Bill Murray, el último rebelde de Hollywood, sigue acumulando anécdotas y películas

Bill Murray, el último rebelde de Hollywood, sigue acumulando anécdotas y películas

Por Martín Fernández Cruz
Al menos para la cinefilia local, el 21 de septiembre se festeja más un nuevo cumpleaños de Bill Murray, que la llegada de la primavera. La estrella de Los cazafantamas (disponible en Starzplay) cumplió 71 años, y a lo largo de estas décadas, se estableció no solo como uno de los actores más importantes de Hollywood, sino también como el protagonista de anécdotas imposibles. Alcanza con googlear su nombre para descubrir historias extraordinarias, que le dan un tinte casi mítico. Por ese motivo, vale la pena destacar algunos de esos episodios que hacen de este intérprete, una figura terriblemente fascinante.

William James Murray nació el 21 de septiembre de 1950, y nadie podía sospechar que ese bebé iba protagonizar no solo varias obras maestras, sino que incluso se animaría a compartir escenario con Eric Clapton (aun luego de confesar que solo sabe tocar una canción). O que también iba a hacer un karaoke con Clint Eastwood, en una de las postales más hermosas que dejó una fiesta en Hollywood, y que alguien muy iluminado logró filmar.

Aunque resulte enormemente carismático, Murray puede ser un dolor de cabeza en algunos casos. En Perdidos en Tokio (disponible en Paramount+), uno de sus títulos más importantes, su falta de química con Scarlett Johansson marcó profundamente a la actriz, que en una entrevista recordó: “Creo que todo se debió… bueno, él es así como muy comediante, es alguien extravagante, tiene numerosos altos y bajos, y muchísima energía. Y yo ahí tenía 17 años, y creo que me sentía muy retraída, fue una experiencia difícil para mí. Creo que en parte me aisló un poco el ver que todos estaban tan atentos a él”. Claro que como también destaca Johansson, eso no impidió que ambos entregaran una actuación memorable: “Pero cuando las cámaras se encendían, y llegaba el momento de hacer nuestro trabajo, juntos lo hicimos realmente muy bien”.

Puede que si un extraterrestre aterrizara hoy en la Tierra y preguntara “¿quién es Bill Murray?”, la respuesta promedio sería recomendarle ver El día de la marmota (disponible en Google Play). Ese film, uno de sus más exitosos, concentra la mística de Murray, y su capacidad de ponerle el cuerpo a un relato complejo, y simplificarlo a través de una actuación engañosamente sencilla. El director de esa pieza fue Harold Ramis, amigo personal de Bill, pero quien luego de esa experiencia decidió ponerle fin a una sociedad que entregó grandes películas. Durante el rodaje de El día de la marmota, Murray empezó a mostrarse irritado y desinteresado. Decidido a aislarse del clima de trabajo, él contrató a un asistente que sirviera como intermediario. Pero eligió para esa tarea a un muchacho sordo, que solo podía comunicarse a través de lenguaje de señas, un sistema que no manejaba nadie de la producción, y ni siquiera el propio Bill. Luego de esa colaboración, Ramis y Murray no se hablaron durante 21 años, hasta que el actor fue a visitar a su amigo en su lecho de muerte, en 2014.

Claro que Murray no siempre era un terremoto en los rodajes, y su próspera sociedad con Wes Anderson da cuenta del cariño que le tienen muchos realizadores. Durante el rodaje de Tres son multitud (disponible en Star+), Anderson recibió un gesto muy significativo por parte de su protagonista. Ese guion tenía un chiste que incluía un helicóptero, un gasto que los inversores rechazaron. Pero Murray confiaba plenamente en la mirada del joven realizador, y por ese motivo le hizo un cheque por veinticinco mil dólares, para que pudiera pagar el alquiler del helicóptero. Eventualmente ese problema se solucionó, y Anderson jamás cobró el cheque. Luego de su estreno, esa (excelente e inigualable) película consagró a Bill como un intérprete que podía alejarse del humor. Y si bien es absurdo pensar que la evolución de un comediante es el drama, sí es cierto que la interpretación de Murray en este film, le significó que muchos productores comenzaran a considerarlo para otro tipo de proyectos. Aunque ponerse en contacto con él, podía ser un gran desafío.

