23 Jun Multimillonario, ilustre coach y una idea brillante que los cracks sabotearon: el polvo azul
Por Claudio Cerviño
La anécdota es triste, despierta asco, pero es una imagen elocuente de lo que puede provocar la superación de un ser humano. Ese hombre que hoy transita por los 83 años es, desde hace tiempo, un multimillonario que le puso el sello del éxito a la mayoría de los emprendimientos que abordó. Pero, ¿cómo era su vida en la infancia, en la adolescencia? “Y, tiempos muy duros. No había que comer en Rumania. Se comía lo que se podía. Yo llegué a comer ratas para poder subsistir”. La frase del rumano Ion Tiriac fue tremenda, impactante, para dejar perplejos a todos. Cuando la pronunció en una entrevista hace varias décadas, fue para dejar en claro de dónde venía y también resaltar el valor de todo lo que había conseguido. Hemos escuchado historias sobre ingestas poco convencionales, pero lo de las ratas superó hasta los guiones cinematográficos.
El nombre de Tiriac es muy conocido para los argentinos, especialmente para los amantes del tenis. Ese hombre nacido en Brasov, de 1,83 de altura, melena con rulos y bigotes prominentes de parentesco con los vikingos, que en sus comienzos deportivos fue un destacado jugador de hockey sobre hielo hasta que lo suspendieron de por vida por una pelea en un partido, también practicó con destreza otras disciplinas. Una de ellas fue el tenis. Fue 55° del mundo y ganó cinco títulos. Compañero de época de una leyenda rumana: Ilie Nastase. Talento y humor como pocos reunía Nasty. Ion era el esfuerzo detrás de un objetivo. Y una mente brillante.
El mismo Tiriac que luego se hizo coach. Esa lucidez mental para ver el juego y los negocios. El hombre al que, allá por 1975, recurrió Guillermo Vilas para transformarse en el mejor tenista argentino de todos los tiempos. “¿Tenés ganas de viajar conmigo por el mundo?”, le preguntó Willy, que ya había ganado el Masters sobre el césped del estadio Kooyong, de Melbourne, en 1974, venciendo a Nastase en la final a cinco sets. “¿Y vos tenés plata para pagarme?”, le respondió como una luz el rumano. Tras lo cual, le aclaró: “Vos ocúpate de jugar al tenis, yo me encargaré de hacer que ganemos plata”.
Fue una sociedad exitosa. Cuando Vilas ganó Roland Garros 1977, el torneo que añoraba conquistar desde chiquito, Tiriac le dijo en el vestuario: “Ahora que conseguiste lo que querías, me voy”. Vilas lo miró a los ojos y su respuesta fue demoledora: “Si te vas ahora, dejo el tenis”. Siguieron juntos, obvio. En ese 77 también la dupla logró el US Open, sobre el clay verde de Forest Hills, y fue el N° 1 del mundo aunque la computadora no lo reconoció.
Tiriac no agotó su crédito como entrenador con Vilas: también condujo al fenomenal alemán Boris Becker, hoy preso en Inglaterra por falsear su patrimonio y no pagar deudas contraídas, el croata Goran Ivanisevic, el francés Henri Leconte, la alemana Anke Huber. Muchos talentosos pasaron por sus manos. Y a la par de sus éxitos, los negocios. De pronto se transformó en el hombre más rico de Rumania y uno de los más poderosos e influyentes empresarios de Europa. ¡Colosal! Sí, el hombre que de chico tenía que comer… ratas.
La fortuna de Tiriac hoy está calculada en unos 2500 millones de euros. Empresas varias (bancos, seguros, inmobiliarias, aviones). Habla numerosos idiomas. En los tiempos de Vilas, muchas veces se sumaba a las transmisiones de TV. Ion podía hablar en inglés o en italiano, hasta en francés, pero también lo hacía en un español divertido. “Lo veo bien a Guiyerma”, decía. “Fíjense lo bien que le está pegando a la polota”. Un personaje querible, entretenido. Punzante y sarcástico también.
Como aquella vez que, en una entrevista con el diario rumano Jurnalul National, reconoció que tenía ¡33 hijos!, haciendo recordar los rumores sobre la supuesta descendencia masiva en Jamaica del cantante Bob Marley. “Yo tengo tres hijos oficiales (Ion Jr., Ioana y Karim) y 30 no oficiales y creo que todos tienen el derecho a la misma parte”, dijo Ion sobre lo que sería en el futuro el destino de su fortuna. Pero fue más allá: “Creo, igual, que los hijos no deberían recibir todo de sus padres, porque esto no estimularía el desarrollo de su personalidad y el espíritu competitivo. Si les cae todo del cielo, serán unos minusválidos”, acotó. ¿33 hijos? “Me gustaron mucho las mujeres, pero no me acuerdo más por qué”, remató con una sonrisa ante la sorpresa por el número.
