23 Jun En busca de las víctimas civiles en Siria
Por Greg Jaffe
Una mañana reciente, en la campiña de las afueras de Londres, Kinda Haddad dejó a sus hijos en la escuela, volvió a su casa y se puso a navegar con su computadora en busca de los primeros reportes del día sobre civiles sirios muertos por las bombas de Estados Unidos.
Kinda miraba fijamente una pantalla llena de fantasmagóricas imágenes de niños muertos, cuerpos ensangrentados cubiertos de polvo y pila tras pila de escombros.
Kinda Haddad tiene 45 años y hace más de dos años que se dedica rutinariamente a esto todos los días, desde que se convirtió en la primera analista de Airwars, una agrupación sin fines de lucro de ocho personas que se plantearon una simple pregunta: ¿cuál es el número exacto de civiles que mueren como consecuencia de los ataques aéreos de Estados Unidos sobre Siria e Irak? Es más, ¿era posible saberlo?
Las fuentes usuales de ese tipo de información –periodistas, Naciones Unidas y organismos de derechos humanos que monitorean tradicionalmente a las víctimas civiles– ya hace tiempo que se retiraron de ese campo de batalla, sobre todo después de una serie de secuestros y decapitaciones de periodistas y voluntarios humanitarios a manos de Estado Islámico en Siria.
Así fue como Airwars se puso literalmente a armar el rompecabezas, un proceso extenuante que implica revisar decenas de miles de videos caseros de imagen borrosa, fotos, publicaciones en Facebook, reportes militares y cualquier otro fragmento de información. Kinda decidió enfocarse en Siria.
Al principio pensó que ni siquiera encontraría suficiente información para empezar a trabajar, pero pronto advirtió que el problema era exactamente lo contrario: “No hay poca información. Casi que hay demasiada.”
El resultado hasta el momento: tras más de 1000 días de bombardeos, Airwars estima que Estados Unidos y sus aliados han matado por los menos a 3200 civiles, o sea, nueve veces más que las 352 muertes reconocidas por los militares norteamericanos.
“Abro las páginas web de varias fuentes al mismo tiempo”, dice Kinda y hace clic en Raqqa Is Being Slaughtered Silently, Voice of the East, el Raqqa Truth y el Euphrates Post, todos sitios que reportan secretamente desde el interior del califato de Estado Islámico.
Muchos de esos medios empezaron como páginas de Facebook o cuentas de Twitter dedicadas a documentar los brutales excesos del presidente sirio Bashar al-Assad o el sangriento saqueo de Estado Islámico. Pero a medida que los combates en el terreno se multiplicaron, la misión de esas fuentes de información se extendió también al relevamiento del caos y los padecimientos que sufría Siria.
Kinda filtra los informes para encontrar el primer indicio de posibles víctimas civiles. Según el Euphrates Post, aviones norteamericanos habían atacado un hospital de campaña en Tabaqa, a unos 50 kilómetros de Raqqa, donde murió un médico, y varias enfermeras y pacientes habían resultado heridos.
Kinda tradujo al inglés los posts en árabe y los pegó en un documento compartido que ella y sus colegas después pueden analizar durante el día.
Algunas denuncias, como la del ataque en Tabaqa, ofrecían pocos detalles, mientras que sobre otras había copiosas menciones que llevaba días compaginar para incluir los nombres de las víctimas, las fotos y los videos documentales. En más de dos años de trabajo, Kinda y los demás investigadores de Airwars han recolectado los nombres de más de 1300 víctimas en Irak y Siria.
“Éstas no son las víctimas anónimas de las guerras del pasado”, dice Chris Woods, el periodista de investigación que fundó Airwars hacia fines de 2014.
Para los analistas de Airwars, el mayor desafío ha sido establecer con certeza si Estados Unidos o algún otro combatiente arrojó la bomba de un incidente determinado.
En marzo, los analistas de Airwars, abrumados por la escalada de la guerra en Irak y Siria, dejaron temporalmente de hacer una evaluación detallada de los ataques aéreos rusos. El grupo no releva los ataques del gobierno sirio; tampoco los ataques con fuego de artillería, cuyos resultados a veces pueden ser confundidos con los de un ataque aéreo.
Airwars estima que en marzo de este año, Estados Unidos y sus aliados mataron a más de 320 civiles sirios, casi siete veces más que el número de víctimas de febrero. Para Woods, ese auge demuestra que el gobierno de Trump flexibilizó los reparos que protegían a los civiles.
“Si recibimos semejante cantidad de informes y denuncias de civiles muertos, entonces mejor prestar atención”, advierte Woods.
Kinda Haddad se aboca entonces a los detalles específicos más cruentos. Dos días antes, Kinda y Abdulwahab Tahhan, otro analista de Airwars que releva la guerra en Siria, se pasaron un día entero documentando las consecuencias de una serie de ataques aéreos sobre Bukamal, una aldea de Siria oriental.
