¿El fin del trabajo formal?

¿El fin del trabajo formal?

Por Eduardo Sguiglia
Cambiará el mercado de trabajo en el futuro próximo? ¿Aumentarán las contrataciones precarias? ¿La informalidad acaso? ¿O, por el contrario, habrá nuevos y mejores empleos?

Las respuestas a estos interrogantes influirán en la vida de los tres millones de mujeres y varones que, según la última encuesta del INDEC, no tienen ocupación aun cuando la buscan o trabajan menos horas de las que desean. Y, además de estar vinculadas a la evolución económica de nuestro país, requieren tomar en cuenta distintos estudios sobre el tema.

En la década pasada, por ejemplo, los expertos afirmaban que los movimientos en el mercado de trabajo estarían sujetos a los últimos avances tecnológicos. Y a las modificaciones que se iban introduciendo en los oficios y en las relaciones de los seres humanos con las máquinas y herramientas. A semejanza, o con mayor intensidad aún, de lo ocurrido en la primera revolución industrial y en las siguientes etapas históricas.

Y, en la suposición de que transitábamos hacia nuevas realidades, señalaban los progresos habidos en los usos de la inteligencia artificial, la robótica y la automatización de procesos. En particular, en la industria manufacturera, el almacenamiento de productos, la administración, la minería y las comunicaciones.

Asimismo, destacaban la destrucción y, al mismo tiempo, el desarrollo de otras actividades y ocupaciones que esto supone. Al interior de cada emprendimiento o en las cadenas de suministros. Y, por ende, la necesidad de una mayor eficacia en algunas intervenciones humanas. Entre ellas, la resolución de problemas, el diseño, la planificación y la búsqueda e interpretación de datos.

En este sentido, la comunicación digital junto a las interacciones virtuales facilitó durante la pandemia que los lugares, los horarios y los días laborables se distribuyeran de forma distinta. Y se generalizaran los repartos online, el comercio electrónico y el teletrabajo.

A tal punto que algunos estudios de la Universidad de Yale aseguran que las oficinas no volverán a ser lo que eran. Y que la ventaja de trabajar a distancia, ya sea desde la casa o desde pequeños sitios alejados de las zonas céntricas, llegó para quedarse. Por implicar menos costos, menores desplazamientos, más comodidad.

Lo que configuraría el ocaso de las plantas abiertas y comunes que supieron impulsar Frank Wright, Le Corbusier y otros arquitectos a principios del siglo pasado. Junto con el declive de las ideas que proponían reunir al personal en un solo sitio como única manera de estimular la productividad, la innovación y el espíritu de equipo.

Las investigaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) aportan puntos de vista un tanto diferentes.

Por un lado, ponen en duda que las labores de la mayoría de los seres humanos sean sustituidas en el corto y mediano plazo por los robots y los frutos del progreso científico. Y, en esta dirección, calculan que en los próximos diez años el cambio tecnológico y las nuevas plataformas eliminarán, en el peor de los casos, el 4% de los puestos de trabajo en las economías desarrolladas y el 2% en América Latina. Sobre todo, los vinculados a quehaceres rutinarios y repetitivos.

Circunstancia que permitiría disminuir el tedio de algunas ocupaciones a la vez que acortaría o eliminaría los derechos laborales y los momentos de descanso en otras. Aumentando de este modo las cargas y el estrés asociado al trabajo.

Por otro lado, resaltan que en los tiempos de crisis, conforme se ha visto en la pandemia, se amplían las desigualdades económicas. Situación que implica mayores penurias para los jóvenes, los trabajadores autónomos y las mujeres que poseen menor educación y calificaciones.

También para las personas que deben retirarse del mercado para realizar labores de cuidado y del hogar. O no tienen la posibilidad de adquirir nuevas competencias para encontrar empleo en otros sectores.

Aunque todas estas instituciones coinciden en señalar que la gran pregunta del mañana no es si estamos frente al fin del trabajo tal como lo conocemos. Sino qué tipo de trabajo habrá, para quién y en qué condiciones. Y, a ese respecto, subrayan dos desafíos cardinales para nuestra región.

Fomentar el consumo y las inversiones con el fin de revertir el retroceso productivo de los años recientes. Y fortalecer los esfuerzos públicos y privados destinados a brindar y perfeccionar las competencias profesionales de una buena parte de la población. En especial, la de menores recursos.

Ya sean competencias fundamentales, es decir la capacidad de aprender, aplicar conocimientos, comunicarse, negociar, tomar decisiones y prever conflictos o dificultades. O bien, las técnicas analíticas, especializadas en innovar y diseñar productos o en utilizar tecnologías digitales en la industria, el comercio y los servicios.

En pocas palabras, formación y capacitación profesional de calidad. Dos materias en las que Argentina, más allá de algunos programas vigentes, debería esmerarse. Porque los problemas de su mercado de trabajo lo exigen. Y también porque a ciertos establecimientos industriales, como ocurrió recientemente en Zárate, les cuesta dar con el personal indicado.

Es una tarea a ser encarada por el Estado, empresarios, sindicatos y las organizaciones sociales. Y, tal vez, una de las pocas que puede contribuir de manera genuina al crecimiento inclusivo.
CLARIN