El tenista de ciencia ficción que superó todas las adversidades

El tenista de ciencia ficción que superó todas las adversidades

Corría abril de 2004. Un Rafael Nadal aún adolescente, que ya ocupaba el 34° lugar del ranking mundial a pesar de no haber inaugurado aún su palmarés personal, se bajaba de Estoril antes de los cuartos de final por una fractura por estrés en su pie izquierdo, que no dejaría más de causarle problemas. En 2005, las molestias en esa misma zona lo obligaban a cerrar su temporada en octubre. A esa altura de su vida, con un título de Grand Slam en su haber (había ganado el primero de sus 13 trofeos de Roland Garros en junio), el retiro golpeaba a su puerta. Le habían diagnosticado síndrome de Müller-Weiss, una enfermedad crónica y degenerativa que genera la deformación del escafoides tarsiano, uno de los huesos situados en la parte media del pie y que es esencial para la movilidad del mismo. Una enfermedad que no tiene cura y que, ya en ese momento, le causaba mucho dolor.

La carrera de Rafa, el niño prodigio y gran promesa del tenis español, parecía haber llegado a su fin a los 19 años. Pero él amaba este deporte y lo apasionaba la competencia. Y sediento de gloria, optó por hacer lo que mejor sabía hacer: dar pelea.

Con su espíritu de lucha como bandera, el mallorquín se convirtió en un ejemplo de resiliencia -esa cualidad que los argentinos tanto destacan en Juan Martín Del Potro- y hoy, 18 años después de aquel primer abandono en Estoril, es el máximo ganador de Grand Slams de la historia

La épica victoria que consiguió este domingo en la final del Abierto de Australia tuvo mucho sabor a hazaña. Y no solo por cómo fue el desarrollo del partido:“Tengo el escafoides partido a la mitad y se va inflamando y duele. Es algo que no tiene solución”, comentó el año pasado tras perder la semifinal de Roland Garros con Djokovic. Poco después, intentó regresar al circuito para la gira norteamericana de canchas duras, sin éxito. Jugó en Washington (perdió en su segunda presentación) y dio por terminado su 2021, otra vez por los problemas causados por su enfermedad crónica.

A principios de este 2022, antes de su debut en Australia, confesó que había tenido varias conversaciones con su equipo y su familia sobre la posibilidad de colgar la raqueta.

Desde que en 2003 una fractura en el codo durante un entrenamiento postergó su primera aparición sobre el polvo de ladrillo de París, solo hubo tres temporadas en las que el español no tuvo largas ausencias por problemas físicos: l 2011, 2013 y 2015. Sufrió dolencias de menor y mayor gravedad en los hombros, la espalda, el brazo y la muñeca izquierda y el psoas ilíaco, entro otras. Pero junto a ese maldito pie izquierdo, las rodillas fueron sus peores pesadillas.

A finales de 2008 comenzó a batallar con la derecha, con tendinitis y dolores que siguieron apareciendo cada tanto (en 2019, acusó su último retiro en un torneo por esa causa, en Indian Wells). Y en 2012, sufrió la que fue quizás su lesión más importante: la rotura del tendón rotuliano de la izquierda, que lo mantuvo siete meses parado y lo marginó de los Juegos Olímpicos de Londres, el US Open y el Torneo de Maestros de ese año y el Abierto de Australia de 2013.

En 2016, cuando una inflamación en el tendón de la muñeca izquierda lo forzó a bajarse de Wimbledon y la cerrar a su temporada en octubre, tras un regreso que incluyó participaciones en los Juegos de Río 2016 y el US Open, se empezó a hablar del “declive de Nadal”.

La intensidad del mallorquín para golpear cada pelota, para correr cada centímetro de la cancha y para pelear cada punto hasta el final fueron desgastando un cuerpo que al principio parecía indestructible. Exigidos al extremo por ese estilo de juego potente y físico que transformó en su carta registrada, sus músculos, sus articulaciones y sus huesos le pidieron decir basta una y otra vez. Él les supo dar descanso cuando lo sintió necesario. Pero su fortaleza mental -de la que hizo gala este domingo en Melbourne, para dar vuelta un partido que parecía perdido- le permitió reponerse de cada golpe, reinventarse para adaptarse al tenis de sus nuevos rivales y cuidar y preservar lo mejor posible su físico y extender una carrera que parecía terminada casi antes de comenzar.

Su 21° título “grande” no hizo más que ratificar a que además de un grandísimo jugador, un competidor insaciable y una leyenda viva, Nadal es un modelo de humildad y de perseverancia y un atleta con una capacidad única para no bajar los brazos ante las adversidades, recuperarse tras las caídas y volver más fuerte.

CLARIN