Jacinda Ardern, una estrella internacional que en Nueva Zelanda va perdiendo su brillo

Jacinda Ardern, una estrella internacional que en Nueva Zelanda va perdiendo su brillo

Por Pete Mackenzie

Fuera de su país, la primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern sigue siendo un faro del progresismo mundial. Durante un reciente viaje a Estados Unidos, Ardern pronunció el discurso de la ceremonia de graduación de la Universidad de Harvard, hizo chistes con Stephen Colbert y se reunión con el presidente norteamericano Joe Biden en la Oficina Oval. Y en cada una de sus paradas, Ardern se ocupó de destacar los éxitos de su gestión, como la aprobación de una ley de control de armas y su manejo de la pandemia.

En Nueva Zelanda, sin embargo, la estrella de Ardern se está apagando. El aumento del precio de los alimentos, el combustible y los alquileres complica cada vez más la vida de muchos neozelandeses, y los habitantes de las zonas suburbanas, que nunca tuvieron que preocuparse demasiado por el tema de la seguridad, enfrentan una explosión de violencia de las pandillas.

Pero lo que es más grave son las crecientes dudas sobre la capacidad de Ardern para llevar adelante las “transformaciones de fondo” que prometió para resolver los problemas sistémicos del país, como el estratosférico precio de la vivienda, el aumento de las emisiones de carbono, y los elevados índices de pobreza infantil.

Las encuestas muestran que el Partido Laborista de Nueva Zelanda, agrupación a la que pertenece Ardern, está en mínimo nivel de adhesión de los últimos cinco años, y con elecciones previstas para el año que viene. Según Morgan Godfery, escritor progresista y profesor de marketing de la Universidad de Otago en Dunedin, esas cifras reflejan que Ardern está “desaparecida en acción” en los temas que realmente le importan a la gente.

“Los neozelandeses están frustrados porque no ven ningún cambio en su día a día”, señala Godfery. “Pero desde el exterior no ven la falta de gestión, solo perciben la personalidad, y es ahí donde se produce el desacople.”

Jacinda Ardern construyó un perfil internacional de feminista progresista y líder empática, que resaltaba aún más en esa marejada de populismo de derecha que barrió Estados Unidos y otros países. Y ese perfil le sirvió para alcanzar un poder y una estelaridad inusuales para el mandatario de un pequeño país.

En su primer mandato, recibió elogios unánimes por su reacción ante la masacre en las mezquitas de Christchurch y por su manejo de la pandemia. A pocos días de los tiroteos masivos en Christchurch, Ardern anunció una amplia prohibición de las armas de estilo militar. Y cuando el coronavirus desembarcó en Nueva Zelanda, reaccionó rápidamente para erradicar el virus con cuarentenas y controles fronterizos, sin grandes alteraciones para la vida normal de las personas.

Su éxito frente a la pandemia impulsó a su partido, que alcanzó una amplia mayoría en el Parlamento tras las elecciones de octubre de 2020: fue la primera vez que un partido alcanzaba mayoría propia desde que el país adoptó su actual sistema electoral, en 1993.

Pero ese mismo éxito sería la causa de sus actuales problemas. Cuando Nueva Zelanda emergió de la pandemia con uno de los índices de muertos más bajos del mundo, “cundía la sensación de que un gobierno que había frenado un virus que asolaba al resto del mundo podía lograr hasta lo imposible”, dice Ben Thomas, un analista conservador.

Pero ya sin restricciones pandémicas, el gobierno de Ardern se quedó sin ese enemigo unificador que era el virus, y junto con él gran parte del apoyo de otros partidos. Lo que hay ahora es una inflación galopante, una ola de violencia armada, y pocos avances en los problemas estructurales que sufren los neozelandeses desde hace décadas.

“La primera ministra pasó de ser una intocable del Olimpo a ocupar el mismo nivel de cualquier otro político”, dice Thomas.

Son muchos los líderes mundiales que han perdido apoyo popular por las consecuencias de la guerra en Ucrania y los problemas en la cadena de suministros después de la pandemia. Los índices de aprobación del norteamericano Joe Biden arañan el 40%, y el presidente francés Emmanuel Macron acaba de perder la mayoría parlamentaria de su partido en elecciones marcadas por la bronca por el costo de vida.

