11 Aug Leipzig despierta
Por Liz Valotta
Cuando sale el sol en Leipzig la ciudad entera deja sus casas y se encuentra en las calles. Hombres, mujeres y jóvenes se acomodan en las mesas de los bares de la bulliciosa peatonal Barfussgässchen, se desparraman sin orden por el Markt (plaza central), o bien disfrutan de la serenidad urbana en cualquiera de los espacios verdes que tan prolijos adornan cada sitio. Entonces están los que beben con placer sus largos vasos de cerveza, los que se pasean por los mercados, e incluso los muchos que trabajan gustosos en alguno de los más de 30.000 parques privados ejerciendo el feliz arte de la agricultura.
Resulta extraño de comprender, pero lo que a simple vista podría parecer la escena de cualquier pueblo pequeño con espíritu bohemio, se adaptó perfectamente a la rutina de aquellos que viven en Leipzig, el lugar en el que pasaron sus épocas de oro Goethe, Schiller, Bach o Liszt. Este mismo sitio donde más de 20 años atrás llegó la transición, y por estas calles un sinfín de manifestantes silenciosos comenzaron a pasearse con velas en las manos, lo que desembocó en la caída del gran muro y en el fin de la división germana. Desde aquella época, Leipzig comenzó a ser otra; poco a poco se fueron olvidando los guardias con uniforme y fusil en las esquinas.
Hoy por hoy esta antiquísima villa de la ex-Alemania del Este se acomoda con perspectivas prósperas en el nuevo Viejo Mundo y goza a todas luces del colorido de la Europa Occidental. De hecho, puede advertirse en estos días un renacimiento en el más amplio de los sentidos: aumenta el número de empresas que allí se instalan, la cantidad de estudiantes en sus universidades, lo mismo que los locales gastronómicos y los servicios para el turismo. La ciudad crece, se inmiscuye entre las bondades del siglo XXI, pero paradójicamente las mujeres continúan comprando los alimentos frescos en la feria de la Plaza Central y vistiendo a la vieja usanza: combinando polleras largas con pañuelos en la cabeza. Y flores; todo el mundo compra flores en Leipzig si es que hay sol. De todos los colores y aromas, como si fuera una pasión, miles de flores.
Recuerdos que perduran
En Frankfurt o Berlín, seguramente la primera referencia que se escuche acerca de esta antigua sede comunista haga hincapié en su condición de “importante centro de ferias y congresos”. Empresarios y gobernantes de Europa oriental fueron regulares visitantes de este destino que ofrecía también la presencia de hombres de negocios del otro hemisferio, y que ganó en reputación al son de los vínculos económicos entre ambos mundos.
Pero todo cambió, y aunque las convenciones merecen ser bienvenidas por las ostentosas remesas líquidas que dejan, definitivamente hoy se presenta ante los ojos otra Leipzig: la que mezcla sin molestias las nuevas y viejas edificaciones, y que a cada paso genera en esta mixtura una línea muy fina entre el presente y el pasado. Y a pesar de que el capitalismo ha producido su cambios sociales, todavía quedan entre los habitantes especies de “viejos recuerdos”, por ejemplo, de cuando Goethe amaba escribir en los parques que rodean el corazón céntrico. E incluso, que en invierno prefería los ambientes cerrados con humo y cerveza, como el Auerbachs Keller, un genuino comedor que hoy sigue ostentando en su pared el mural que inspiró al escritor para la leyenda del Fausto.
De todas maneras, las recorridas que recrean épocas añejas no están signadas por un circuito o ruta a seguir, y perderse entre las calles antiguas bien puede ser una excursión por el “pasado dorado”. Un edificio anecdótico que vale la pena conocer es la iglesia de St. Tomas, dueña de un bellísimo gótico británico. Durante años Johann Sebastian Bach vivió en la que actualmente es la habitación del monaguillo. Cuentan que eran épocas en las que el compositor escribía una cantata por semana. Luego de su muerte en 1750, Bach fue enterrado en St. Tomas, donde lustros después tocaron Mozart y Mendelssohn.
En el corazón citadino, la calle Barfussgässchen, que nace en el Markt y se extiende hasta los jardines que rodean el Teatro Eisernen, es la más concurrida. Bares y restaurantes conforman la oferta principal que ostenta movimiento casi las 24 horas del día. Frente a la plaza, la antiquísima fachada del Café Spizz contempla sus mesas al aire libre en las que especialmente universitarios acostumbran a reunirse y pasar las horas, y pegado, Markt Neun inquieta con un interior que mezcla genuino ambiente alemán y diseño al estilo Soho, aparte de comida típica. Vecinos, el restaurante Varadero y el Café Brasil contribuyen con la cuota latina, ofreciendo por la noche tragos como caipirinha o mojito, y por supuesto, música del continente.
A unas cuadras, en una mansión construida en 1770 que hoy aloja al Hotel Fürstenhof, el mejor de la ciudad, el wine bar bautizado justamente 1770 enciende las luces. De ningún modo está de más pasar por allí, donde podrá percibirse el auténtico ambiente urbano que se ha generado en la última década. Una copa de algún varietal germano y la melodía extraña del idioma suman encanto cuando lo que se quiere es asimilar el espíritu del lugar. Lo que se puede hacer allí es conversar con arquitectos, músicos, empresarios y estudiantes locales, y todos tienen una misma sensación: Leipzig despierta.
EL CRONISTA