Más que un club

Más que un club

Por Ezequiel Fernández Moores
A estas alturas de la vida -respondió Luis Enrique, DT de Barcelona- me puedo imaginar cualquier cosa”. Un día antes, Javier Tebas, ex político de la ultraderechista Fuerza Nueva y presidente de la Liga de Fútbol Profesional (LFP), y Miguel Cardenal, titular del Consejo Superior de Deportes (CSD) del conservador Partido Popular (PP), afirmaron que Barcelona quedará afuera de la Liga de España si en las elecciones del domingo, como indican todos los sondeos, gana el voto independentista. ¿Acaso alguien podría imaginarse a Leo Messi, Luis Suárez y Neymar jugando una Liga Catalana contra equipos como Reus, Olot, Hospitalet, Llagostera, Gramanet y Palamós? ¿El mejor equipo del mundo en “superclásico” contra Espanyol? “Quieren a Cataluña independiente, pero a Barcelona español”, se burlan en Madrid. “El futuro del Barça -editorializó ayer el propio Josep María Casanovas en el diario catalán Sport- depende de la independencia”. Unos podrán vivir acaso demasiado aferrados al pasado. Otros lo desconocen. En 1936, cuando estalló la Guerra Civil en España y Madrid resistía el ataque de las tropas franquistas, Real Madrid pidió jugar en la Liga Catalana. “Bienvenidos”, abrió sus brazos el Sindicato de jugadores de Barcelona. Los clubes también lo aceptaron. El único que se opuso fue Barcelona.
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El presidente de Barcelona, Josep Sunyol i Garriga, empresario y diputado del partido Esquerra Republicana (ERC), ya había sido fusilado contra un árbol en la sierra de Guadarrama. También el presidente de Real Madrid (entonces Madrid Club de Fútbol) Rafael Sánchez Guerra, republicano, fue encarcelado siete años por Franco y luego se exilió en París. Medio equipo de Real Madrid fue a la cárcel. Otros dirigentes fueron fusilados. Los primeros catorce años de Franco, en los que un gran Barcelona ganó cinco títulos, fueron en cambio sequía pura para Real Madrid. Hasta que en 1953 llegó Alfredo Di Stéfano. De dos títulos de Liga en 25 años, Real Madrid gana en once años ocho títulos de Liga, cinco Copas de Europa, una Copa de España y una Copa Intercontinental. Pero Di Stéfano, dicen en Cataluña, fue un “robo” de Real Madrid a Barcelona ayudado por la dictadura. Franco puso en 1940 en Barcelona al Marqués de la Mesa de Asta, comandante de caballería. En su primera ida a la cancha, el Marqués preguntó a cuántos goles se jugaba el partido. Renunció a la presidencia en 1943 defendiendo al club después de una vergonzosa goleada de Real Madrid 11-1, previas amenazas policiales en el vestuario contra jugadores de Barcelona. Franco recalificó terrenos y ayudó a Barcelona a construir el Camp Nou. Pero ordenó castellanizar nombre, prohibió símbolos e impuso sanciones. El estadio pasó a ser sagrado: se podía hablar de política y en catalán. Hasta un joven sordomudo podía gritar “¡Visca el Barça!”. Fue en 1968 cuando el presidente Narcís de Carreras pronunció la frase famosa: “el Barcelona es más que un club”.
Dos años después, Barcelona estalló en su casa. El responsable fue el árbitro Emilio Carlos Guruceta. Un penal por lo menos un metro afuera del área a favor del Madrid provocó un lanzamiento masivo de almohadillas y obligó a suspender el partido. “Felipe V volvió a Cataluña”, osó escribir Antonio Franco en Diario de Barcelona. La comprobación de que en las páginas de fútbol, contó Enric González el domingo pasado en El Mundo, podían comenzar a permitirse libertades impensables en las páginas políticas. Franco se unió a Manuel Vázquez Montalbán, que había escrito en 1969 un artículo célebre en Triunfo. Decía que el Barça servía de “médium” con “la propia historia del pueblo catalán”. Escribió luego dos frases que quedaron para siempre: 1) “El Barça tiene su papel en la construcción y reconstrucción del agravio colectivo catalán” y 2) El Barça como “ejército simbólico y desarmado de Cataluña”. Eran años de madridismo. El Barça -se le burlaban al entonces presidente Agustí Montal (1969-77)- “es más que un club, pero menos que un equipo”. El árbitro Guruceta siguió amable con el Madrid. Murió en accidente de auto, cuando iba a dirigirlo otra vez. Años después fue acusado de corrupto en copas europeas. El diario Marca aún hoy distingue al mejor árbitro de la Liga con el premio “Guruceta”.
