
02 May La Mediocridad como Enfermedad Social
La mediocridad no se instala como una tormenta súbita, sino como una llovizna persistente que, sin ruido ni estruendo, va empapando los espíritus hasta dejarlos inertes.
No irrumpe violentamente: se desliza en la rutina, se insinúa en las conversaciones tibias, se adhiere a los pequeños gestos de resignación cotidiana.
Allí donde se premia al obediente que no cuestiona, donde se protege al torpe por miedo a herirlo, donde se tolera al pusilánime y se ridiculiza al brillante, la mediocridad no sólo encuentra refugio: encuentra un altar.
Nada resulta más peligroso que esa lenta domesticación de la esperanza.
Cuando dejamos de exigirnos, cuando aceptamos que el gris reemplace al fuego, cuando callamos ante la bajeza por temor a quedar solos, es entonces que la mediocridad triunfa, no por sus méritos, sino por nuestra renuncia.
Pero siempre hay quien resiste.
En cada época, aun en las más sombrías, sobreviven espíritus obstinados que creen que la vida puede ser algo más que mera repetición.
No gritan; construyen. No se exhiben; perseveran. No odian; iluminan.
Quizás ellos no cambien el mundo de inmediato.
Pero su sola existencia, silenciosa y firme, es una declaración de guerra contra la mediocridad y una promesa, todavía latente, de que la dignidad, aunque acorralada, jamás será vencida.
¿Y vos? ¿Vas a conformarte o vas a recordar que naciste para algo más grande?