
17 Jun El temblor necesario: una ética contra la guerra
Mientras escribo estas líneas, las noticias hablan de más cuerpos bajo los escombros en Gaza, de nuevos ataques aéreos israelíes, de amenazas que cruzan los cielos desde Irán. El mundo vuelve a debatirse entre condenas, justificaciones, apoyos diplomáticos y resignación. Pero detrás de ese ruido, hay algo más profundo que se está perdiendo: la capacidad de conmovernos.
¿Qué queda cuando la violencia se repite tanto que se vuelve paisaje? ¿Qué ocurre cuando el dolor ajeno ya no duele? En un tiempo donde las guerras se normalizan y las víctimas se cuentan en bloques ideológicos, tal vez sea la filosofía —no la política— la que aún pueda decir algo esencial.
La pensadora francesa Simone Weil, testigo del totalitarismo europeo, no hablaba de guerra, sino de desgracia (malheur). Ese estado en el que el sufrimiento no solo hiere, sino destruye el alma. Cuando el ser humano ya no puede habitar su cuerpo con dignidad. Cuando pierde incluso la esperanza de ser escuchado. Eso es lo que está ocurriendo hoy —en Gaza, en los kibutz israelíes devastados, en los barrios iraníes bajo sanciones y amenazas. Weil no pide empatía romántica. Pide atención absoluta al daño, aunque no podamos repararlo.
El filósofo Emmanuel Levinas, judío lituano y sobreviviente del Holocausto, fue más allá. Para él, toda ética comienza en el rostro del otro: esa mirada que me obliga antes de que pueda pensar, razonar, defenderme. En la guerra, ese rostro se borra. El enemigo ya no es una persona, sino un objetivo. Las palabras que usamos —“daños colaterales”, “respuesta proporcional”— son parte de esa maquinaria que convierte a los muertos en estadísticas.
Levinas advertía: cuando ya no temblamos ante el rostro del otro, la guerra ha vencido incluso fuera del campo de batalla.
Cine contra la anestesia
Una película olvidada y devastadora capta el espíritu exacto de esta reflexión: Savior (1998), dirigida por Predrag Antonijević y protagonizada por Dennis Quaid. Ambientada durante la guerra de los Balcanes, la cinta sigue a un soldado estadounidense que, tras una tragedia personal, termina combatiendo como mercenario en una guerra que no entiende, y cuya brutalidad pronto lo desborda.
Savior no ofrece héroes. Solo cuerpos, odio y una redención mínima: el gesto del protagonista, que intenta salvar a un bebé nacido de una violación en un contexto donde nadie quiere cuidar a nadie. Esa criatura representa lo imposible: la vida en medio de la destrucción total.
La película no fue reconocida en su momento. Tal vez porque no consuela, no embellece, no simplifica. Su crudeza moral recuerda lo que Simone Weil llamó la desgracia sin lenguaje, y lo que Levinas advertía sobre la pérdida del rostro del otro. En tiempos donde cada bando se proclama víctima única, Savior muestra que la guerra borra todos los rostros, hasta que no queda ninguno.
Una ética del temblor
El mundo mira, pero no ve. O ve, pero no se conmueve. Weil y Levinas comparten una advertencia: cuando la violencia se vuelve paisaje, y el dolor del otro ya no nos obliga, hemos perdido nuestra humanidad más básica. Ni el derecho internacional ni los relatos nacionales bastan para restaurarla. Solo una ética que parta del reconocimiento del otro como fin en sí mismo puede romper el círculo.
La filosofía no puede detener un misil. Pero puede recordarnos que cada vida perdida es irreemplazable, y que la dignidad humana no se distribuye según banderas.
Pensar, hoy, no es un lujo académico. Es un acto de resistencia frente a la deshumanización que avanza. No pensar es permitir que el horror se vuelva rutina. Y cuando eso ocurre, la verdadera derrota no es militar: es moral.
Ante la guerra, preservar el temblor ético es el único comienzo posible de una paz real.
Carlos Felice