Un pensador contra la corriente

Un pensador contra la corriente

Por Nora Bär
El astrónomo Carl Sagan solía advertir que “vivimos en el seno de una sociedad que depende en forma profunda de la ciencia y la tecnología, y en la que nadie sabe nada acerca de estas materias. Esto constituye una fórmula segura para el desastre”. La cita encabeza el último libro del investigador argentino residente en México desde hace más de 30 años Marcelino Cereijido, La ciencia como calamidad. Un ensayo sobre el a nalfabetismo científico y sus efectos (Editorial Gedisa, 2009), en el que revisita sus obsesiones: las dificultades de todo tipo que enfrentan los países en desarrollo por la falta de una cultura compatible con la ciencia y los peligros que esto implica para sí mismos y para el resto del mundo.
A lo largo de casi 230 páginas, Cereijido argumenta que los múltiples problemas que se presentan en todas las esferas de la vida de las comunidades sólo podrán resolverse efectivamente cuando adoptemos los principios del pensamiento científico, que interpreta la realidad sobre la base de las evidencias y no acepta dogmas ni conceptos fijos para sacar conclusiones: “La ciencia moderna es un modelo tan avanzado, que incluye hasta un mecanismo de autocorrección con el que va automejorándose, porque dondequiera que encuentre que las suposiciones y predicciones de su modelo mental discrepan con la realidad, emprende estudios específicos para ver si logra resolver la incongruencia”, escribe.
Y más adelante agrega: “Pocos parecen darse cuenta de que, como en la gimnasia, donde una persona «se hace a sí mismo», el producto principal de la ciencia no es algo vendible en el mercado, sino una persona que sabe y puede”.
En un mundo en el que virtualmente todo depende de la informática, y en el que los seres humanos subsistimos gracias a la ingeniería, las nuevas formas de producción agricolaganadera, la geología, la robótica, la biología molecular…, nuestra dependencia de la ciencia y la tecnología resulta tan obvia que no merece la pena mencionarse. Pero para Cereijido más importante que eso es su valor como herramienta para entender el mundo que nos rodea y desarrollar un pensamiento crítico. “La democracia comienza dentro de cada uno de nosotros -comenta-. Vale más ser coherente con uno mismo que complaciente en manada.”
En los últimos capítulos, ofrece algunas propuestas para desterrar el “analfabetismo científico”, algo que considera urgente: “En el mundo actual, donde entre el 85 y el 95% de la humanidad no sabe ni puede, pero cree saber y se comporta enajenadamente, estamos yendo de cabeza a la hecatombe”, advierte.
LA NACION