“Por una cabeza”… – Persiguiendo Gloria

“Por una cabeza”… – Persiguiendo Gloria

El potrillo Montubio terminaba de ganar este último domingo el más grande clásico argentino para cualquier caballo ganador internacional y presuroso el ágil periodista de un calificado matutino porteño puede llegar hasta el propietario (Sr. Santamarina, padre e hijo en sociedad), sumidos en una emoción sin comparación posible. Y son, por cierto, hombres de mundo, con todo el dominio de sus reflejos, desbordados por el influjo de “una pasión que va más allá de todas las pasiones”. Dicen: “sentimos este triunfo tan hondamente porque pusimos toda nuestra vida en esta siempre renovada esperanza de criar un potrillo, acompañarlo en su training, esperar, con la ilusión, (siempre el propietario tiene la certeza subjetiva), de ganar nada menos que un clásico, todo se dio en este triunfo magnífico”. Y los abrazos que en ese momento los envuelven llevan una lealtad tan profunda, que permítame lector, no existe, por ninguna otra circunstancia de la vida de la vida, nada comparable. No es la felicitación fría de un premio académico, no es el saludo protocolar de circunstancia. No. Es la pasión que suelta condicionamientos reprimidos y cuya explicación – si es que la tiene – debería estar en manos de psicólogos o sociólogos, pero a condición de que estos lleven en las venas de su sangre la vida conjugada en el alumbramiento de la yegua madre, los primeros retozos en la pradera del potrillo, por el que se jugará la vida más tarde, porque, ¿Quién le emparda la emoción al dueño de las sedas de su chaquetilla multicolor cuando en un clásico – así como este- “lo ve, a su potrillo, acompañando fácil a los punteros, para “hacer correr en los derechos”, y con acción enérgica, potente, domina y pasa a ganar la gloria que infarta, la emoción que le “mete mano” adentro del corazón y se lo aprieta con todo?. El turf es una pasión, porque el que se entrega a él, se entrega entero.
Desde el cabañero que sabe, conscientemente, “que perderá plata” con esta explotación, cara, carísima, por el precio de los buenos padrillos, de las yeguas madres, por la crianza de dos años en la cabaña, para traerlo o reservarlo a ventas, en el que el promedio no cubrirá, ni a valor histórico su inversión, pero el placer de “sacar de esa cabaña “ un crack, es la esperanza soñada de que algún domingo importante lo cubrirá con la emoción de la gloria.
¿Pero, cuál es la personalidad del amante del turf para posesionarse hasta la pasión? Se llamaba algo así como Dostoievski, en una obrita que si mal no recuerdo, tituló “El jugador”, quien ensayó acertadas precisiones, son referirse, claro está, al apasionado por las carreras. ¿Es acaso status para algunos?, no. Personalmente pensamos “que se nace”, sea por antecedentes “genéticos” (y aquí ciertamente sí que esa ciencia se afianza), sea por destino. Agregamos, con el producto del respeto que sentimos por los hinchas de fútbol, de básquetbol, de boxeo, etc. etc., que en el turf el aficionado participa, es parte de ese deporte, lo que está jugando y no es mero asistente contemplativo como ocurre con el partido o la pelea, aunque se emocione y vocifere. Entendemos “que el jugarte la parada” ya sos parte y ¡vaya si podes hacer el gol!…
Dejando este “ensayo filosófico”, lo más interesante es, desde luego, todo el mundo que rodea al turf, sus anécdotas, sus hechos reales.
¿Pero es que no son acaso Leguizamo y Gardel los dos mitos argentinos de por vida?. usted sabe que los unía una amistad como ninguna; estando Gardel en París, un día le escribe a Leguizamon: “Venite Mono, aquí vas a ver lo que es la canela fina”, Leguizamo, ignoramos por qué no viajó.