16 Sep L.U.T.R.A. y La Toxicidad
El acto más doloroso pero esencial en la vida es aprender a soltar a quienes no están dispuestos a amar lo que somos en esencia. Este desprendimiento es un rito de paso, una confrontación inevitable con la sombra que habita tanto en nosotros como en los otros. No todos están preparados para encontrarse con la profundidad de nuestra verdadera naturaleza.
Es imperativo que cesemos de entregarnos a aquellos que no buscan cambiar ni transformar sus propias sombras. Cuando persistimos en relacionarnos con quienes no están sintonizados con nuestra frecuencia psíquica, nos negamos a nosotros mismos la oportunidad de individuarnos plenamente.
El instinto de aferrarnos, de buscar ser vistos y aceptados por aquellos que no pueden ofrecer esa reciprocidad, es una manifestación del inconsciente colectivo, una trampa que desvía nuestra energía vital. En realidad, no es amor lo que buscamos, sino validación. Esta búsqueda desmedida nos desvincula del proceso natural de nuestra evolución psíquica.
En el viaje hacia la autorrealización, no todos estarán dispuestos a acompañarnos. El abandono, el olvido o la indiferencia de los otros no son juicios sobre nuestra valía, sino reflejos de su incapacidad para reconocer la luz que habita en nosotros. Si las relaciones requieren un esfuerzo constante para ser sostenidas, entonces no se fundamentan en la autenticidad, sino en una falsa imagen proyectada por el ego.
El verdadero valor de las relaciones yace en el reflejo mutuo de la autenticidad del otro. Solo aquellos que han emprendido su propia travesía hacia el self (Jung) pueden apreciar la profundidad de lo que somos. Las conexiones genuinas son raras, pero cuando las encontramos, resuenan en lo más profundo de nuestra psique, iluminando aspectos de nuestro ser que antes estaban ocultos.
El distanciamiento de quienes no comparten nuestra búsqueda no es un fracaso, sino un acto necesario de liberación. El apego que mantenemos con aquellos que no resuenan con nuestra verdad más profunda es una distracción de nuestra propia individuación. Cuando dejamos de alimentar esas relaciones, lo único que se desmorona es la ilusión de que esas conexiones tenían algún valor auténtico.
El amor, en su forma más pura, no puede ser forzado ni sostenido unilateralmente. Solo surge cuando dos almas, conscientes de sus sombras, se encuentran en un espacio de reciprocidad genuina. Merecemos relaciones que sean un verdadero intercambio de energía y no una fuente de desgaste.
Nuestro tiempo y nuestra energía son sagrados. Aquello a lo que dedicamos nuestra vida es lo que define nuestra existencia. Si permitimos que nuestra energía fluya hacia aquello que no nos eleva, nos alejamos del sendero hacia el self. Cuando aprendemos a proteger ese espacio interno, creamos un refugio para el alma, un santuario donde solo lo auténtico tiene cabida.
No somos responsables de salvar a nadie de su propia oscuridad. Cada alma debe encontrar su propio camino hacia la luz. Nuestro único deber es con nosotros mismos: mantener nuestra integridad, vivir en consonancia con nuestra verdad y buscar relaciones que reflejen esa autenticidad. Solo entonces experimentaremos el amor y la conexión profunda que verdaderamente merecemos.