A 10 años de su gran derrota
Claro que Tiriac siempre tuvo una mirada que fue más allá. Hace unos días, el 9 de mayo, cumplió los 83. Tres días antes de que se celebrara otro aniversario que no le debe causar ninguna gracia. Es que se cumplió una década del, probablemente, golpe al mentón más grande que haya recibido en su carrera. El que le dieron los propios cracks del tenis de la era moderna. Fue cuando le bajaron el pulgar a su gran invención: la cancha de polvo de ladrillo azul. Ocurrió en 2012, una genialidad instrumentada en el torneo del que fue dueño durante 20 años y hasta diciembre pasado: el Masters 1000 de Madrid.
Tiriac hoy reside una buena parte del año en su casa en Namibia. Sigue viajando seguido, aunque no tanto como antes, cuando “dormía en los aviones en vez de los hoteles”, admitió durante 2013 en una entrevista con LA NACION en Roland Garros. En aquel entonces, su gran proyecto había chocado de frente contra la negativa de las principales figuras del circuito. El tema todavía estaba muy fresco y, de la extensa charla con el excoach de Vilas, fue la única parte que lo sacó un poco de su estado de simpatía. Aunque nunca perdió el rumbo analítico.
¿Qué pasó hace una década? La explosión de los cracks. Madrid, como Roma, Montecarlo y el Conde de Godó formaban parte del circuito de canchas lentas para desembocar con la mejor preparación para Roland Garros, habitualmente situado en la última semana de mayo y en la primera de junio en el calendario. Rafael Nadal, Novak Djokovic, Roger Federer, Serena Williams. Todos los cracks, que tenían una voz dominante a la hora de aprobar o desaprobar proyectos, desembarcaron en Madrid con la cabeza muy clara: “Esto lo jugamos una vez y nunca más”.
El cambio del anaranjado al azul les puso los pelos de punta a todos. Sea por acostumbramiento a un color determinado, sea porque no fueron consultados. Sea porque lo entendieron como un negocio empresarial. La superficie siempre era polvo de ladrillo, en este caso “teñido”. Se le quitaba el óxido ferroso con un proceso que implicaba elevar el elemento a 1000 grados de temperatura. Para los jugadores, el piso perdía consistencia y los piques variaban, la pelota patinaba más por la falta de compactación adecuada del polvo.
Lo cierto es que no dejaron pasar oportunidad ni conferencia de prensa para marcar su “descontento” con la idea revolucionaria de… Ion Tiriac. ¿Quién si no? Con un detalle: el color azul se identifica, o identifica, a Mutua Madrileña, que es el principal sponsor del certamen. ¿Casualidad o causalidad? ¿Negocio encubierto?
Para colmo, durante cada jornada, había resbalones varios de los jugadores en las canchas novedosas. Algo considerado lógico por la falta de asentamiento. La preparación había sido diferente, era la primera vez. Había que aprender sobre la marcha. Nada insensato. Lo que faltaba era “un pelín de tolerancia”, como bien podría decir Nadal, el rey del polvo de ladrillo, pero anaranjado, claro.
Pero Rafa era tajante. “La cancha te da más opciones de jugar peor. Para los especialistas en tierra los factores van en contra. Para jugadores como Isner, Raonic o Federer pueden ser muy buenos. Favorece y premia muchísimo el servicio y el primer tiro. La pelota viaja muy rápida y, en lugar de saltar hacia arriba, salta un poco hacia adelante. Hay otro problema en la cancha central: la valla de publicidad de atrás es baja y del mismo color de la cancha, por lo que marea. Se pierde mucho la pelota”.
En ese certamen también participó Juan Martín Del Potro. Y el inefable Juan Ignacio Chela, con una gran versatilidad en las redes sociales. A tono con el momento, lanzó en Twitter uno de sus chistes habituales sobre el polvo de ladrillo azul: “Están investigando si para hacer la canchas hubo una masacre de pitufos o una orgía de avatars”.
El título, el domingo 13 de mayo de 2012, quedó en manos de Federer (venció al checo Tomas Berdych en la final), uno de sus pocos triunfos destacados sobre polvo de ladrillo cuando enfrente estaban jugadores más adaptables al piso lento como Rafa o Djokovic. La velocidad de la cancha y los 700 metros de altura de Madrid jugaron a favor de Roger esa semana. Aunque no desbordó de entusiasmo en la entrega de premios ni felicitó a Tiriac por su invención. Era un claro síntoma de que la idea no prosperaría a futuro.
La charla con Tiriac en Roland Garros fue imperdible en muchos aspectos, pero también tuvo su segmento sobre el proyecto que, aparentaba, haber tenido su función de estreno y despedida. Veamos el diálogo en ese 2013 sobre el tema…
-¿El polvo azul vuelve o ya fue como experiencia? Resultó un duro golpe para usted recibir tantas críticas, incluso en plena entrega de premios…
-El del polvo azul es un tema que empecé a estudiar hace muchos años. Y te puedo asegurar que volverá. Lo que algunos no entienden es que yo estoy luchando con otros deportes, no con el tenis. El tenis es una gran industria. Un tenista gana más plata que uno de fútbol al año, sea Cristiano Ronaldo o cualquier otro. Un Federer gana más. Eventualmente no gana más que un golfista, porque en Estados Unidos cobran más. Pero esa industria que es el tenis puede mejorar, y de esa forma nos beneficiamos todos. Luchamos contra otros deportes, por ganar espacio en la TV. ¡Si el tenis se ve mejor por el contraste de la pelota amarilla sobre el azul! Y se vería más si fueran fosforescentes. Se ve un 30% mejor. Todas las cadenas de TV estaban encantadas con el polvo azul. Cuando en Roland Garros la pelota pasa la red, la perdés de vista. Mirá otros deportes: hasta en los Juegos Olímpicos, en el hockey sobre césped, se usa el azul. En Australia el cemento es azul. En el US Open es azul. No es una locura.
