Nadie es tu amigo: Maquiavelo, el poder y la caída de la “amistad” entre Trump y Musk

Nadie es tu amigo: Maquiavelo, el poder y la caída de la “amistad” entre Trump y Musk

La amistad es una de las ideas más celebradas en la cultura humana. La imaginamos como un vínculo noble, sostenido por la confianza, la lealtad y el afecto mutuo. Pero si uno escucha a Maquiavelo, esa imagen se disuelve con rapidez. El pensador florentino no escribió directamente que “nadie es tu amigo”, pero esa es la conclusión natural que se desprende de su obra: en el mundo del poder, las relaciones no se sostienen por afecto, sino por utilidad. Y cuando la utilidad desaparece, también lo hace la supuesta amistad.

Esta lógica brutal —y profundamente lúcida— se puede observar hoy de forma casi quirúrgica en la ruptura entre Elon Musk y Donald Trump. Durante un tiempo, ambos parecían aliados: Trump cortejaba la imagen de Musk como empresario visionario, y Musk encontraba en Trump un entorno favorable a la desregulación y al beneficio corporativo. Pero cuando los intereses comenzaron a divergir —por ejemplo, tras los recortes a subsidios para autos eléctricos o la presión política para alinearse con candidatos—, el vínculo se rompió sin contemplaciones. Trump pasó del elogio al ataque personal. Musk respondió con burlas, ironías y un claro distanciamiento público. ¿Dónde quedó la “amistad”? En el archivo de lo que ya no sirve.

Maquiavelo habría entendido este episodio sin inmutarse. En El Príncipe, describe a los hombres como “ingratos, volubles, simuladores y disimuladores, huidizos del peligro y ávidos de lucro”. No lo hace con desprecio, sino con pragmatismo. El gobernante —y podríamos extenderlo a todo aquel que detenta poder— debe comprender que los lazos humanos son, en el fondo, alianzas temporales sujetas a conveniencia. Quien confía en la amistad como valor incondicional, se expone a la traición, al abandono o al cálculo ajeno.

Esa idea ha sido compartida por otros pensadores a lo largo del tiempo. Thomas Hobbes, por ejemplo, pensaba que los seres humanos viven en competencia constante y que la paz solo se logra mediante el miedo mutuo, no mediante la amistad. François de La Rochefoucauld escribió que incluso nuestras virtudes más nobles están teñidas de interés personal. Y Friedrich Nietzsche señaló que el amor, la generosidad o la compasión muchas veces encubren una voluntad de dominio. La amistad, para estos pensadores, no es pura: es una máscara útil en ciertas circunstancias.

El caso Musk–Trump ilustra esta tesis con nitidez. Lo que parecía cercanía era estrategia. Cuando esa estrategia dejó de convenir, ambas partes se soltaron sin titubeos. Trump no tuvo reparos en amenazar públicamente a Musk por sus simpatías hacia ciertos demócratas. Musk, por su parte, no dudó en borrar mensajes, lanzar críticas y poner distancia. Ninguno se escandalizó, porque en el fondo sabían que nunca hubo amistad, sino solo compatibilidad temporal de intereses.

Aceptar esta lógica puede parecer duro, incluso cínico. Pero Maquiavelo no propone la amargura ni el aislamiento: propone la lucidez. Entender que en ciertas esferas —la política, los negocios, el poder— la amistad no es lo que parece, no significa dejar de relacionarse, sino aprender a mirar con ojos más despiertos. No todo vínculo es falso, pero muchos lo son cuando se juega el interés.

La lección final es clara y contemporánea: en el juego del poder, nadie es tu amigo, solo tu aliado mientras seas útil. Lo sabían los príncipes del Renacimiento. Lo saben los presidentes y los magnates del siglo XXI. Y nosotros, ciudadanos y observadores, podemos aprender algo al ver cómo se rompen —una y otra vez— relaciones que parecían firmes pero que solo eran convenientes.