una vida normal. Pero pocos lo consiguen. He visto por televisión la visita del Papa al Líbano, su plegaria por la paz, sus gestos de reconciliación entre los credos y el apoyo que ha recibido de los musulmanes. Los libaneses y el resto de los árabes están hartos de la guerra, piden serenidad y estabilidad. Pero hay gente que rechaza la paz con las armas”, afirma.

El prestigioso historiador de la Universidad de Yale -cuyo próximo libro, sobre la Segunda Guerra Mundial, se llama Los ingenieros de la victoria – teme que la situación en Medio Oriente empeore: “El otro peligro es Irán. Pero no sólo es peligroso el régimen iraní, sino que, para mí, también es peligroso Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel”.

Volvamos a la “primavera árabe “…
-Las esperanzas que había despertado ya están muertas. No debemos distraernos con los eventos de Benghazi de la semana pasada: los países a los que no hay que sacarles los ojos de encima son Egipto, Siria e Irán. Es allí donde se decidirán los próximos acontecimientos del mundo árabe. No nos ilusionemos, repito, con la democratización del mundo islámico: en mi propia nación, Inglaterra, el Parlamento nació después de un siglo de guerra.

¿No hay manera de prevenir las provocaciones, como el video que profana a Mahoma?
Entre nosotros, hay una minoría que piensa que el islam es venenoso, así como en el mundo musulmán hay una minoría que piensa que el veneno viene de Occidente. Los nuevos dispositivos, como el iPod, los celulares, las videocámaras particulares que nos transmitieron las imágenes de la “primavera árabe” nos hicieron creer que la libertad de expresión absoluta no sólo podía derribar un dictadura, sino también conducir a la democracia. Ahora, los nuevos medios nos hacen temer que la absoluta libertad de expresión produce los efectos contrarios. Es un problema de fondo, difícil de resolver, sobre el cual tanto la política como el derecho deberían pronunciarse.

Según usted, ¿la decisión de YouTube de bloquear el acceso al video sobre Mahoma en algunos países musulmanes constituye un acto de censura?
Las leyes de Occidente protegen la libertad de expresión, pero también le ponen límites. No se puede incitar al odio racial o religioso, por ejemplo. Naciones como Holanda o Alemania, que padecieron este tipo de incitaciones durante la Segunda Guerra Mundial, son más severas con quienes fomentan la violencia que Estados Unidos, donde la Primera Enmienda tiene un peso enorme. En esto también hace falta llegar a un equilibrio. Pero es justamente un bien escaso en estos tiempos.

¿Francia no podía prohibir la publicación de las caricaturas?
La libertad de expresión también es un enorme problema para los grandes medios. Están en dificultades. Sus decisiones dependen de cómo responder a ciertas demandas. ¿Cuándo es legítima esta libertad y cuándo no? ¿Qué consecuencias podría tener? El sistema perfecto no existe.

¿Por qué dice que nunca en su vida vio tantas cosas andando tan mal al mismo tiempo?
Porque no sólo atravesamos una angustiante “pos-primavera árabe”, sino que Europa está en crisis por sus deudas; Estados Unidos está paralizado por el enfrentamiento entre Barack Obama y el Congreso, y empantanado en una campaña presidencial desesperante; China y su ambición crecen parejo y desordenadamente, y su líder desaparece durante un mes; la India no se recompone económicamente; Afganistán está cada vez más cerca del precipicio, y la lista sigue. Nadie parece saber qué hacer.

¿Por eso habla de ausencia de liderazgo?
Tomemos, por ejemplo, la crisis económica y financiera. Acá en Estados Unidos, la Reserva Federal gasta 40.000 millones de dólares al mes en comprar los securities de los fondos, dólares que terminarán una vez más en las arcas de los bancos, cuando deberían destinarse a obras públicas que generen puestos de trabajo. En Europa, Alemania boicotea al Banco Central Europeo, que quiere comprar deuda de Italia y España, lo que a su vez amenaza con ampliar otra vez la tasa diferencial de esos países. Y en Rusia lo mismo, ahora a Vladimir Putin lo cuestionan abiertamente. Hay mucha desorientación y contradicciones profundas en el liderazgo actual.

¿No cree que la situación pueda solucionarse rápidamente?
Me temo que no. Si Europa sigue por el camino de la austeridad, su crisis se agravará, un grave problema sobre todo para Italia y España, que tienen tasas de desocupación juvenil muy altas. Estados Unidos está dividido. Por una parte, tolera; por la otra, no tiene demasiadas ganas de ayudar, y no se sabe qué camino tomará. Pensar que la situación pueda mejorar en lo inmediato sería un insulto al intelecto. En cuanto a nuestros líderes, tal vez, se trate también de un tema generacional. Son personas que se hicieron adultas en la década del sesenta y setenta, con una visión del mundo distinta de nuestra generación que la precedió.
LA NACION