“El último ídolo soy yo”

“El último ídolo soy yo”

Por Roberto Berasategui
Lejos está aquella imagen del piloto agresivo, el que dominaba la escena. En el triunfo y en la polémica. El que ostentaba poder deportivo y el que deslumbraba por maniobras increíbles. El rol de abuelo absorbe todo. Juana, de 10 años, es el centro de atención de Juan María Traverso. “Trato de gozar con ella todo lo que me perdí con mis hijos. Eso de estar todos los fines de semana lejos de casa, en las carreras”, destaca el “Flaco”, que hace 40 años debutaba en el Turismo Carretera, con un Torino.
-Corriste en la época artesanal y en la del profesionalismo. ¿Cuál fue tu preferida?
-Fueron tres etapas distintas. La década del 70 y parte del 80, la 2» parte 80 y 90 y el final. Son totalmente distintas. Corredores buenos, profesionales y tecnología hubo en todas las épocas. La cantidad de elementos que se inventaban para los autos de TC era increíble, y era la tecnología de la época. Ahora tiene más de lo que se debe tener. Pero antes era en función de la seguridad: frenos, butacas, etcétera. Ahora, un auto de calle, de alta gama, el más caro, es a prueba de pelotudos. Tiene control de tracción, cámaras atrás, no podés chocar. El auto te avisa, te enciende una alarma, te grita, falta que te meta un bife? Esa tecnología para la calle está perfecto, porque hace a la seguridad. Pero para la competición quita posibilidades al piloto. La habilidad de modular un acelerador, de hacer un cambio, elimina al piloto. Esto hace que haya más corredores. Ahora no se necesita saber todo eso.
-¿Empareja para abajo?
-A mi entender sí. Y pasa en la Fórmula 1 también. Salvo el automovilismo norteamericano, que todos los años vuelve a sus fuentes, le saca la tecnología que se mete en las categorías. Y fomentan al deportista.
-¿El sistema del automovilismo actual permitiría un Traverso?
-Quizá sí. Pero hoy si me dicen subite en ese simulador, entrenate tres días y capaz que luego voy corro y gano, la verdad me dedicaría a otra cosa.
-Fuera de lo deportivo, todo aquello que rodeó la figura de Traverso, como el cigarrillo, los portazos, las declaraciones explosivas? Hoy si fueses piloto oficial no te lo permitirían.
-¡Claro! Es más. En una de las últimas épocas del TC 2000, en el equipo Toyota, un funcionario me sugirió que no dijera más malas palabras. Le dije: “No tengo más remedio”. Hoy un corredor llega 20 y si vos le preguntás, él no te dice por el motor, por la cubierta, por la estrategia… Pero tampoco te va a decir que maneja mal. ¿Qué tiene de malo decir que el motor no anduvo? Todo se transforma en aburrido.
-¿Por eso ya no hay ídolos?
-El último ídolo soy yo. Y no lo digo de manera soberbia. Lo digo porque creo que es malo. Debería haber otro y otro y otro más. Pero no surgen por esto que hablamos.
-Vos desacelerabas para salir 4°. Y a Mauro Giallombardo lo sancionaron por dejarse pasar por un compañero de equipo. ¿Qué opinás?
-Él tiene todo el derecho de hacerlo. Yo si no perjudico a nadie en la pista lo hago. Si quiero parar para ir al baño, ¿quién me lo prohíbe? La sanción a Giallombardo estuvo mal. Ahora, si lo hacés, es porque te conviene. Entonces bancátela. Yo cuando entré en el equipo Ford oficial era el segundo de Gradassi. Y cada vez que me mostraban el cartelito puteaba, pero aceptaba la regla.
-¿Ves las carreras ahora?
-A veces sí. A veces me quedo dormido. En realidad muchas veces. Las últimas de TC fueron aburridas. Las de las otras categorías también.
-¿Por qué son aburridas?
-Gana el auto. Si un piloto quiere aplicar su capacidad para ganar cinco puestos no puede. Siempre fue importante el auto, pero hoy es demasiado. En la F.1, por ejemplo, Sebastian Vettel no es malo, pero ¿cuántas veces se equivocó? Y sin embargo salió recontracampeón.
-¿Serías dirigente?
-No, porque quedé fuera del sistema. El negocio no debe pasar por las entradas o la venta de cigüeñales. Hay que tener un gran sponsor y 20 puntos de rating. Hoy se enojan conmigo cuando digo que Los Simpson tiene más teleaudiencia que el automovilismo. Pero es la realidad.
-Alain Prost dijo que los pilotos actuales no advierten la sensación de peligro. ¿Coincidís con él?
-Es que no tienen peligro. Vos te subís al auto de Vettel, en el autódromo de Hungría, y te querés matar, no podés. ¡No te podés matar! Te bajás caminando. Ojo, yo no digo que quiero que se maten, pero al no existir ningún peligro desaparece el coraje y todo es técnico. Si vos tenés paciencia para estar en un simulador durante 24 horas seguidas y yo no, me ganás. En mi época definía el coraje. Muchas veces cerrábamos los ojos y pensábamos “que salga bien”, y zafábamos. Íbamos a correr para no volver. Eso no existe más.
-Hace pocos días hubo una accidente fatal en la Indy?
-No lo vi, aunque te parezca mentira no vi ese accidente. Pero la Indy vuelve al origen del automovilismo. Es un deporte de alto riesgo.
-Hoy, 40 años después de tu debut, ¿hay hechos puntuales que hoy no repetirías?
-Volvería hacer todo lo que hice, pero no con el automovilismo actual. No me dejarían girar con el auto prendido fuego, o sin una rueda. En cada etapa de un GP de TC uno zafaba 500 veces de matarse. Cuando manejé el auto de los hermanos Emiliozzi en Olavarría, me di cuenta de que ese auto era una locura. ¡Caminaban miles de kilómetros a 220 km/h con esa cascarita! No sé si te tiene que fallar, pero había que manejar eso?
-¿Qué fue lo mejor en 40 años?
-Me tocó correr una época espectacular. Corrí con una generación dorada de pilotos (Perkins, el Gallego Cupeiro, Bordeu, Gradassi) y traté de escuchar y aprender de todos ellos. Y luego traté de aplicar un poco todo lo que había aprendido. Y me fue muy bien.
LA NACION