-¿Y entonces, por qué la discusión? Porque hubo muchas críticas por el estado resbaladizo del piso.
-La confusión muy grande fue de los jugadores, porque la cancha patinaba. Era un tema de construcción, por el agua, que estaba muy arriba, a un metro. Ahora en Madrid se hicieron canchas nuevas. Se llevaron 1500 toneladas de arena de la que se usa en Roland Garros, se la transportó desde París, la llevaron 3000 km en camiones y se gastó 1,5 millón de dólares… Los tiempos de Tiriac-Nastase ganando Roland Garros con 100 US$ de premio se acabaron. Madrid tiene más de 10 millones de dólares de premios, es probable que se vaya a 15 millones Hay que tratarlo como un divertimento y como industria. Los jugadores deben pensar en el futuro.
-¿Y qué les dice?
-Que siempre hay grandes campeones, Antes fueron Laver, Rosewall, Newcombe, Nastase; después vinieron Borg, McEnroe, Vilas, Connors, más tarde, Edberg, Wilander, Becker, y ahora están Nadal, Djokovic, Federer, Murray. Pero no son eternos, van a pasar y lo que queda es el tenis. ¿Quién piensa en el futuro? Los Grand Slams tienen una tradición. No conozco Grand Slams que hagan menos de 100 millones de dólares limpios después de 2 semanas. Los otros hacen menos, pero también son muy valiosos. A mi me gustan más los Masters 1000 porque no tienen 128 jugadores. Me gusta que estén los mejores. Pero si no cambiás nada, hay peligro que te coman los otros deportes; que te coman tu torta, tus sponsors, porque ven cosas interesantes para el telespectador. En Madrid tenés una final muy linda, con 14.000 espectadores, pero después tenés 30 millones que te miran por TV, que si no ven la pelota… te cambian de canal y se van a otro programa. Por eso te digo que el azul es correcto. Ningún deportista pasa más tiempo en televisión que un tenista.
-¿Todos estaban en contra?
-Fueron dos jugadores que no estuvieron de acuerdo, Federer, que ganó, y Nadal. Se quejaron de las patinadas, pero patinaba para todos. Nadal y Djokovic perdieron en cuartos y se volvieron un poco agresivos. ¿Pero qué puede hacer la ATP al respecto? Si es una organización que está manejada por los jugadores. Reitero: se debe pensar en el futuro. Por eso digo que el polvo azul no está muerto. Al contrario, está más vivo que nunca.
Así lucía el tenis en el polvo azul
Hace unos días, cuando Carlos Alcaraz, la nueva joya, recibió el premio por su conquista en la Caja Mágica luego de vencer en los últimos tres días a Nadal, Djokovic y Zverev, la figura de Tiriac, ya fuera de la organización del torneo cuyos derechos le vendió en diciembre de 2021 a IMG, no estaba como principal anfitrión. Justo 10 años después de aquella gran polémica. Seguramente Ion no haya cambiado de opinión porque siempre lució convencido de la idea del polvo azul. Lo mismo que de la pelota más grande, los sets más cortos, de hacer cambios que capten más la atención del televidente. Fue en esa ausencia notoria cuando recordamos otra parte de la entrevista que, con él como interlocutor, no ha perdido vigencia casi una década después…
-Mirando su propia historia, con todo lo que pasó, con las privaciones de chico, y al verse hoy convertido en un empresario exitoso, reconocido, millonario, poderoso, ¿qué piensa de sí mismo? ¿Es feliz?
-Yo no sé qué querés decir con la felicidad. Porque una persona cuando está contenta… Cuando a las 6 de la mañana se hace la barba, sale de la ducha, sea Obama, Putin, Tiriac o Vilas, somos lo mismo, iguales. Vamos para adelante. Por ahí tuve más chances en mi vida, pero las hice yo, trabajando. Me levanto a las 6 y ya estoy trabajando. Es mi realidad. No me gusta jugar al golf (risas). Nunca fui un gran campeón, pero siempre, cuando lo sos, te quieren todos; te vienen a ver los políticos, los empresarios. Ahora, cuando termina tu carrera… Mañana siempre va a haber uno que le pega a la pelota más fuerte, uno que corre más rápido, otro que salta más alto. La segunda vida es tanto o más importante que la primera. Terminás a los 32, 35 años, y después empieza la cosa. Me fue bien en los negocios, en la economía. Pero es más importante el respeto que te tiene la gente una vez que terminaste que el amor que te daban cuando jugabas y eras un buen jugador o un gran campeón. Debes ser respetado. Si no, te olvidan enseguida.
Algo es seguro: nadie olvidó ni olvidará a Ion Tiriac.