Kinda vuelve a abrir ese informe que ya tiene 30 páginas y advierte que su colega ha agregado un video de la escena que ella de alguna manera soslayó en su búsqueda inicial. “A esas alturas ya debía de estar ciega”, le escribió como disculpa y luego hizo clic en el video, que arrancó con la imagen de una pila de escombros a oscuras sobre la que bailaban los haces de luz de unas linternas. Kinda subió un poco el volumen de su computadora.
“¡Dios nos ayude!”, gritaba un hombre mientras los rescatistas zumbaban a su alrededor.
“¡Muévanse, muévanse, muévanse!”, gritaban otras voces.
La tambaleante imagen tomada con un celular se cortaba repentinamente y pasaba a mostrar una morgue improvisada, donde manos enfundadas en guantes de cirugía acariciaban los rostros de niños muertos que habían sido retirados de entre los escombros.
“En este tipo de guerras, el problema es que la gente sólo informa el número de muertos”, dice Kinda. “Al principio, tres muertos escandalizan, pero después hacen falta 20, y así sucesivamente…”
Fue poco después de empezar a trabajar para Airwars que Kinda, sola en su casa, entendió que las imágenes que tenía que ver en su pantalla eran más digeribles si mantenía apagado el volumen, para no oír los gritos.
Había hecho clic sobre un video de la aldea de Ver Mahli, en el norte de Siria, blanco de un sostenido ataque aéreo norteamericano en la primera mitad de 2015. La escena abría con la imagen de una pickup cargada de cuerpos de niños mutilados. Un hombre mayor, devastado y lleno de furia, levantaba el cuerpo sin cabeza de un niño y lo alzaba hacia el cielo, por donde habían pasado los aviones norteamericanos.
“¿Acaso fueron los de Estado Islámico? ¿Fueron los de Estado Islámico?”, aullaba en su dolor.
Esas imágenes tan explícitas suelen ser borradas de YouTube o Facebook rápidamente, así que archivarlas es responsabilidad de Kinda y sus colegas. Cuando empezó en esto, Kinda suponía que Naciones Unidas, los medios de comunicación o los organismos de derechos humanos se interesarían por esa información.
Pero en los últimos tiempos, sin embargo, los más ávidos consumidores del trabajo que hace Airwars han sido los militares norteamericanos. Hacia fines del año pasado, los directivos de Airwars se ofrecieron a compartir todos los datos que han recolectado sobre denuncias de víctimas civiles. “Teníamos esta enorme base de datos públicos, y ellos no estaban usándola”, dice Woods en referencia al Pentágono. “Para ellos fue como un regalo caído del cielo.”
Desde entonces, el Pentágono ha revisado casi 350 denuncias de Airwars anteriores a noviembre de 2016 y determinaron que alrededor de 80 de ellas merecen ser evaluadas en mayor profundidad. En el resto de los casos, los militares dicen no encon-
trar registros de “ataques potencialmente corroborables en la zona” al momento de la denuncia.
Ahora Airwars les envía nuevas denuncias todos los meses para que las revisen. Y a veces son los propios militares los que le suministran a Airwars las geocoordenadas precisas de un bombardeo, para asegurarse de que los ataques no sean contabilizados dos veces.
“Supongo que es inusual, pero no me parece algo extraño”, dice, en referencia a ese intercambio, el coronel Joe Scrocca, vocero militar norteamericano en Bagdad. “Aceptamos que en algunos casos probablemente exista evidencia que nosotros no tenemos. No podemos entrevistar individualmente a cada víctima o a sus familias. No tenemos gente en el terreno para eso.”
A pesar de esa colaboración, la relación entre Airwars y el Pentágono sigue siendo tensa. Por más que los militares aceptan que sus cifras de víctimas civiles “probablemente sean bajas”, insisten en que los cálculos de Airwars son demasiado altos y muchas veces basados en evidencia poco confiable. Airwars no tiene acceso a las imágenes clasificadas de los videos de vigilancia ni a las bitácoras de ataques militares norteamericanos, elementos cruciales para determinar la credibilidad de una denuncia. “Ellos toman la denuncia por su valor nominal”, dice Scrocca.
Quienes trabajan en Airwars, como Kinda, contraargumentan que los militares son rápidos para desestimar la evidencia proporcionada in situ por los iraquíes y sirios que contradice las borrosas imágenes de sus cámaras de vigilancia. “Sólo confían en lo que muestran las cámaras”, afirma Kinda. “Y eso francamente es un disparate.”
Un país que desapareció
Colgada detrás del escritorio de Kinda hay una imagen de otra Siria. En la era de la foto blanco y negro de la década de 1970, Kinda y su hermana alternaban estadías con su padre sirio y su madre armenioholandesa.
