Ayudar a hacer pie

Ayudar a hacer pie

Por Luis Aubele
“Habitamos un mundo rápido, líquido, que está como encogiéndose”, explica la doctora en psicología Harlene Anderson, que pasó por Buenos Aires invitada por la Fundación Centro de Estudios Sistémicos (FundaCes), para dar un seminario en la Universidad del Salvador.

La lucha por hacer pie. “Vivimos experiencias en tiempo real a través de la televisión. Entretanto, las culturas están atravesando las fronteras y en medio de eso la gente lucha por vivir sus propias vidas, a su manera, por hacer pie en un medio incierto. Nosotros, como terapeutas, que trabajamos con personas, familias, organizaciones, equipos, nos fuimos dando cuenta de que el lenguaje que usamos habitualmente en psicología no sincronizaba exactamente con ese mundo en el que estamos viviendo. La propia gente con la que trabajábamos nos decía que a ellos tampoco los representaba. Nos decían: Nosotros queremos tener nuestra voz”, sigue Anderson.

Posmodernidad. Anderson es creadora del enfoque colaborativo posmoderno en terapia, que aprovecha los elementos positivos de la nueva cultura posmoderna para aplicarlos al desarrollo del bien común. “Esa voz significa poder hablar como ciudadanos, con sus gobernantes, discutir con el poder. También dialogar, dar afecto, enseñar a los hijos y expresar la realidad interior en la terapia. Pero todo esto requería un diseño nuevo, con otra manera de escuchar, de mirar de interpretar el conocimiento”, agrega.

Basta de generalizar. “La tradición occidental, en general, esta basada en un uso vertical del conocimiento, de arriba hacia abajo. El que tiene conocimiento tiene poder y lo aplica al que tiene abajo. En cuanto al terapeuta, también tiene un conocimiento que generaliza, que establece categorías fijas de problemas: si es depresión, ésta es la manera de tratarlo; y si un niño sufre rechazo en la escuela hay que tratarlo de esta otra manera. El problema es que tomamos esas ideas sin preguntar de dónde vienen. Sin cuestionar si son útiles, qué es lo que permiten y qué prohíben. Es aquí donde entra la filosofía posmoderna: que no generaliza, que considera cada caso como algo impredecible, único, distinto.”

Primera premisa. El descubrimiento de todo estos cambios llevaron a Anderson y sus colegas a generar un conjunto de condiciones, de normas básicas para el trabajo profesional, que ella coloca debajo de una sombrilla posmoderna. “En mi trabajo uso tres normas: la primera es siempre sostener una posición escéptica ante estos discursos verticales y dominantes. Esto no quiere decir que todo vale, sino que uno es como un consumidor informado que se pregunta sobre la calidad de las ideas sobre cómo criar niños, o una filosofía de educación. No tomar nada sin tener un ojo crítico”.

Segunda. “La segunda premisa es no hacer generalizaciones, categorizar problemas, categorizar personas, porque cuando generalizamos dejamos de ver lo único, lo original, esa sutileza que trae el que viene a consultar, porque perdemos algo fundamental, la unicidad, lo que hace que esa persona sea quien es. Los terapeutas tenemos que ser muy curiosos con respecto a la persona que nos consulta. Tenemos que creer profundamente que la otra persona sabe de su vida mucho más de lo que nos dice el ruido cotidiano. Esto va a contramano con el mundo en que vivimos, donde es muy fácil ser experto en el otro y sobreentender sin mirar, sin tomar en cuenta sutilezas en las actitudes o el lenguaje”, indica la doctora. Y sigue: “Claro que desarrollar esa actitud del terapeuta es algo que hay que desarrollar. Yo lo logré trabajando con gente de distintas culturas y en distintos países, pensando que en todo lados, y en el fondo, la gente quiere tener una vida buena. Algunos no saben cómo hacerla. Pero ésa es una de nuestras tareas, ayudar a que la gente logre una vida buena”.

Tercera. “Mi tercera premisa es que siempre debo hablar con el lenguaje de esa cultura pequeña donde estoy trabajando, barrio ciudad, familia. Nunca alejarme de eso, nunca generalizar. Porque cuando me alejo del espíritu de ese mundo pequeño mis posibilidades de curar se hacen difíciles.”
LA NACION