01 Jul Maravillas del arte italiano
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Por Angel Navarro
En 1884, el artista Francesco Podesti fundó en Italia la pinacoteca que lleva su nombre, a la cual donó bocetos y dibujos de su propia colección. Fue el primer paso de una larga historia que hizo posible la llegada a Buenos Aires de Meraviglie dalle Marche. Seiscientos años de pintura italiana, un panorama del arte italiano que va del siglo XIV al XIX.
Rafael Sanzio se cuenta entre los artistas cuyas obras presentará la semana próxima el Museo Nacional de Arte Decorativo mientras el Palacio Bosdari, sede de la Pinacoteca Francesco Podesti desde 1973 en la ciudad de Ancona, permanece cerrado en forma temporaria para ser restaurado. La muestra, que acaba de exhibirse en Roma -en el espacio del Brazo de Carlomagno, en la columnata de Bernini que rodea la Basílica de San Pedro-, se complementa con pinturas procedentes de otros museos de la región de Las Marcas, en el centro de Italia. Esta antigua frontera del Imperio romano, hecho al que debe su nombre, resulta notable no sólo por los tesoros artísticos que guarda sino también por la enorme contribución que realizó a la historia del arte.
Allí nacieron algunos artistas que jugaron un importante rol en el desarrollo del arte italiano, como Rafael Sanzio, Andrea Lilli y Podesti. El más destacado de ellos es Sanzio, nacido en Urbino en 1483, que trabajó en Florencia y en Roma, donde murió en 1520. Su obra no sólo influyó en su época sino que continúa siendo relevante y vigente también en nuestros días. Las pinturas que produjo durante la primera década del siglo XVI concretan búsquedas destinadas a restaurar los ideales clásicos que caracterizaron el Renacimiento. Las de los años posteriores que se cierran con su muerte, a fines de la segunda década, inauguraron un lenguaje que sería fundamental a lo largo del siglo.
En esta ligera mención debemos incluir también a Federico Barocci, quien supo interpretar las exigencias de la Contrarreforma; a los hermanos Taddeo y Federico Zuccari, que tuvieron una notable actuación en Florencia y Roma, y a Carlo Maratta, marchigiano originario de Camerino, que se destacó en Roma, el escenario más importante del arte barroco.
El interés del arte del siglo XV en las formas del pasado y en la nueva imagen de la realidad fue el resultado de un proceso que comenzó mucho tiempo antes, tal como lo demuestran las obras del último arte medieval, el llamado gótico internacional. Esto puede verse en obras como la Coronación de la Virgen de Olivuccio de Ciccarelo (c. 1388-1438) o en la tabla de Paolo Veneziano (c. 1300-1358/1362) dedicada a Historias de la vida de la Virgen , cuyas escenas hacen patente el interés por una nueva forma de representar lo real. La presencia en Las Marcas de este último artista, oriundo de Venecia -entonces cabecera de un enorme emporio comercial-, evidencia las relaciones culturales y económicas existentes con esa ciudad, algo que también podemos sostener en el caso de Carlo Crivelli (1430/35-1495), quien a partir de 1468 trabajó en distintas ciudades de la región. Sus obras, como la pequeña Virgen con el Niño pintada alrededor de 1480, muestra el gusto por el detalle realista minucioso que a veces lo acerca por su carácter a las miniaturas medievales.
Pietro Vannucci (c. 1450-1523), llamado Perugino, fue un destacado artista de la segunda mitad del siglo XV en cuyo taller trabajó Rafael. Fue autor de un gran cuadro de altar, Pala di Fano , que representa una predela en donde trabajaron ambos. Pintó escenas en las que aparece una cuidada representación arquitectónica, así como figuras que se insertan adecuadamente en ese espacio, creado a conciencia, que es uno de los logros del arte del Renacimiento.
