19 Feb La escritora Brigitte Vasallo desafía: el poliamor no es tan distinto de la monogamia
Por Natalia Gelós
“Es que la jaula es tan grande, que parece que volás”, cantaba Gabo Ferro en una de sus canciones. Y Brigitte Vasallo en El desafío poliamoroso (editado por Paidós) parece levantar el guante para mostrarnos cuáles son los barrotes que juegan tan bien al invisible si hablamos de amor, de vínculos, de modos de relacionarnos. Para ello, esta escritora, pensadora, que además fue marinera, limpiadora y, como se define: “sin estudios universitarios por ser hija de pobres”, se sirve de Fanon, de Marx, de Gramsci y otros popes para hacer visibles los hilos con los que se teje la monogamia y cómo se vincula con el capitalismo.
Frente a todo eso, el poliamor sería una posible llave, pero no hay soluciones matemáticas cuando hablamos de algo en lo que el deseo tiene injerencia. ¿Qué hacer, entonces? De todo eso habla la autora desde España, en una charla por zoom que deja ver por qué una crítica sin piedad no tiene por qué dejar de ser, además, amorosa en su escritura.
Vivió por años en Marruecos, reside en Barcelona y parte de ahí para desplegar su pensamiento político. No es ingenua: “en nuestras genealogías, la raza, la clase y el género son centrales”, advierte en las primeras páginas. Y cuenta desde el otro lado del Atlántico y de la pantalla: “Me parecía que había una potencialidad grande para agenciarnos de nuestro deseo”.
Su afirmación raíz es esta: que la monogamia es un sistema de control sobre los afectos y quien manda es el neoliberalismo, que busca a través de ello un pensamiento funcional a su proyecto.
-Hay una especie de avalancha de textos para pensar lo vincular ¿Puede rastrearse la trampa del sistema?
-Se simplificó mucho en una cuestión capitalista. Eso es algo que hay que desmontar. Son propuestas que piensan romper la monogamia a través de sumar vínculos. Nunca piensan en restar, o en pensarse sin pareja. Piensan en sumar, en acumular, y no creo que generen grietas que nos hagan la vida más libre. El poliamor neoliberal se piensa que ya es ético sólo por llamarse así, y ya vimos en el feminismo también que dentro de una etiqueta te podés encontrar de todo.
-En el libro hablás también de la violencia que genera este sistema monogámico y de la experiencia amorosa colectiva como herramienta de transformación política ¿Cómo se vinculan?
-Una de las cosas que me movía a hacer el libro era la cuestión de la violencia. Me dirán ¿Por qué mezclas una cosa con la otra? No quiero decir la cosa simplista de que si tienes pareja, vas a tener violencia. La cuestión es que el sistema nos obliga de muchas maneras a estar en pareja: formas legales, como leyes de extranjería; una de las formas del amor certificadas del Estado; y en España si tienes pareja o eres conviviente te desgravan impuestos, por lo tanto, es más accesible para las clases adineradas no tenerla. Y si en una pareja aparece la violencia, están todas las dificultades que tenemos para irnos: la economía, los cuidados, la crianza, todo tiene que ver con nuestra construcción de subjetividad y las redes que no tenemos. Todo eso es lo que está en el centro de esta cuestión.
-¿Qué características podríamos pensar en relaciones poliamorosas más revolucionarias?
-El éxito no va por cuántas parejas tienes, eso es una expectativa muy monógama. Se trata de ver cómo organizas los desafectos, cómo suceden las rupturas, no solamente en el sentido de que sean plácidas, muchas veces no pueden ser plácidas, pero cómo aceptas esa falta de placer. Todas esas cosas generan la diferencia, además de cómo te organizas comunitariamente, cómo entiendes la soledad, cómo se atiende incluso la soledad solitaria, de las personas que no quieren estar solas pero lo están. ¿Qué hacemos con tu vecina que está sola, sola, sola?
-Este año la pandemia expuso esas soledades con mayor crudeza ¿puede ser?
-Sí, y hemos visto además cómo la vida se organiza por otros lados, porque estas redes existen; si no, no podríamos sobrevivir. Existen pero no les damos importancia simbólica. Es necesario fijarnos qué redes tenemos y cómo están operando. Son esas las que están sustentando la supervivencia.