Durante décadas, el actor era conocido por no tener agente, y en muchos casos los productores, directores o quienes quisieran ofrecerle un proyecto, debían dejarle un mensaje en su contestador. Si bien este parece un rumor incomprobable, lo cierto es que Murray contó confesó que por no escuchar algunos mensajes a tiempo, se perdió la posibilidad de trabajar en películas como Pequeña Miss Sunshine, ¿Quién engañó a Rogger Rabbit? o Monster Inc.

El film en el que sí trabajó, aunque por los motivos equivocados, fue en Garfield (disponible en Disney+). El intérprete fue convocado para prestarle su voz al gato amante de la lasaña, pero su interés en ese proyecto fue solo a raíz de una confusión. Luego de darle una mirada al guion, y firmar contrato, empezó a estudiar sus líneas y ahí se sorprendió. En una entrevista, él reconoció: “Miraba las frases y no entendía nada, pensaba que no había forma de hacer algo divertido con esas líneas. Y a medida que lo leía, el guion se ponía peor y peor. Entonces pensaba: “¿Cómo es que Joel Coen pudo haber escrito esto?”. Claro, Murray se había sumado al film sin dudarlo, porque el guion estaba firmado por Joel Cohen,

Siempre fue un terremoto: sus caprichos y delirios en rodaje son famosos

a quien él confundió con Joel Coen (hermano de Ethan Coen, y director de Fargo, Barton Fink y Sin lugar para los débiles).

Otra de sus anécdotas más extravagantes, tiene que ver con uno de sus proyectos malditos, Where the Buffalo Roam. En esa película interpretó a Hunter Thompson, figura fundacional del periodismo gonzo, y autor de libros fundamentales como La gran caza del tiburón, Los ángeles del infierno o Pánico y locura en Las Vegas (años más tarde adaptada por Terry Gilliam, con Johnny Depp como Thompson). Las personalidades tan excéntricas de los dos derivaron en una inesperada amistad que duró años, y en un sinfín de historias imposibles que los incluyeron a ambos improvisando una competencia en honor a Houdini (que culminó con Hunter atando a Bill a una silla, y tirándolo a una pileta), o en la creación de un deporte llamado “Shotgun Golf”. Las reglas de esa competencia, publicadas oportunamente en un artículo de ESPN, básicamente giran alrededor de una escopeta y una pelota de golf.

De ese modo, con equivocaciones, confusiones, algunas rispideces y anécdotas entrañables, Murray es indudablemente uno de los artistas más inclasificables de su generación, capaz de lograr grandes roles como en Caddyshack (disponible en Apple TV), como también colarse en la foto de compromiso de una pareja, meterse en una fiesta en la que no conoce a nadie, solo para hablar con los invitados o improvisar una surrealista conferencia de prensa en la Casa Blanca, para opinar sobre su equipo de béisbol favorito, los Chicago Cubs.

Murray hizo de sí mismo un mito que rompió contra todos los límites de lo esperado, y demostró que a veces, el cine realmente es más grande que la vida. Su sentido del humor, a veces algo ácido para quienes no lo conocían en profundidad, le valió ganarse el apodo de “The Murricane”. Ese nombre se lo dio su compañero Dan Aykroyd, y su popularidad fue tan grande, que algunos bares de Estados Unidos decidieron hacer un trago en su honor. Dicha bebida consiste en mezclar whisky, albahaca, flor de sauco, sandía y pimienta, y aunque no suene muy tentador, seguramente los 71 años de Bill (y la llegada de la primavera) sean la excusa ideal para celebrarlo con un Murricane en mano.
LA NACION