08 Oct Sicila, una isla con tres mares
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Por Leonardo Freidenberg
El viajero que ingrese en Sicilia por el estrecho de Mesina, desde Calabria, tendrá la oportunidad de realizar un viaje circular si recorre la parte costera de la isla en automóvil, que en realidad es la mejor manera de bucear entre las historias de la región.
De esta forma podrá ver los 240 kilómetros que separan a la ciudad de Mesina de Palermo, deteniéndose en diversos pueblos y ciudades de la costa norte.
Unos 70 kilómetros antes de llegar a la capital siciliana se extiende Cefalú, población de menos de 15 mil habitantes, en la que vale la pena detenerse. La Piazza Duomo es uno de los sitios más atractivos de esta ciudad sin edad, recostada sobre el Tirreno.
El Ayuntamiento, ex sede del Convento de Santa Catarina, y el Palacio Episcopal rinden culto a la imponencia del Duomo -o catedral del Santísimo Salvador-, cuya construcción comenzó en el 1131.
Poco antes de llegar a Palermo, es un pecado no parar en las ruinas de la ciudad de Solunto, en el monte Catalfano, fundada por los fenicios con el nombre de Kfra y destruida casi por completo en el 397 a. C. por el dictador de Siracusa, Dionisio el Viejo.
Reconstruida en el siglo IV, Solunto concentra hoy en un Antiquarium, en la zona arqueológica, cerámicas, capiteles grecorromanos y otros objetos artísticos y de uso cotidiano en tiempos remotos. El Teatro, la Cisterna Pública, el Gimnasio, la via dell´ Agora, son los puntos por los que pasará el viajero antes de llegar a una de las urbes más fascinantes de la Europa latina: Palermo.
Unos tres días, por lo menos, hacen falta para conocer, sin aspiraciones de experto, la capital siciliana, de 700.000 habitantes, que une en su fisonomía todas las culturas y etnias que en una época u otra se asentaron en la zona.
El viajero que continúe por la autopista llegará en una hora a Trapani y en ese caso le convendrá iniciar su recorrido en el Santuario de la Annunziata y el Museo Pépoli.
Si la llegada se produce en julio o agosto, la música medieval y renacentista estará en su apogeo en diversos puntos de la ciudad, mientras que en el teatro de Segesta se ofrecen espectáculos clásicos.
Toda esta primera parte del recorrido costero siciliano a vista de pájaro continúa en Marsala, cuna del célebre vino que en realidad se hizo famoso en el mundo entero gracias a la iniciativa de los empresarios ingleses que se establecieron en la zona en el siglo XVIII. Fue aquí donde, en 1860,Giuseppe Garibaldi inició su campaña de conquista de Sicilia.
Mazara del Vallo, puerto sede de la mayor flota pesquera italiana y urbe que renació con la ocupación árabe a partir del 827, es la parada siguiente
Más adelante Sciacca, la de las termas, es un lugar especialmente agradable para un alto en el camino. Las casitas escalonadas desde la costa hacia arriba ofrecen al viajero una imagen marítima con rasgos de caos arquitectónico.
En las afueras del poblado, ya rumbo a Agrigento, el Jardín Encantado muestra el arte de Filippo Bentivegna, un artista campesino que murió, en 1967, dejando grandes máscaras esculpidas en las cortezas de los árboles y en las piedras.
Segunda mitad del viaje
Desde allí, la ruta hasta Agrigento y Porto Empedocle es corta. Millares de turistas diariamente parten en barcos hacia las islas Pelagias -Lampedusa, Linosa, Lampione y Pantelleria-, que tienen playas de ensueño. Muy cerca, en la zona residencial de Villaseta, hay un paraje llamado Caos.
Las cenizas de Luigi Pirandello están allí a la sombra de un pino, muy cerca de la casa en la que vivió el reconocido escritor.
El recorrido sigue hacia Gela, descripta por Virgilio en el libro III de La Eneida: “Y después, los campos de Gela, y la enorme Gela, llamada así por el nombre del río…”, en la que el viajero seguramente elegirá detenerse ante la acrópolis griega conocida como Molino a Vento y Capo Soprano.
La ciudad de Ragusa lleva al visitante hacia dentro de la isla, a un paisaje de sierras y mesetas en el que sobresalen las construcciones tradicionales de Sicilia y un ambiente abúlico, especialmente en el verano caluroso que los pobladores locales combaten en el cercano balneario conocido como Marina de Ragusa.
Ochenta kilómetros más adelante se levanta Siracusa, fundada en el 724 a. C. por un grupo de aventureros corintios. “Es pequeña, graciosa, asentada en las orillas del Golfo, con jardines y paseos que bajan hasta las olas”: la frase de Guy de Maupassant la describe como era a fines del XIX. Más allá de las lógicas modificaciones producidas por la modernidad, Siracusa no cambió demasiado desde entonces.
El Teatro Griego, de 138,60 metros de diámetro, es uno de los más grandes del mundo en su tipo y se conocen historias sobre él desde el siglo V a. C. Otra de sus grandes atracciones para los visitantes son las catacumbas de San Giovanni. La autopista lleva hacia Catania, la segunda ciudad siciliana según la cantidad de habitantes, que roza las cuatrocientos mil almas.
Con sus teatros, anfiteatros, iglesias, palacios y museos, Catania requiere por lo menos dos días para que el viajero pueda asegurar al regreso que conoció esa urbe asomada al mar Jónico.
Ya en plena costa oriental, Taormina es una de las piedras preciosas de Sicilia en materia turística. El Teatro Antiguo es la atracción por excelencia de la ciudad.
Construido en la época helenística, entre los años II y III a. C., fue ampliado y modificado casi trescientos años después por los romanos, que destinaron su arena a las luchas entre gladiadores.
Durante los veranos europeos, el teatro es escenario de espectáculos teatrales y musicales aprovechando su acústica extraordinaria.
Comienzo y final en Mesina
Finalmente, tras haber girado por el contorno de Sicilia, el viajero vuelve al punto de partida: Mesina. Son leyendas fantásticas las que sustentan la historia de esta ciudad. Grifone y Mata, la Dama Blanca, Colapesce y el hada Morgana comparten con los dioses de la mitología el honor de haber creado a la ciudad y sus mitos fabulosos: dicen las voces populares que Neptuno separó a Sicilia del continente con un solo golpe de tridente y que Saturno quedó tan maravillado con el lugar, que decidió fundar Mesina para hacerlo un lugar habitable.
Signada por la desgracia, Mesina fue arrasada por el terremoto del 28 de diciembre de 1908.
La reconstrucción, sin embargo, se realizó respetando los monumentos históricos que hoy pueden disfrutar los que la eligen para conocer de cerca los vestigios de las más antiguas civilizaciones de Europa.
No alcanza, seguramente, una breve descripción de todos los tesoros de la Sicilia costera para saber hasta qué punto los hombres han guerreado, han amado, han sufrido y han construido en tantos siglos, como tampoco será suficiente un solo viaje, salvo que se decida permanecer cuanto menos treinta días siguiendo el contorno de la isla.
Los vuelos de pájaro tienen, sin embargo, la virtud de que es posible volver con cada primavera.
LA NACION