Algunos años más tarde Rafael pintó Santa Catalina -pequeña pintura que fuera parte de un altar doméstico-, donde revela su especial interés en la figura humana y su representación realista, que se apoya en una atenta observación de proporciones, sombras y gestos que serán perfeccionados en sus obras posteriores. Este interés por la figura es el que generó un tipo de retrato como el de Francesco Arsilli de Sebastiano del Piombo, que despliega una tipología que el mismo Rafael desarrolló, junto a influencias de Miguel Ángel claramente visibles en el dibujo de las manos del retratado.
El siglo XVI fue el de las grandes exploraciones geográficas que ampliaron el horizonte europeo, tiempo de cambios en la ciencia y en los ambientes religiosos cristianos. El mundo del arte se caracterizó por la experimentación y la manipulación de los conceptos aceptados, un tiempo en que las reglas clásicas fueron quebradas deliberadamente para lograr resultados que muchas veces eran causa de discusión, tal como puede verse en las obras de Lorenzo Lotto (1480-1556) -otro artista del mundo véneto que también se aquerenció en Las Marcas- que, en su composición Virgen con el Niño y santos abandona la tradicional fórmula de la sacra conversazione típica del siglo anterior para crear un clima especial entre los santos que se reúnen frente al alto trono de la Madonna; o también en el caso de Tiziano (1480/85-1576), el gran artista veneciano, quien quiebra las simetría en su Resurrección pintada como parte de un estandarte encargado por la cofradía del Corpus Domini de Urbino, ciudad marchigiana marcada por una gran tradición artística por la corte de Federico de Montefeltro en la segunda mitad del siglo XV. Esta situación, trabajada con masas dinámicas y riqueza de color, se hace presente también en La Virgen con el Niño y los santos Judas y Simón de Federico Barocci (c. 1535-1612), otro artista local que trascendió el panorama regional y elaboró un lenguaje muy personal que, además, fue altamente influyente no sólo en Las Marcas sino en toda la península.
Sin embargo, vale la pena señalar aquí de modo especial las obras de Andrea Lilli (c. 1560-después de 1631), que trabajó en Roma para el papa Sixto V y que conservó sus formas manieristas -que ya eran tardías- cuando regresó a Las Marcas. Eso puede apreciarse en los fragmentos que quedaron de su pintura dedicada a san Nicolás de Tolentino y, muy especialmente, en su cuadro de altar Cuatro santos en éxtasis , donde figuras alargadas se mueven y gesticulan en un espacio poco profundo y extraño.
Frente a situaciones como ésta, la Iglesia contrarreformista apelará a obras que planteen un mensaje claro, directo y que no presente problemas para el observador, algo que se puede ver claramente en Virgen con el Niño en gloria y ángeles , una reposada composición de los hermanos Taddeo y Federico Zuccari (1529-1566 y 1540-1609, respectivamente), dedicada al gran tema de la época que fue celebrar las virtudes de la Virgen María, o en la delicada Sagrada Familia con san Juan niño , que Cristoforo Roncalli, llamado Pomarancio (c. 1553-1626), realizó en 1609.
En el ambiente católico romano, esta exigencia encontró una renovada respuesta en las obras de Michelangelo Merisi da Caravaggio, artista que en los diez años anteriores a su muerte, ocurrida en 1610, había sabido canalizar este llamado apelando a la sensibilidad del observador mediante imágenes de gran naturalismo como la que aquí nos presenta un ignoto artista que, para algunos expertos, posiblemente copia un original perdido del propio Caravaggio.
En Cristo a la columna el discurso despliega no sólo grandes contrastes de luces y sombras, sino también la exaltación de ciertos colores en un mensaje directo que se despliega a pocos centímetros del observador, fórmula que muy pronto siguieron otros artistas como Orazio Gentileschi (1563-1639) en su Virgen del Rosario o Giovan Francesco Guerrieri (1589-1656/1659?), aquí presente con Magdalena penitente , versión renovada de una obra que había pintado en Roma en 1611.
