Miente Miente, que algo quedará

Miente Miente, que algo quedará

En tiempos donde la información circula con velocidad y el juicio público se forma en redes antes que en tribunales, el periodismo se ha convertido en una herramienta que, lejos de esclarecer, puede devastar. Ignacio Ramonet advirtió hace más de dos décadas que los medios modernos, atrapados por la lógica del espectáculo y la rentabilidad, han dejado de informar para convertirse en actores de poder. En su célebre obra La tiranía de la comunicación, alertó: “una mentira dicha mil veces puede convertirse en una verdad mediática”.

La afirmación puede parecer exagerada. No lo es. Cada vez con más frecuencia, vemos cómo una acusación sin pruebas, amplificada por la maquinaria de los medios, alcanza el poder de una condena social irreversible. No importa si la Justicia luego absuelve: la mancha ya está.

El juicio mediático: más rápido, más efectivo, más cruel

Este fenómeno tiene nombre: trial by media. Se trata del juicio paralelo que hacen los medios sobre una persona —generalmente famosa o poderosa— antes de que haya una resolución judicial. La opinión pública se forma en base a titulares, fotos sacadas de contexto, declaraciones editadas y expertos opinando en prime time. La verdad deja de importar. Lo que vale es el impacto.

El caso del expresidente brasileño Lula da Silva es emblemático. Acusado de corrupción sin pruebas contundentes, fue condenado mediáticamente durante años por grandes grupos de comunicación como O Globo. Años después, el propio Supremo Tribunal Federal anuló las condenas, declarando que no había debido proceso. Pero para una parte de la sociedad, Lula ya era culpable.
En el plano internacional, el caso Julian Assange también ilustra este mecanismo. De ser considerado un paladín de la libertad de prensa, pasó a ser retratado como violador, espía y amenaza mundial. Nunca fue condenado por delitos sexuales, pero su reputación quedó destrozada. Hoy, tras años de encierro y aislamiento, su figura es ambigua para la opinión pública, que solo recuerda lo que vio en los titulares más escandalosos.

El storytelling como arma

El periodista y ensayista Christian Salmon lo explica con crudeza: los medios no informan, cuentan historias. Necesitan héroes y villanos. Y si no los encuentran, los construyen. La reputación de una persona, por más sólida que parezca, puede ser demolida en cuestión de días si la historia que se construye en su contra es creíble, emocional y repetida con insistencia.

En este escenario, el periodismo pierde su función democrática para convertirse en un brazo más del poder. Ya no se trata de buscar la verdad, sino de imponer una versión de los hechos que sirva a determinados intereses.

¿Qué hacemos frente a esto?

La respuesta no es fácil. Pero el primer paso es reconocer que el periodismo, como cualquier otro poder, necesita límites éticos. No se puede seguir naturalizando que una tapa de diario , un micrófono o un blog condene a una persona antes que un juez. No se puede seguir premiando al periodista que más “ensucia” a alguien, aunque después tenga que rectificarse en letra chica.

Ignacio Ramonet propuso, hace ya varios años, crear un consejo ético que evalúe el comportamiento de los medios, como existen en otras profesiones. Quizás haya llegado el momento de retomarlo.

Porque una reputación destruida no se recupera con una disculpa. Y el periodismo, si olvida su responsabilidad social, puede transformarse en lo contrario de lo que promete ser: no una luz que ilumina, sino un arma que destruye.