Metaverso, un nuevo mundo posible

Metaverso, un nuevo mundo posible

Por Daniel Sinopoli

Cuando a principio de los años ’90, el escritor y diseñador de videojuegos estadounidense Neal Stephenson presentaba su novela “Snow Crash” no imaginó la trascendencia que cobraría su original idea del “metaverso”, realidad virtual en que las personas se sumergían y movían mediante su avatar.

El propósito era abandonar las tribulaciones de un mundo cuyo sistema económico colapsaba, para disfrutar de un mundo alternativo con características diferentes y compartidas por sus habitantes.

Las proyecciones que hace Stephenson del futuro de la humanidad son verosímiles. Tejidas en torno de un personaje central con un curioso doble rol de hacker y repartidor de pizzas, presentan la virtualidad como una solución para transitar lugares inaccesibles en la presencialidad, pero también bajo las amenazas de virus informáticos que pueden acarrear graves padecimientos cerebrales. Es decir, es un mundo con grises, no idealizado. Y, por tanto, más creíble.

El Metaverso ha augurado infinitas opciones y revolucionado buena parte del mundo de las grandes marcas, el arte y la moda. Es de esperar que en un breve lapso la educación afiance nuevos escenarios y amplíe sus recursos para enfrentar con alternativas los problemas que comúnmente se le presentan.

En especial, la falta de compromiso y atención efectiva que muchos chicos suelen acusar en el día a día del trabajo en el aula. La denominada “cultura Tik-Tok”, otro síndrome asociado con las prácticas tecnológicas, representa con crudeza las señales de atención breve y fragmentaria que manifiestan las nuevas generaciones, especialmente observadas en el ámbito escolar.

El diagnóstico nos obliga a los docentes a repensar permanentemente la hoja de ruta de una clase, a concebir una secuencia con variaciones e imprevistos muy pensados. Propiciar por igual el saber y el saber hacer implica atreverse a convertir el aula en un espacio con características distintas de las que tradicionalmente han definido la clases magistrales o expositivas. Salir de allí simbólica, física o virtualmente para asegurar experiencias más parecidas a las del mundo real.

Es difícil esperar que la escuela sea una experiencia de vida significativa si no propone usos y costumbres socioculturales nuevos y solo se dedica a reforzar los preexistentes. Por otra parte, esas experiencias afuera se viven más intensamente, porque la escuela es un escenario limitado de canalización de las necesidades y compulsiones sociales. Se requiere de dispositivos digitales o un verdadero despliegue simbólico para desembarazarse de la estática del lugar.

Siempre ha sido muy importante pero complejo (por oneroso o bien demasiado progresista) para los proyectos educativos preparar ambientes favorables para el aprendizaje. Espacios en el que los alumnos pudieran desenvolverse con libertad, actitud curiosa y una expectativa de descubrimiento.

Dejar de lado el modelo de la reproducción de saberes para adentrarse en un recorrido autónomo y creativo por los propios espacios en que el conocimiento surge y cobra forma. Siempre ha sido un lugar menos seguro para la docencia salir del modelo de la conferencia y del control de tiempos y espacios, y cultivar el de la observación, orientación y oportuna intervención en el libre trabajo de los chicos.

En otra ya clásica novela, El mundo de Sofía, el profesor y escritor Jostein Gaarder elige transportar a la joven Sofía, protagonista del libro, por los mismísimos escenarios en que la historia de la filosofía sucede, siempre acompañada por su profesor-guía. He aquí un ejemplo anticipado de la necesidad del docente de hacer vivir de la manera más realista posible las circunstancias que dan lugar a hechos, ideas, pensamiento y teorías. Hacer participar al alumno in situ de la génesis de las cosas, para integrarlo responsablemente en ellas y darles la posibilidad de colaborar activamente en su concepción y desarrollo. Un afiche ilustrativo en el pizarrón o un paño de imágenes emitido desde una pantalla serían acciones muy rudimentarias frente a la potencialidad del mundo recreado virtualmente solo con un casco y unos auriculares. Hoy nos causa un poco de gracia recordar el traslado de los grupos a la “sala de video”. Moviliza pensar en lo rápido que superamos esas actividades.

En medio de las discusiones permanentes – y con frecuencia, improductivas – sobre las acuciantes dificultades que la educación manifiesta en la formación básica de niños y jóvenes, se abre un camino paralelo y con potencial innovador en algunos aspectos fundamentales de esa tarea.

Metaverso – por definición, lo que está más allá del universo – parece lo inimaginado. Y nuestras generaciones tienen el privilegio de transitar el camino de entrada.

Director del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades de UADE

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