14 Oct La pantomima, un género con historia
Por Ernesto Schoo
Los pueblos escandinavos cultivan una tradición que, recogida por los ingleses al promediar el siglo XIX, se trasladó a los Estados Unidos y se ha instalado ya, en casi todo el hemisferio norte, como uno de los acontecimientos navideños que no pueden faltar en la celebración: la pantomima alusiva a esa fecha, tan íntimamente ligada a ella como la nieve, el árbol con las luces y los regalos, o el trineo de Santa Claus.
La pantomima (del griego “pantómimos”, “que imita todo”) es un género antiquísimo; en la antigüedad romana llegó a ser la forma teatral más importante y Batilo, su cultor más famoso (por su destreza y su obscenidad), fue el equivalente de un actual ídolo del rock. En la Edad Media los juglares practicaban este arte silencioso, capaz de superar -de ahí sus ventajas- las barreras idiomáticas. Fue por esa época que se destacaron especialmente los mimos escandinavos: se considera que Dinamarca, Noruega y Finlandia proveyeron al género de notables artistas, que lo difundieron por toda Europa. Las actuaciones individuales fueron haciéndose grupales y así se configuraron estos espectáculos que reúnen expresión corporal, música y baile. Hasta hoy son magníficas las pantomimas ofrecidas en varios tablados por el maravilloso parque de atracciones de Copenhague, el Tívoli.
Así como fue el príncipe consorte de la reina Victoria, Alberto de Sajonia-Coburgo, el introductor del árbol de Navidad en Gran Bretaña, hacia 1845, no sería de extrañar que también se debiera a él la profusión de pantomimas navideñas que caracterizaron -y caracterizan aún- la celebración en territorios de lengua inglesa. Eran espectáculos suntuosos, no sólo destinados a los niños, pero siempre dentro de la ejemplaridad moral y la advertencia puritana que la época cultivaba, de acuerdo al temperamento de la soberana.
Aunque en nuestras tierras del Sur de América nunca se afianzó esa tradición (lo contrario de ahora, cuando incorporamos Halloween y el día de San Valentín), lo cierto es que una de esas pantomimas espectaculares figura cada vez con más frecuencia en el calendario navideño de los argentinos: el ballet Cascanueces, de Tchaicovsky, con diversas variantes respecto de la coreografía original de Marius Petipa, estrenado en el Mariinski de San Petersburgo en 1892, y del que Iñaki Urlezaga y sus huestes acaban de ofrecer una versión notable. En los Estados Unidos ya es un imperdible de cada Navidad, desde que el Ballet de la Opera de San Francisco lo repuso en 1944, y lo representan simultáneamente varias compañías. Y si el lector se pregunta qué hace un ballet en una columna dedicada al teatro, la respuesta está en el origen de ese singular género teatral: la pantomima.
LA NACION