
30 Jun No te creo tan bueno
El miedo a lo genuino en tiempos cínicos
Hay algo raro en este tiempo. Algo que nos vuelve precavidos frente a lo bueno. La bondad, cuando aparece, ya no genera confianza. Más bien provoca sospecha. Cuando alguien actúa con generosidad, cuando ayuda sin esperar nada a cambio, cuando muestra ternura sin disfraz, enseguida se activa la alarma: ¿Qué busca? ¿Qué gana? ¿Por qué lo hace?
Como si lo genuino fuera demasiado raro para ser real. Como si todo gesto desinteresado escondiera una estrategia. Nos volvimos así. Damos por hecho que el otro miente, exagera o manipula. Y aunque muchas veces no sea así, preferimos poner distancia. La sospecha se volvió nuestra forma de protegernos del desencanto.
Quizás no sea tanto cinismo como miedo. Un miedo sutil pero profundo: el miedo a volver a creer. A confiar. A aflojar las defensas. Porque confiar es exponerse. Y cuando uno se expone, puede ser defraudado, herido o simplemente decepcionado. Por eso, la actitud cínica —esa que se burla de todo, que no cree en nada, que ironiza hasta el afecto— a veces funciona como armadura emocional. Nos resguarda, pero también nos aísla.
En este clima, la bondad parece fuera de lugar. No es que no exista: sigue ocurriendo, muchas veces en silencio. Gente que cuida a otros sin hacer ruido. Gente que se queda, que escucha, que da, aunque nadie lo vea. Pero lo genuino incomoda. Porque no tiene explicación inmediata. No se puede medir, ni monetizar, ni convertir en mérito. Simplemente es. Y en un mundo que busca razones para todo, eso desconcierta.
Además, la cultura dominante no ayuda. Nos enseña a admirar al que se impone, al que siempre saca ventaja, al que no se deja engañar. En ese contexto, el que es bueno parece un ingenuo. Un distraído. Un tonto. Como si actuar desde el bien fuera una desventaja. Como si sentir profundamente fuera una fragilidad.
Pero ¿y si lo que llamamos ingenuidad fuera, en realidad, una forma de coraje? ¿Y si seguir creyendo en lo genuino fuera un acto radical en estos tiempos? Porque lo fácil es desconfiar. Lo difícil es abrirse. Lo cómodo es burlarse. Lo valiente es vincularse desde lo real.
No se trata de negar que hay manipulaciones, engaños, dobles intenciones. Por supuesto que existen. Pero también existe la bondad. Existe lo noble. Existe el acto limpio, sin cálculo, sin espectáculo. Y si dejamos que la sospecha lo anule todo, vamos a perder algo esencial: la posibilidad de construir relaciones verdaderas.
Tal vez no haga falta grandes gestos. Tal vez baste con mirar de nuevo, sin ironía. Con darnos permiso para creer, aunque sea un poco. Con permitirnos reconocer lo bueno sin tener que explicarlo o desmontarlo.
Porque si todo lo auténtico nos da miedo, entonces nos estamos cerrando justo a lo que podría sostenernos.
Y quizás, justamente ahora, eso sea lo más necesario.
Carlos Felice