“Mamá quería que nos mudáramos antes de que creciéramos, nos casáramos y tuviéramos hijos allá”, dice Kinda sobre el país donde pasó su infancia y su adolescencia. “No quería que viviéramos en una dictadura.” Por razones de seguridad, Kinda prefiere que no se dé a conocer la ciudad donde vive actualmente.
Kinda fue a Siria por última vez en 2011 para ver a su padre, que se había jubilado y había vuelto a su país tras muchos años en el extranjero. Pocos días después de haber llegado, se desató el levantamiento contra Al-Assad en su ciudad natal de Latakia. “No se podía salir a la calle”, recuerda Kinda. “Mis hijos eran chiquitos, así que pensé que no tenía sentido quedarse.” Tres días después, se volvió a Inglaterra.
Su padre murió varios meses después. El esposo de Kinda le rogó que no se arriesgara a otro viaje peligroso para asistir al entierro, y ella aceptó, aunque a regañadientes. Es una decisión que hoy lamenta.
“Por lo menos, tendría que haber puesto pie ahí y después volverme”, dice.
Desde entonces, experimenta lo que ocurre en Siria casi enteramente a través de los fragmentos, muchas veces confusos, que encuentra en Internet.
Hace dos años, estaba investigando la muerte de un hombre de unos 20 años que según una denuncia había perdido la vida durante un ataque aéreo norteamericano cerca de Idlib. Se trataba de un hecho acotado: sólo un civil muerto en una guerra que parece recrudecer día tras día.
Kinda insertó el nombre del joven en algunos motores de búsqueda y encontró un video de febrero de 2013 en el que podía vérselo vistiendo un buzo con la inscripción “New York” y cantando canciones de la resistencia. “Musulmanes y cristianos por igual, todos putean contra Al-Assad”, cantaba el muchacho en un breve video tomado con su celular que había sido visto por apenas 163 personas. “No dejaremos de hacer la revolución hasta que el carnicero sea condenado a muerte.”
En un video realizado 18 meses después, el hombre ya tiene la barba crecida y canta un lamento plañidero en honor a los mártires de Estado Islámico. Kinda se preguntaba cómo clasificarlo: ¿civil o combatiente?; ¿víctima o terrorista?
Pero ahora lo ve como una especie de presagio. “Esos videos muestran cómo empezó la revolución y en dónde terminó”, dice Kinda. “Muestra dónde ha ido a parar Siria.”
Antes de que los chicos vuelvan de la escuela, Kinda pasó el resto del día rastreando por toda la Red el sitio web de Amaq, la agencia de noticias vinculada a Estado Islámico.
La mayor parte del sitio es pura propaganda de la agrupación terrorista, pero también puede ser una importante fuente de información, fotos y videos de víctimas civiles en lugares como Raqqa, donde comunicarse con el mundo exterior es extremadamente peligroso para los sirios, debido a la feroz represión de Estado Islámico en el lugar.
“Lo sorprendente es que no exageran el número de víctimas civiles”, dice Kinda. “De hecho, en otros sitios web uno encuentra cifras más altas. Tal vez no quieren que la gente piense que están perdiendo. Tal vez quieran mostrar signos de debilidad.”
Últimamente, sin embargo, el sitio web de Amaq es cada vez más difícil de encontrar. Los activistas opositores a Estado Islámico se ocupan de corromper los links que llevan a esa página y lo bloquean en la Web durante varios días, hasta que el sitio vuelve a emerger con una nueva dirección de Internet.
De tanto rastrear el sitio de Amaq, Kinda se topó con un grupo abocado a mantenerlo fuera de la Web. “Si encontrás un sitio de Estado Islámico, ¡avisanos que nosotros nos ocupamos de destruirlo!”, se jacta el grupo en su cuenta de Twitter.
“Esto sí que es un problema”, se queja Kinda. “Tengo que avisarles que lo que están bajando de la Red en realidad es muy útil.”
Media hora después, cuando los chicos volvieron de la escuela y se pusieron a leer historietas en la habitación de al lado, Kinda aún seguía buscando el sitio de Amaq online.
“¿Le diste de comer al gato?”, le pregunta su hija. Kinda le pide que abra una lata de alimento y luego vuelve a sentarse frente a la computadora.
“A veces pienso que no puedo más, que ya basta”, dice en referencia a su trabajo para Airwars. “Pero entonces empieza a llegar información nueva y ya no puedo parar.”
Mira de reojo la hora en la pantalla de la computadora y advierte que debe llevar a su hija a la clase de ballet. “¡La campera, la campera!”, grita mientras arrea a sus hijos hacia la puerta. Minutos después, ya están montados a la camioneta de la familia y atraviesan a toda velocidad la campiña inglesa. © The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
Se estima que en marzo de este año EE.UU. mató siete veces más civiles sirios que en febrero Para los militares, los cálculos de Airwars se basan en evidencia poco confiable.
LA NACION/THE WASHINGTON POST