04 Mar Guerra Rusia-Ucrania: los tres escenarios posibles para el final del conflicto
Por Thomas L. Friedman
La batalla por Ucrania que se libra ante nuestros ojos puede convertirse en el acontecimiento más transformador en Europa desde la Segunda Guerra Mundial y en el conflicto bélico más peligroso que vive el mundo desde la crisis de los misiles de Cuba. Veo tres posibles escenarios para el final de esta historia: los llamo “el desastre absoluto”, “el acuerdo sucio”, y “la salvación”.
El escenario de desastre es el actual: a menos que cambie de corazón o pueda ser disuadido por Occidente, Vladimir Putin parece más que dispuesto a matar a tantas personas como haga falta y a destruir toda la infraestructura que haga falta para borrar a Ucrania como Estado y cultura independientes y barrer a sus autoridades. Ese escenario puede conducir a crímenes de guerra de una escala como en Europa no se ve desde la época de los nazis, crímenes que convertirían a Putin, a sus compinches y a toda Rusia en parias internacionales.
Este mundo conectado y globalizado nunca se había enfrentado con un líder acusado de este nivel de crímenes de guerra, cuyo país abarca 11 zonas horarias, es uno de los mayores proveedores globales de petróleo y gas, y posee el mayor arsenal de ojivas nucleares del mundo.
Cada día que pasa sin que Putin se detenga nos acerca más a las puertas del infierno. Cada video de TikTok y captura de celular que deje expuesta la brutalidad de Putin hará que sea más difícil mirar para otro lado. Pero intervenir implica arriesgarse a desatar la primera guerra en el corazón del Europa con armas nucleares en juego. Y permitir que Putin deje reducida Kiev a sus escombros con miles de muertos a su paso —así conquistó Grozny y Alepo— sería permitirle que genere una especie de “Afganistán europeo”, que empiece a repartir refugiados y caos.
Putin no tiene margen para instalar un presidente títere, dejarlo en el poder y salir de Ucrania: ese títere enfrentaría un estado de insurrección constante. Así que Rusia tiene que dejar apostados de manera permanente a decenas de miles de tropas para controlar Ucrania, donde miles de ucranianos abrirán fuego sobre ellos día tras día. Es aterradora la poca reflexión que le dedicó Putin al modo en que terminaría su guerra.
Ojalá el único móvil de Putin fuese mantener a Ucrania fuera de la OTAN, pero su voracidad ahora va más allá. Putin es presa del pensamiento mágico: como dijo el lunes Fiona Hill, una de las máximas expertas norteamericanas en asuntos rusos, en una entrevista publicada por Político, Putin cree que existe algo llamado “Russky Mir”, o sea un “Mundo Ruso”, que los ucranianos y los rusos son “un solo pueblo”, y que su misión es “volver a reunir a todos los hablantes de lengua rusa de diferentes lugares que en algún momento pertenecieron al Zarato ruso”.
Para materializar esa visión, dice Hill, Putin cree que es su derecho y responsabilidad desafiar “un sistema basado en reglas donde los países, cuando quieren algo, no lo toman por la fuerza”. Y si Estados Unidos y sus aliados tratan de interponerse en su camino —o tratar de humillarlo como lo hicieron con Rusia al final de la Guerra Fría—, Putin ha dejado muy claro que está dispuesto a enloquecernos. Como advirtió Putin el otro día, antes de poner a sus fuerzas nucleares en alerta máxima, quien se interponga en su camino debería prepararse para sufrir “consecuencias como nunca se han visto”. Si a eso le sumamos los inquietantes informes sobre la salud mental de Putin, el cóctel es aterrador.
“Acuerdo sucio” o movimiento de masas
El segundo escenario es que de alguna manera el Ejército y el pueblo ucranianos puedan resistir la guerra relámpago el tiempo suficiente para que las sanciones económicas comiencen a dinamitar los cimientos de la economía de Putin, y así ambas partes se vean obligadas a aceptar un “acuerdo sucio”. Los trazos gruesos de ese acuerdo serían que a cambio de un alto el fuego y de la retirada de las tropas rusas, Ucrania cedería formalmente los enclaves orientales que ya están de facto bajo control ruso, y Ucrania también se comprometería explícitamente a no sumarse jamás a la OTAN. Al mismo tiempo, Estados Unidos y sus aliados aceptarían levantar todas las sanciones económicas impuestas recientemente a Rusia.
