
19 Aug Ronnie y Barbro: el amor que no se apaga
Podemos olvidar mensajes, borrar fotos, archivar recuerdos en una pantalla. Pero hay amores que no saben disolverse: se quedan como una herida, como una llama que nunca se extingue. El amor de Ronnie y Barbro Peterson pertenece a ese linaje: amores que no le piden permiso al tiempo ni a la muerte.
Él, el hombre más rápido
Ronnie Peterson era un relámpago vestido de hombre. Piloto sueco de Fórmula 1, admirado por su audacia y por esa manera de conducir que parecía un baile con la velocidad, fue conocido como el más rápido de todos. Brillaba en los años setenta, cuando la Fórmula 1 era un espectáculo cargado de gloria y de riesgo, donde cada curva podía ser la última.
En 1975, en medio de la consagración y el vértigo, Ronnie se casó con Barbro Edwardsson, una modelo de belleza serena. Ese mismo año nació Nina Louise, la hija que ancló con ternura la vida de un hombre que parecía vivir siempre en la frontera entre la vida y la muerte.
La curva final
El 10 de septiembre de 1978, en Monza, el destino fue más rápido que él. Un accidente múltiple destrozó su coche. Lo sacaron con vida, herido pero consciente, y hubo un instante de esperanza. Pero la muerte lo reclamó al día siguiente. Tenía apenas 34 años.
Barbro quedó sola. Viuda joven, madre de una niña. Rodeada de gente, pero encerrada en un silencio donde el olvido no tenía cabida.
Ella, la que no soltó
Dicen que con el tiempo uno aprende a vivir sin el otro. Que el dolor se convierte en recuerdo, y el recuerdo en una fotografía que puede mirarse sin lágrimas.
Barbro nunca llegó a ese punto. Nunca aceptó el consuelo fácil del “la vida sigue”. La suya no siguió. Pasó casi diez años habitada por la ausencia, con un amor que seguía latiendo dentro de ella, como un corazón que se niega a dejar de latir.
El 19 de diciembre de 1987, Barbro se quitó la vida. Tenía 40 años. Fue enterrada junto a Ronnie, en el panteón familiar de los Peterson en Örebro. Allí descansan juntos, como si la muerte hubiera sido la única manera de volver a encontrarse.
Amar es quedarse
En estos tiempos en que el amor se mide por la rapidez con que se reemplaza, la historia de Ronnie y Barbro es un recordatorio. El amor verdadero no es líquido, ni liviano, ni descartable. El amor verdadero —ese que duele, que consume, que se lleva hasta el final— es fuego y es herida, es nostalgia y es eternidad.
Neruda escribió: “Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.”
Pero hay amores, como el de Ronnie y Barbro, que se niegan incluso al olvido. Que se quedan, que arden, que insisten. Que no saben otra cosa que permanecer.
Y entonces la pregunta queda flotando:
¿somos aún capaces de amar así, aunque duela, aunque destruya, aunque nos desborde?
Carlos Felice