12 Jun Por qué los hombres pagan por sexo
Por Tesy De Biase
“En general, referirse a la prostitución es hablar de putas, rufianes, burdeles, mafias y proxenetas. Todo un sistema de complicidades está puesto al servicio de ocultar que en la industria del sexo no sólo participan mujeres que se ganan la vida y la muerte, sino que allí también están los clientes, en su mayoría hombres”, denuncia el médico y psicoanalista Juan Carlos Volnovich.
En su libro Ir de putas realiza un análisis descarnado que pone a la vista el papel protagónico de los consumidores de la prostitución, target comercial de los avisos de publicidad sexual en los diarios que un decreto presidencial prohibió apenas unos meses atrás y que la legislación de distintos países se propone penalizar.
¿Quiénes son estos protagonistas de la prostitución ocultos en las sombras? ¿Quiénes compran sexo en cabarets, zonas rojas, casas de masajes o a través de books que exponen la mercadería VIP?
“Creer que el cliente es un sádico que se puede tipificar mediante una categoría psicopatológica no explica el enorme consumo de prostitución en todas las clases sociales”, desmitifica Volnovich. Y sostiene que todo intento por reducir la cuestión a su vertiente psicológica es una forma de eliminar el carácter de abuso de poder y violación de toda ética humana del que la prostitución está impregnada.
“La explotación comercial sexual es uno de los problemas sociales, políticos éticos, culturales y psicológicos más dramáticos, más controvertidos y más escabrosos en cuanto a las relaciones entre varones y mujeres”.
“Ir de putas sigue siendo un ritual para ganar respeto dentro del universo masculino. Es una práctica que sostiene la virilidad en la posesión de los genitales y el dinero, como condición para suprimir a alguien en su lugar de sujeto.”
La práctica aparece enquistada en un modelo cultural hegemónico que dictamina quién y cómo se convierte en macho, con un estilo montado sobre el dominio de las mujeres. Además, el juego tétrico no excluye el montaje de la escena para espectáculo frente a los otros.
“El consumo de prostitución es una religión laica que un porcentaje importante de hombres utiliza para reforzar su identidad”, comenta el autor de Ir de putas (Editorial Topía), cuya actualización acaba de ser editada.
Orgasmos a la carta
Aunque las generalizaciones siempre son infieles, los expertos sostienen que una amplia mayoría de los consumidores de prostitución son hombres que sólo pueden abrirle paso al placer sexual con mujeres a quienes no los une el amor, sino una forma del espanto: la denigración.
De hecho, entrelazar pasión y amor es una construcción a la que muchos varones no acceden. “Aunque puede parecer un fenómeno superado, todavía es muy frecuente ver que los hombres aman a quien no desean y desean a quien no aman”, aclara el psicoanalista.
Pero ellos, los clientes, no lo explican de esa forma. El imaginario masculino y los intereses en juego han invertido el orden de los factores, al presentar al fenómeno como un juego de oferta y demanda que atrapa a sus víctimas por el efecto Mata Hari de las voluptuosas trabajadoras del sexo.
Al decir de Volnovich, los clientes aparecen como “seres inocentes, víctimas ante el estímulo y la facilitación de la oferta, reforzando el estereotipo de la naturaleza animal de la sexualidad masculina y justificada en el supuesto según el cual una vez que los varones hemos sido provocados y excitados ya no somos responsables por nuestros actos. Son ellas las responsables de desatar esos bajos instintos y es obligación de los varones ubicarlas en su lugar”.
Lectura que lleva necesariamente a la discriminación entre una prostitución “mala” -siempre condenable por ser forzada y a beneficio del explotador- y una prostitución “buena”, al servicio de la satisfacción de la naturaleza masculina. Prostitución ofertada por quienes bajo presunta libertad ejercen un oficio viejo como el mundo sobre el cual reclaman reconocimiento ante organismos como la Organización Internacional del Trabajo en función de la dignificación gremial de su oficio.
“Si a alguien dignifica esta posición, es a los varones que pagan por hacer uso y abuso de cuerpos dispuestos a ser íntimamente arrasados”, se indigna Volnovich, y para derribar la hipótesis de la prostitución como profesión, relata las dificultades que la organización Whisper encontró a la hora de determinar las habilidades que necesita una mujer para desempeñar su trabajo.
A saber: “Simular placer durante la ejecución de actos obscenos, fingir orgasmos y tolerar hasta el extremo todas las formas imaginables de violencia sobre su cuerpo, de modo que pueda ser usado por el cliente sin resistencia alguna”.
Sin contemplaciones, la cofundadora de la Asociación Civil La Casa del Encuentro, Fabiana Túñez, desmiente: “El cliente prostituyente elige entre cuerpos y no entre personas, no sólo busca sexo, también dominio y abuso de poder. En la prostitución, el cliente tiene derecho al consumo sexual del cuerpo de la mujer no existiendo un intercambio sexual recíproco, ni paridad de derechos”.
Otro lugar en el mundo
El autor de The Sex Exploiter , J. Davison, describe “el espectáculo de mujeres y adolescentes alineadas en un burdel, numeradas y a disposición de cualquier hombre que las elija, dominadas y humilladas, despojadas del poder de resistir”.
En su papel de esculturas vivientes que se activan cuando el cliente deposita una moneda en su caja registradora, las autodenominadas trabajadoras del sexo montan un espectáculo a pedido del comprador y ofrecen orgasmos a la carta.
El modelo no es ajeno a una cultura que promueve el paradigma hegemónico de la mujer-gato de consumo masivo, se quejan las integrantes de organizaciones defensoras de los derechos de las mujeres.
Y, sumado al reclamo por control político de la prostitución y legislación condenatoria, las críticas apuntan a la divulgación de un modelo vulgar, hueco y escultural de mujeres que, en palabras de Fabiana Túñez, conforman el sector VIP de la prostitución.
Desde la Fundación María de los Angeles (fundada por Susana Trimarco, la mamá de Marita Verón, raptada por el mercado de trata), Andrea Romero sube el tono, y acusa al colectivo social: “Todos somos responsables si no resistimos este lugar de denigración y seguimos dándoles rating a quienes nos ubican en un lugar denigrante, sin proponer para las mujeres otro lugar en el mundo”.
LA NACION