Clark: la verdadera historia del carismático ladrón que inspiró el síndrome de Estocolmo

Clark: la verdadera historia del carismático ladrón que inspiró el síndrome de Estocolmo

Por Ramiro Pellet Lastra

Esta nota contiene spoilers de la serie Clark.

Gracias a autores como Stieg Larsson y Henning Mankell, entre los más conocidos, y las películas y series que se hicieron sobre sus historias, Suecia disparó al mundo un fuego graneado de ficciones policiales, no exentas de un interesante contenido sobre la sociedad y la actualidad del país nórdico.

Y fue allí también, en Suecia, donde se acuñó la expresión en los años setenta del síndrome de Estocolmo, utilizado desde entonces para describir, en casos de secuestro o toma de rehenes, el afecto irracional de las víctimas hacia quienes las tienen en su poder.

Detrás de ese fenómeno se encuentra Clark Olofsson, un delincuente que protagonizó la toma de rehenes que dio nombre al síndrome, y cuya vida se abrió camino al streaming con una miniserie del realizador sueco Jonas Akerlund, que destila la biografía del personaje en una trama de comedia criminal con ribetes dramáticos.

La miniserie de Netflix que lleva su nombre, Clark, cala en la popularidad y la curiosidad que despierta el síndrome de Estocolmo, la defensa enajenada e incondicional de la víctima al victimario, pese a estar sometida a su voluntad y con la vida pendiendo de un hilo. O, quizás, precisamente por eso.

Pero la trama de Clark va más lejos. Toma toda la carrera delictiva de Olofsson, sus encontronazos con la policía, sus entradas y salidas de la cárcel, su desaforada pasión por bancos y mujeres. Y, como motivo recurrente, las armas de las que echaba mano, y que no eran armas de fuego: su encanto natural, su estilo y su atractivo, sus planes sobre la marcha, su facilidad de palabra, de maquinar y convencer.

Bill Skarsgard, el actor que hace de Clark, dijo en una entrevista que cuando le propusieron el personaje, lo primero que hizo fue entrar a Wikipedia a ver bien quién era y quedó anonadado. “¿Cómo puede una persona haber estado envuelta en tantas cosas en su vida? -se preguntó- Es una cosa tras otra, una y otra vez, y una vez más, y algunas de esas cosas son momentos históricos. Como el síndrome de Estocolmo, que es obviamente algo que todos saben de qué se trata, y por supuesto él participó en su acuñación”.

La serie se inspira en la autobiografía Clark Olofsson ¿Qué diablos pasó?, de donde el director retuvo la primera persona. Así surgió el retrato de un ladrón más interesado en la fama que en el dinero, que ganaba y perdía amigos, novias y billetes con pasmosa facilidad; un joven carismático, entrador y sobrador, centrado en sí mismo y en sus necesidades inmediatas, con la vista puesta en la próxima chica o el próximo asalto.

Los créditos iniciales aclaran con humor que la serie “está basada en verdades y mentiras”. Y lo que se sabe entre esas verdades, por ejemplo, es que Clark tuvo una infancia difícil, con un padre que abandonó a la familia a los once años, y una madre que debió ser internada en un psiquiátrico. La serie cuenta esa realidad con escenas en flashback, en blanco y negro, que contrastan con el tono satírico, colorido y vertiginoso de la trama.

También se sabe que Clark comenzó su carrera delictiva de muy joven, y que a los 18 años irrumpió con una banda de amigos, con motivos no del todo claros, en la residencia de verano del primer ministro Tage Erlander. En una escena, Clark desafía al jefe de gobierno a disparar “a quien será el gánster más célebre del país”.

El síndrome de Estocolmo

Y, claro, está el incidente central de su vida y de su carrera, cuando ya era bien conocido en la opinión pública sueca por sus correrías al margen de la ley: la toma de rehenes del banco donde se originó el famoso síndrome. El término entró en los manuales de criminología, y desde entonces se enseña como parte del currículum de cursos especializados de toma de rehenes y negociación con los captores.

Fue el 23 de agosto de 1973. Clark tenía 26 años y pasaba una de sus habituales estadías en la cárcel, como cuenta en la serie, cuando la policía lo mandó a sacar con una misión urgente. La tarea estaba relacionada con la sucursal del Kreditbanken en Norrmalmstorg, en el centro de Estocolmo. Jan-Erik Olsson, otro delincuente y admirador de Clark, a quien conocía de prisión, había tomado cuatro rehenes y exigió su presencia. La policía aprovechó la solicitud y le pidió a Clark que convenciera al asaltante de entregarse.