El índice de inflación interanual de Nueva Zelanda es del 6,9% y sigue por debajo del 9,2% promedio del mundo desarrollado. En respuesta a las críticas, Ardern culpó a las “presiones globales” que escapan a su control.

“El mundo entero está viviendo el peor shock económico desde la Gran Depresión, y la guerra de Ucrania y las disrupciones en la cadena de suministros han provocado el peor pico inflacionario en décadas”, señaló Andrew Campbell, vocero de Ardern.

Entre otras medidas, su gobierno ha anunciado una transferencia directa de 220 dólares para todos los hogares de ingresos medios y bajos, para aliviar el auge del costo de vida. Pero muchos neozelandeses consideran que la respuesta del gobierno es inadecuada y no se conforman con comparaciones sobre lo que ocurre en otros países.

“No es culpa del gobierno, pero es problema del gobierno”, dice Thomas.

Ardern también tiene problemas por aumento de la violencia armada: solo en fines de mayo y principios de junio se registraron al menos 23 tiroteos desde automóviles, en medio de una guerra de pandillas por un territorio en disputa.

Los policías neozelandeses suelen estar desarmados, pero en algunos barrios de Auckland, la ciudad más grande del país, se han visto obligados a portar rifles. La semana pasada, Ardern desplazó a su ministra de policía porque había “perdido el foco”.

Las actuales dificultades de Ardern imprimen un giro en su vertiginoso e inesperado ascenso político.

Tras su repentina llegada a la jefatura de su partido, en 2017, los laboristas se subieron a la ola de “Jacindamanía” —al fin y al cabo, Ardern era una cara nueva y prometía reformas importantes—, acordaron formar gobierno con dos partidos más pequeños, y le asestaron una sorpresiva derrota al centroderechista Partido Nacional.

Tres años más tarde, en la siguiente elección nacional, el 50,01% del electorado votó por los laboristas, y hasta febrero de este año las encuestas mostraban que el partido seguía cosechando el apoyo de hasta el 50% de los votantes.

Pero ese mes el gobierno comenzó a relajar las restricciones por el coronavirus, y ahora que la pandemia quedó lejos en el espejo retrovisor, el Partido Laborista tiene un promedio de 35% de apoyo en las encuestas, y el Partido Nacional un 40%. Sumado el apoyo a sus partidos aliados, ambos bandos están parejos.

Los analistas políticos dudan que Ardern pueda lograr avances en algunos de los problemas de larga data y así mejorar su situación.

Sucesivos gobiernos han fracasado en sus intentos por controlar el recalentado mercado inmobiliario. Y durante el mandato de Ardern el problema empeoró: entre 2017 y 2021, el precio promedio de la vivienda aumento del 58%. Y el año pasado, el precio promedio de la vivienda superó el millón de dólares neozelandeses, unos 626000 dólares norteamericanos.

El país también lucha contra una persistente pobreza infantil, que redunda en tasas de fiebre reumática y enfermedades pulmonares sorprendentemente altas para un país desarrollado. En 2017, Ardern dijo que la reducción de la pobreza infantil era un objetivo crucial. Actualmente, el 13,6% de los niños de Nueva Zelanda viven en la pobreza, una disminución respecto del 16,5% de 2018, pero muy por encima del 10,5% que se había propuesto el gobierno.

Y a pesar de la promesa de Ardern de luchar contra el cambio climático como la generación anterior luchó contra las armas nucleares, desde 2018 las emisiones de gases de Nueva Zelanda han aumentado un 2,2%.

Campbell, vocero de Ardern, dijo que el gobierno ha logrado avances en temas importantes a pesar de los desafíos del covid-19. “Seguimos abordando los desafíos a largo plazo que enfrenta nuestro país, por ejemplo, con el programa de vivienda social más grande en décadas, sacando a decenas de miles de niños de la pobreza y tomando medidas climáticas concretas”, destacó Campbell.

Pero Godfery, el escritor progresista, dice que Ardern le faltó ayuda de parte de su equipo para traducir su retórica en políticas de Estado.

“Ardern es una persona auténticamente empática y compasiva, con un compromiso profundo con la lucha contra la de desigualdad, el cambio climático y la pobreza infantil”, dice Godfery. “El problema es que no logra plasmarlo en un programa de políticas concretas.”

Traducción de Jaime Arrambide

 

LA NACION