Este escenario sigue siendo improbable, porque básicamente implica que Putin acepte que no pudo concretar su ambición de reabsorber a Ucrania en la patria rusa, después de haber pagado un alto precio en términos económicos y de vidas de soldados rusos. Además, Ucrania tendría que ceder formalmente parte de su territorio y aceptar que se convierta en una tierra de nadie permanente entre Rusia y el resto de Europa, aunque al menos mantendría su independencia nominal. Y también implicaría que todos los actores de esta historia ignoren lo que ya saben: que no se puede confiar en que Putin vaya a dejar en paz a Ucrania.
Finalmente, el escenario más auspicioso aunque también más improbable es que el pueblo ruso demuestre tanta valentía y compromiso con su propia libertad como el pueblo ucraniano ha demostrado con la suya, y traiga la salvación expulsando a Putin de su cargo.
Ya debe haber muchos rusos preocupados al saber que mientras Putin sea su líder actual y futuro, para ellos no habrá futuro alguno. Arriesgando su seguridad personal, miles de rusos están tomando las calles para protestar contra la demencial guerra de Putin. Y aunque es demasiado pronto para decirlo, me pregunto si la barrera del miedo no empezó a romperse y si el reinado de Putin no podría terminar por un movimiento de masas.
Porque hasta la vida de los rusos que no abren la boca se vio interrumpida de repente y de mil maneras. Como escribió mi colega Mark Landler: “El festival de música clásica de Lucerna, Suiza, canceló dos conciertos sinfónicos a cargo de un director ruso. En Australia, el equipo nacional de natación anunció su boicot al campeonato mundial de nado a realizarse en Rusia. En un centro de esquí de Magic Mountain en Vermont, Estados Unidos, un barman volcó en el desagüe el contenido de todas sus botellas de vodka de origen ruso. Desde la cultura hasta el comercio, el deporte y los viajes, el mundo está dándole la espalda a Rusia en infinidad de maneras, como protesta por la invasión del presidente Vladimir Putin a Ucrania.”
Y además está el nuevo “impuesto Putin” que todo ruso tendrá que pagar indefinidamente por el placer de tenerlo como presidente. Me refiero a los efectos de las crecientes sanciones impuestas a Rusia por el mundo civilizado. El lunes, el Banco Central ruso no pudo abrir la ronda del mercado bursátil ruso para evitar que una corrida lo hiciera colapsar, y se vio obligado a elevar su tasa de interés de referencia del 9,5% al 20% en un solo día, para que la gente no escapara del rublo. Así y todo, la moneda rusa se desplomó en torno al 30% frente al dólar: el rublo ya vale menos de 1 centavo de dólar.
Por todas esas razones, me queda la esperanza de que en este mismo momento en el Kremlin haya varios oficiales militares y de inteligencia rusos de alto rango encerrados en algún sitio para poder decir en voz alta lo que todos deben estar pensando: o Putin perdió habilidad como estratega durante su aislamiento por la pandemia, o está en grave estado de negación por su garrafal error de cálculo sobre la fuerza de los ucranianos, de Estados Unidos y sus aliados, y de la sociedad civil mundial en general.
Si Putin sigue adelante y arrasa las ciudades más grandes de Ucrania y su capital, Kiev, él y todos sus compinches jamás volverán a ver los departamentos que compraron en Londres y Nueva York con sus fortunas robadas. Nunca más Davos ni St. Moritz. Por el contrario, todos serán encerrados en una gran prisión llamada Rusia, con libertad de viajar solo a Siria, Crimea, Bielorrusia, Corea del Norte y tal vez, solo tal vez, a China. Y sus hijos serán expulsados de sus internados privados en Suiza y en Oxford.
O los altos funcionarios rusos colaboran para derrocar a Putin o todos compartirán su celda de aislamiento. Lo mismo vale para los rusos en general. Entiendo que este último escenario es el más improbable de todos, pero es el que más nos acerca al sueño que tuvimos en 1989 cuando cayó el Muro de Berlín: una Europa entera y libre, desde las Islas Británicas hasta Vladivostok.
LA NACION