Era la primera vez que no lo enviaban a prisión, sino que lo sacaban, una sensación extraña de la que parecía disfrutar al máximo, como todo lo que lo hacía sentir grandioso. Y era también, quizás, la primera vez que Clark, criminal inveterado, amante de las cajas y las bóvedas, entraba a un banco sin intención de vaciarlo. Aunque, según la versión de Netflix, también ahí vibró en su mirada el fuego sagrado de adueñarse del dinero.

Criminal al fin, Clark no supo, no pudo o no quiso convencer a Olsson de entregarse. Después de cuatro o cinco días de encierro, mientras corrían las tratativas entre negociadores y delincuentes, los cuatro cautivos ya parecían estar “del lado de los asaltantes”, como dijo con desconsuelo a la televisión uno de los agentes a cargo del asedio, un incidente mediatizado que capturó la imaginación de la sociedad.

Kristin Ehnmark, quien trabajaba de estenógrafa en el banco, logró tal afinidad con los delincuentes que se comunicó directamente con el primer ministro de ese momento, Olof Palme. Habló con calidez de sus captores y dijo que confiaba en ellos más que en la policía. Tras su liberación, los rehenes continuaron defendiendo a sus captores, exigieron su libertad y se negaron a testificar en su contra. Todos los negociadores del mundo debieron aprender a lidiar con esa doble barrera, la de los delincuentes y la de sus nuevos aliados.

Un vínculo perverso

“En una toma de rehenes tenés tres instancias. El momento de la toma, que es siempre muy violento; el cautiverio, que suele ser una fase más estable, y el final, que se complica de nuevo”, dijo a LA NACION el mayor retirado Miguel Sileo, conocido por negociar la liberación de 23 personas del llamado “Robo del siglo”, la toma de la sucursal Acassuso del Banco Río en el año 2006.

“La primera y la última son las más arriesgadas, ya que en el cautiverio se bajan los niveles de ansiedad y en la tercera cualquier acción puede ser mal interpretada y terminar de la peor manera”, agregó Sileo, que facilitó la salida de 168 rehenes durante su carrera.

Es en esa fase intermedia, donde se da la espera de los captores a que la policía cumpla sus exigencias, donde comienza a generarse el síndrome. Con toda razón, los rehenes solo quieren verse libres: las demoras en la negociación, las dilaciones, la posible falta de progresos, vuelcan la bronca hacia la policía, por complicar los planes de los delincuentes en vez de dejarlos salirse con la suya.

Además, como dice el psicólogo Jan Agrell en un pasaje de la serie, tomado de una entrevista de televisión de la época en la que sucede la toma del Kreditbanken, “se creó un vínculo entre ellos; es evidente que los rehenes hallan una especie de seguridad en los ladrones del banco. Es entendible, porque ellos son los que tienen las armas. Por eso es ahí donde buscan la seguridad”.

La vida de Clark, como los capítulos de la serie, tiene mucho recorrido después del asalto que marcó tanto su historia personal como la criminología mundial. Como es su costumbre, Clark lleva una vida libre y desaforada, luego retoma los robos (o el tráfico de drogas) y vuelve a la cárcel, en un ciclo sin fin que se ajusta a su personalidad, formateada en disfrutar al límite y siempre al margen de la ley.

“Ya era hora de volver al hotel y descansar un poco. A veces debes dejar que te atrapen para empezar de nuevo. Nunca serás realmente libre si no te encierran de vez en cuando. Ustedes me entienden”, dice Clark en la voz en off con que va relatando sus andanzas a la audiencia.

Las aventuras de Clark Olofsson, hoy de 73 años y que circuló por Europa, navegó el Mediterráneo y vivió en el Líbano, no lo llevaron a la Argentina. Pero la banda de sonido de la serie, con una precisa y divertida selección para retratar los años sesenta, setenta y ochenta, entrega en su primer capítulo una joya inesperada: “La felicidad”, de Palito Ortega, cantada en traducción al sueco. Como el resto de las canciones, esta subraya el estilo festivo, ligero y despreocupado con el que Clark encaró su vida.

 

LA NACION