21 Jul El legado de Louis Pasteur, en el bicentenario de su nacimiento
Por Juan Antonio Mazzei
Se cumplen, este año, dos siglos años del nacimiento de Louis Pasteur. Louis Pasteur era doctor en física y química, pero, como ha dicho Henry Mondor, “no era médico ni cirujano, pero nadie ha hecho tanto como él en favor de la medicina y de la cirugía”.
Louis Pasteur nació en Francia, en 1822. Obtuvo el título de bachiller en Letras en 1840, en Ciencias en 1842 y, en 1847, se doctoró en Física y Química. Se desempeñó como profesor en ambas ciencias, en el Liceo de Dijon, las Universidades de Estrasburgo y Lille. En París, dirigió el Departamento de Ciencias de la École Normale y fue titular de la cátedra de Química de la Facultad de Ciencias de la Universidad. También fue miembro de la Academia de Medicina de París.
Químico, físico, matemático y bacteriólogo, las investigaciones de Pasteur siempre fueron guiadas por un riguroso método científico. En la primera etapa de su trabajo, ocupándose de la cristalografía, demostró la estructura espacial del ácido tartárico y descubrió su isomería óptica. Esto le valió el título de “fundador de la estereoquímica” y la obtención de la Legión de Honor a los 30 años de edad.
En una siguiente etapa, estudió la fermentación del vino, la cerveza y la leche, y demostró la existencia de microorganismos que los degradaban, lo que resolvió elevando su temperatura a 44°C. De tal forma, inventó el proceso que hoy se conoce como pasteurización. Al demostrar que los procesos de fermentación y descomposición orgánica eran debidos a la acción de microorganismos vivos, desarrolla su teoría en contra de la de generación espontánea, afirmando que todo ser vivo procede de otro ser vivo: Omne vivum ex vivo. Nace así la Teoría Germinal de las Enfermedades Infecciosas, que da origen a la microbiología moderna, al constatar la presencia de bacterias en la septicemia puerperal, el forúnculo, la osteomielitis y las heridas infectadas.
Pasa entonces Pasteur a estudiar la causa de la enfermedad de los gusanos de seda, que estaban arruinando la industria de la seda en Francia. Utilizando el método científico, resuelve el problema luego de cuatro años de investigación al descubrir los parásitos que infectaban a los gusanos y las hojas de morera, y salva, de ese modo, la industria de la seda en ese país.
En 1868, Pasteur sufre una hemorragia cerebral que le produce una hemiplejía izquierda, a pesar de la cual continúa trabajando incansablemente. Sus aportes sobre la Teoría Germinal de las Enfermedades fueron aplicados en Londres durante la epidemia de cólera y puestos en práctica por Joseph Lister a través de las medidas de antisepsia que se continúan aplicando en operaciones y quirófanos actualmente. Diseña entonces un horno para esterilizar el material quirúrgico, denominado “horno Pasteur”, antecedente de las actuales autoclaves.
En 1880 comienza a estudiar el mecanismo de la transmisión del cólera aviar y, de manera fortuita, descubre que los cultivos debilitados producían bacterias que, una vez inoculadas a los pollos, no los mataban, sino que producían inmunidad y les permitían desarrollar una forma leve de la enfermedad. Denomina a esta técnica “vacunación”, en honor a Jenner, quien, en 1796, había desarrollado la vacuna contra la viruela.
En 1881 utiliza el mismo método para desarrollar la vacuna contra el carbunco en los animales. Comienza luego sus investigaciones para hallar la vacuna contra la rabia y experimenta en conejos infectados por la enfermedad a los que, al morir, les extrae el tejido nervioso, el que deseca para debilitar el virus. En julio de 1885 aplica esta vacuna a un niño de nueve años, llamado Joseph Meister, que fue mordido por un perro rabioso, y le salva la vida. Aún sin haber sido experimentada en humanos, la certidumbre de que el pequeño moriría llevó a Pasteur y a un grupo de colegas a decidir su inoculación. El paciente recibió tratamiento durante diez días y nunca se enfermó de rabia. La repercusión mundial del tratamiento posibilitó la construcción del internacionalmente prestigioso Instituto Pasteur, fundado en 1888.
Es decir que, a lo largo de sus investigaciones, Pasteur transitó por la cristalografía, la microbiología, la veterinaria y la medicina.
El éxito obtenido con la aplicación de la vacuna antirrábica en Francia se difundió rápidamente en el mundo científico. En ese entonces, el ministro Plenipotenciario de la República Argentina en París, doctor José C. Paz, interesó al doctor Desiderio Davel, quien se hallaba estudiando en la Ciudad Luz. Este se acercó a Pasteur, quien generosamente le enseñó la forma de fabricar la vacuna y su aplicación. En 1886, Davel regresó a Buenos Aires y, para la travesía en el vapor Paraná, se proveyó de jaulas con conejos, a los que, durante el viaje, realizó los repiques necesarios para mantener la vacuna viva hasta llegar a Buenos Aires.
Dos hermanitos uruguayos, José y Basilio Pinedo, habían sido mordidos por un perro rabioso en Montevideo y fueron trasladados a Buenos Aires, donde el doctor Davel les aplicó la vacuna antirrábica el 4 de septiembre de 1886 y les salvó la vida. Esta circunstancia motivó la creación del Laboratorio Pasteur en la Argentina. Nuestro país fue el segundo en el mundo, después de Francia, que aplicó la vacuna antirrábica. El doctor Desiderio Davel, posteriormente, fue miembro titular de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires. Cuando se inició en la Argentina una grave crisis sanitaria causada por el carbunco en animales, Pasteur, como muestra de solidaridad, envió la vacuna al gobierno argentino a fin de controlar la zoonosis.
Pasteur luchó incansablemente para refutar a quienes lo atacaban, y siempre triunfó. Cosechó innumerables honores en vida: se bautizaron con su nombre instituciones médicas y veterinarias, un cantón en Argelia y hasta navíos, y también se le erigieron estatuas. En efecto, en la Facultad de Medicina de Rosario se puede admirar un busto de Pasteur esculpido por Emilio Blotta.
Ya con la salud debilitada, Pasteur pidió a su familia, en 1878, no revelar sus cuadernos de notas de laboratorio a nadie. Falleció a los 72 años de edad, el 27 de septiembre de 1895. Contradiciendo sus deseos o, tal vez, pensando que no podían negarse sus aportes a la ciencia, en 1964, el último descendiente directo, Pasteur Vallery, los entregó a la Biblioteca Nacional de Francia. Se trata de 144 cuadernos con notas de laboratorio, documentos de investigación, recortes de periódicos, apuntes de clase, etcétera.
Vale la pena recordar uno de sus pensamientos de gran actualidad: “Sabed que la ciencia es en nuestro siglo el alma de la prosperidad de las naciones y la fuente viva de todo adelanto. Sin duda que la política con sus discusiones cansadoras y diarias parece ser nuestra guía… ¡vana apariencia! ¡Lo que nos conduce son algunos descubrimientos científicos y sus aplicaciones!”.
LA NACION