Un constructor bilbaíno, simpatizante de la derechista Alianza Popular y ajeno a todo catalanismo devolvió títulos y poder al Barcelona. José Luis Núñez (1978-2000) dio inclusive la primera copa europea. En un discurso, cuenta Ramon Miratvillas en el libro “La función política del Barça” (2013), Núñez homenajeó “a la ciudad que lleva el nombre de nuestro club” y se declaró más importante que el presidente de la Generalitat. Acaso lo era. En rigor, ya en 1918 Barcelona apoyó el Estatatuto de Autonomía de Cataluña. Y en 1925 Primo de Rivera clausuró su campo por seis meses por una silbatina a la Marcha Real y obligó al exilio al presidente fundador, el suizo Hans Gamper, que se mató de un balazo en 1930. Pasados Johan Cruyff, Diego Maradona, Rivaldo y Ronaldinho, fue el presidente Joan Laporta quien reforzó en 2003 a Barcelona y al catalanismo. El Barça, dijo Laporta en la presentación de un libro apologético, “como esperanza y luz de las aspiraciones de todo un pueblo”. Lideró la era triunfadora de Pep Guardiola. Del Barça campeón de todo, de fútbol estético, que coincidió con la mejor generación de jugadores formados en la cantera de La Masía. Y con Lionel Messi.
Thiago Messi nació el 3 de noviembre de 2012 a las 17.14. Es el momento de cada partido (17 minutos y 14 segundos), celebró el diario catalán La Vanguardia, que muchos hinchas de Barcelona usan para recordar con sus gritos independentistas que en 1714 las tropas de Felipe V entraron a Barcelona para abolir instituciones e imponer el castellano. Mateo Messi, segundo hijo de Leo, nació el último 11 de setiembre, cuando casi un millón y medio de catalanes celebraban por las calles la Diada Nacional, fiesta de puro catalanismo, de la que participó Gerard Piqué, el jugador silbado por madridistas cada vez que juega con la selección de España. Imposible de comprar como hizo con Luis Figo, Messi es la pesadilla de Florentino Pérez, el presidente de Real Madrid que lleva gastados más de mil millones de euros para ver festejar casi siempre a Barcelona. Sin Guardiola, sin Xavi, Leo es rey. El fútbol, nos hace decir, es un juego colectivo, en el que diez jugadores deben hacer todo lo posible para que la pelota llegue a sus pies. Pero Messi, si bien fiel al Barcelona, no pone a sus hijos el nombre de Jordi (como Cruyff). No habla de independentismos ni de política. Deja ese lugar para un símbolo como Guardiola. Pep está en las listas que apoyan este domingo que se respete el derecho de los catalanes a decidir. La postura, parece, es mayoría. Distinto puede ser cuando, si llega el momento, haya que votar por la independencia.
Nadie toma como ciertas las amenazas de Madrid. La propia Liga española no permitiría dejar partir a Barcelona, una mina de oro que sirve para exigirle más dinero a la TV y a los patrocinadores. La prensa catalana cita los casos de equipos británicos, del Monaco en Francia y de Andorra en la propia España, aunque cada uno tenga sus matices. Nadie cree que el Barça termine jugando una Liga Catalana. Y mucho menos en Francia o Inglaterra. “No veo preocupados a los dirigentes”, me asegura desde Barcelona un colega que conoce mucho al club. Otro periodista, Ramiro Martín, que lleva más de una década siguiendo al Barça y está casado con una activista catalana, me dice que el club no tiene pensado dejar la Liga y que, entonces, Tebas y Cardenal tendrán que animarse a echarlo del campeonato. No hay derecho a la inocencia. Todos, con o sin Franco, saben que, para bien o para mal, Barcelona sigue siendo “más que un club”. Cardenal lanzó su amenaza mientras celebraba la nueva copa europea de básquetbol que ganó el domingo pasado en Lille la selección liderada por Pau Gasol, estrella bicampeona de la NBA. Así como Piqué y Xavi fueron símbolos catalanes de la selección de España que ganó el Mundial 2010, Pau y su hermano Marc lideran al básquet campeón. Ambos, si bien cautos en estos últimos días, para evitar manipulaciones, se pronunciaron hace un tiempo a favor del derecho a decidir del pueblo catalán. La mesura, y su liderazgo y aporte permanente a una selección que no se cansa de ganar, han convertido a Pau Gasol en centro de elogios del gobierno del PP. Y en centro de polémicas en los foros. “Bravo Pablo”, lo felicita un aficionado. Otro le recuerda que el nombre es “Pau”, no “Pablo”. “Tengo derecho a llamarlo en mi idioma”, contesta el primero. Y el segundo le responde: “¿acaso dices también Miguel Jordan?
LA NACION
ILUSTRACION: DOMENECH