La forma expresiva de Caravaggio, junto a las soluciones más idealizadas de Annibale Carracci, fue fundamental en la evolución de la pintura del Barroco romano, que concibió composiciones de gran dinamismo y color, caracterizadas por abordar temas nuevos como fueron aquellos donde figuran santos en éxtasis, que son testigos de una aparición, que sufren un martirio o que son glorificados en escenas cargadas de luces especiales, nubes en profusión y ángeles que vuelan, entre otros motivos sorprendentes.
Eso es lo que presentan artistas como Guercino, tal como se conocía a Francesco Barbieri (1591-1666), que aquí llena de luz celestial el ambiente donde santa Palacia -mártir de Ancona- recibe un mensaje divino, o como Carlo Maratta (1625-1713), otro marchigiano de relevante actuación en Roma, en su emotiva representación de santa Francisca Romana y el ángel, y más aún en la pintura de altar Virgen con el Niño y santos , composiciones que están además cargadas de teatralidad y dinamismo.
Pero estas condiciones parecen acentuarse en el Tránsito de san José de Luca Giordano (1632-1705) y mucho más en San Nicolás de Bari en gloria de Mattia Preti (1613-1699), il Cavaliere Calabrese como era llamado, artistas que jugaron un papel fundamental en la transmisión de los ideales del Barroco en Nápoles y el sur de Italia.
No obstante, desde la península los ideales del Barroco llegaron a toda Europa, tal como puede verse en el tapiz realizado en manufactura flamenca a partir de un dibujo preparado por Rubens, quien había permanecido ocho años en Italia, de 1600 a 1608. Hacia el fin de su estadía realizó también una Adoración de los pastores para una capilla de la iglesia de San Felipe Neri en Fermo, hoy conservada en la Galería Cívica local.
En ese ámbito, Francesco Solimena (1657-1747), llamado Abate Ciccio, fue uno de los exponentes más importantes del Barroco, formado con las enseñanzas de Luca Giordano y Mattia Preti, a quienes había conocido cuando se trasladó a Roma. Allí, estuvo en contacto con artistas vinculados a la Academia de San Lucas, que había fundado Federico Zuccari en 1593 y que ahora ordenaba gran parte de la actividad artística. Su pintura Eneas y Dido se adentran en la gruta , que toma un episodio de la Eneida , despliega los múltiples recursos que empleó el último Barroco.
Los círculos de la cultura oficial aplauden estas obras con argumentos provistos por la literatura universal, a los que muchas veces parangonan con los religiosos. Impulsado por el consumo motivado por la Iglesia e instituciones de tipo religioso, como cofradías y congregaciones, la demanda de temas sacros constituyó el mayor número de los encargos que los artistas recibían.
Si bien con el advenimiento de nuevos esquemas de pensamiento que modelaron la sociedad moderna se hicieron frecuentes obras de diferentes campos temáticos, la obra de corte religioso no desapareció. Eso puede verse en las obras de Nicola Bertuzzi (1710-1777), natural de Ancona, que trata dos temas del Antiguo Testamento como Rebeca en el pozo y José vendido por sus hermanos , dos composiciones que ahora se asimilan a la pintura de costumbres.
Ya en el siglo XIX, las obras del citado Francesco Podesti (1800-1895) mostraron interés por diferentes cuestiones, tal como lo demuestran los cuadros que se verán en una sección especial de la exposición.
La pintura de historia, uno de los grandes temas que la Academia consagraba, está presente en su Etéodes y Polínice y también en Angélica liberada por Ruggero ; también le interesan algunos aspectos etnográficos, como puede apreciarse en Razas humanas , sin dejar de lado pinturas de índole religiosa, como Piedad , una obra elaborada a partir de un dibujo de Miguel Ángel.
La obra más célebre de Francesco Podesti es, sin duda, la que realizó para decorar la Sala de la Inmaculada Concepción en el Palacio Vaticano, contigua a las estancias que había pintado Rafael, otro marchigiano como él.
LA NACION