Obras que Picasso atesoró hasta el fin

Obras que Picasso atesoró hasta el fin

Por Ana María Battistozzi
Pablo Picasso es uno de los artistas visuales más taquilleros del presente. Lo es desde aquella emblemática retrospectiva de 1981 que le dedicó el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y demostró al mundo que una exhibición podía cambiar el rostro de una ciudad y convertirla en un imán capaz de atraer miles de entendidos y turistas. Es sabido: la sola mención de Picasso hoy convoca multitudes. Sea alrededor de un escuálido conjunto de grabados, cerámicas y servilletas con la paloma de la paz y su firma –como los que llegaron a este país en más de una ocasión– o de un conjunto de gran consistencia como este que llega al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires desde el Museo Picasso de París y se podrá ver a partir del viernes.
Son setenta y cuatro obras sobre papel que pertenecieron al propio artista hasta su muerte y luego sus herederos ofrecieron al estado francés como parte del impuesto a la herencia. El acuerdo permitió el nacimiento del fascinante museo Picasso en el barrio de Le Marais. Así se abrió una de las más completas colecciones del artista integrada por más de cinco mil piezas.
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De ese importante patrimonio, lo que ahora viene por primera vez a la Argentina, tras la selección que realizaron la directora del Moderno Victoria Noorthoorn y su equipo de trabajo, es un conjunto más que suficiente para ofrecer al público un sólido recorrido retrospectivo por la obra de Picasso.
La organización en el espacio del museo es cronológica; se inicia en 1897 en Barcelona, cuando el artista tenía apenas 16 años y termina en 1972, un año antes de su muerte. Entre un extremo y otro se suceden de modo exuberante las múltiples líneas de investigación que fue explorando en sucesión y simultáneamente. Desde las melancólicas figuras expresivas, asociadas a las épocas azul y rosa de los primeros años del 1900 y la dura primera estadía de juventud en París, a la indagación que reconduce sus intereses hacia la escultura ibérica y el arte africano para arribar luego a la experimentación cubista que compartió con Georges Braque. Todo esto en el breve tiempo transcurrido entre 1901 y 1909.
Resulta imposible no evocar entonces aquella afirmación de Octavio Paz respecto de la inigualable dimensión proteica de su producción que lo identifica con los mayores cursos del arte del siglo XX. Así un importante grupo de “papier collés” de los que produjo en los años de la primera guerra europea y dieron lugar a fructíferos debates entre notables teóricos convive con trabajos que lo aproximan a las perspectivas libertarias y relativas que promovió el surrealismo, curiosamente desde sus investigaciones cubistas.
“Buscamos armar una exposición que no caiga en lugares comunes frecuentes de la obra de Picasso”, explica Victoria Noorthoorn. Uno de ellos es el énfasis que sucesivas exposiciones pusieron en las mujeres que pasaron por su vida. Un pasaporte al éxito de público que muchas instituciones –incluido el MoMA– no pudieron evitar.
“Tampoco encasillarlo en categorías estilísticas como el cubismo analítico, el cubismo sintético, el surrealismo, sino entender a Picasso como un artista muy interesado por la realidad que lo rodea y volviendo sobre sí mismo para retroalimentarse permanentemente”, agrega la curadora de la muestra.
En la recorrida se advierte el interés de Picasso por ciertos maestros, con observaciones precisas que son la base de sucesivas reformulaciones creativas. Velázquez, El Greco, Ingres, Delacroix, Cézanne. De cada uno toma algo al tiempo que los disecciona, conservando su esencia pero transpuesta a un lenguaje que es el de Picasso; un lenguaje inquieto en permanente cambio.
La selección incluye dibujos relacionados con las colaboraciones que realizó para el Ballet Ruso de Diaghilev. También retratos de sus mujeres, algunos más esbozados, otros más precisos: Olga Koklova, Françoise Gilot y Dora Maar. Varios dibujos en los que parece empeñado en comprender la lógica de la línea de Ingres. Como así también una tinta –Monster de Boisgeloup (1935)– que en cierta medida participa de la estética de Sueño y mentira de Franco, la serie de grabados que anticipa algunas de las figuraciones de Guernica. Muchos de estos trabajos integraron la retrospectiva del 81 en el MoMA.
El dato no hace sino respaldar la coincidencia entre Victoria Noorthoorn y Emilia Philippot, curadora asociada del museo francés, que ubican al dibujo como un territorio fundamental en las investigaciones artísticas de Picasso. Es allí donde se ponen de manifiesto las diferentes elaboraciones y reelaboraciones que impulsan al artista de una búsqueda a otra. Es en ese gran laboratorio de formas, al decir de Philippot, “donde se revela el flujo de su imaginación en permanente actividad”.

Pablo Picasso: Más allá de la semejanza
​Hasta el 28 de febrero en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (avenida San Juan 350).
Entrada: $ 20. Martes, gratis.
Horarios: Martes a viernes, de 11 a 19. Sábados, domingos y feriados, de 11 a 20.
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