A días de que el mundo se tiñera de corazones por San Valentín, el libro de Vasallo es el alfiler que pincha los globos del amor romántico. Vasallo propone trocar fidelidad por lealtad e iluminar las redes que nos sirven de sostén. En la última parte, habla de duelos, de relaciones sanas y de las otras, en primera persona. “Ser humanas es también construir mundos posibles”, se lee en sus páginas.
Para el sistema, tenemos que ser productivas también en los vínculos y el tema del duelo, la pérdida, el frenazo de la vida, no encajan – reflexiona-. “Cuando se te rompe el móvil te compras otro. El sistema traduce esto a todo lo demás. Cuando se acaba una relación, fuera, y lo aceptas, que la vida es así. Que no se vea la falta, el parón, todo eso. Y pensando en el duelo, hay que estar, hay que atenderlo. Te explica muchas cosas. Yo he tenido como tres depresiones diagnosticadas y al llegar a la tercera le pregunté a mi medica: ‘¿tú crees que tengo que entenderme a misma como una enferma crónica que tiene brotes?’. Y ella me dijo: ‘Si viviéramos en otro mundo, serías una persona que de vez en cuando tiene que hibernar’. Y me dio un espacio para aceptar ese proceso”.
-¿Por qué decís que el subidón de las relaciones nuevas es venenoso?
-La cuestión de la NRE (new relationship energy, la energía de las nuevas relaciones), la manera en la que la construimos, me parece el veneno. El pegamento ese que luego no puedes sacarte de encima. Genera procesos de dependencia, tóxicos. Y eso no quiere decir que tengamos que controlar lo que sentimos. Ponemos la palabra “controlar” y nos parece malísimo. Hay un tema sobre control, responsabilidad, de nuestros cuerpos, de cómo nuestros deseos afectan al mundo, al que no podemos pasarle una pátina de pintura y ya. Pero tampoco es que los deseos te controlen a ti. Sería mejor entender que esto es un coche que vas conduciendo. Esa energía que está plantada como natural de la NRE la inducimos constantemente. Cuando te enrollas con alguien, cómo lo narras al día siguiente. Yo cuento lo mío: las primeras noches de sexo no son maravillosas, al menos normalmente, pero todas lo narramos como “guauuu, he tenido 85 orgasmos”. Mentira todo. Y es una narración romántica que nos explicamos las unas a otras y luego ya nadie se atreve a ser la perdedora que va a decir lo contrario. Te vas autosugestionando para ir entrando en ese rollo híper romántico que está muy bien pero tiene resaca como tantas cosas en la vida. Habría que verle la resaca. Poder hacerlo sin creértelo te da un pacto con la realidad.
-¿Cómo sería ese pacto?
-Yo soy muy romántica, en el sentido de velitas, todas esas cosas, pero hay que entenderlo como un juego, ¿no? Sabemos que hay unos mecanismos, y eso te da un poco de distancia. ¿Cuántas veces hemos dejado de hacer cosas por nuestra vida porque hemos tenido un flechazo? Una cosa es que lo decidas, pero muchas veces no hay reflexión. Decidir si eso es lo que quiero atender. Ese espacio me parece ya súper liberador y necesario y urgente de cara a poner resistencias a todo esto que nos pasa.
“El desafío poliamoroso” (fragmento)
Voy a hablar de mí. De un yo pequeño, de mi experiencia vivida desde la vida común y concreta que soy. Y voy a hablar de una historia llena de fracasos poliamorosos porque es necesario narrarlos, es necesario dar cuenta de ellos aun tratando de no hacer sangre de ellos. No solo he tenido fracasos: en ese caso no estaría aquí escribiendo. Pero estoy agotada del polipositivismo, de leer experiencias milagrosamente felices y de vernos a todas llorando por los rincones porque ese milagro apenas nos sucede nunca.
Hace unos meses alguien me preguntó qué era un fracaso amoroso para mí. Y, sin elaborarlo mucho, contesté que para mí sería la grieta sin fondo en las expectativas conjuntas, un desorden en las proyecciones elaboradas y, especialmente, un cambio súbito en las bases relacionales, una traición a lo que nos comprometimos a ser. Las relaciones se transforman, pero en el infierno que surge entre un proceso natural de transformación y la dinamitación de las formas, los modos y del vínculo mismo es donde yo sitúo el fracaso.
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Mi duelo por Él no tiene que ver con el poliamor, pero sí con mis heridas amorosas. El 4 de junio de 2017, de madrugada, murió la persona que, una vez muerta, vengo denominando “mi padre”. Lo hago así porque nadie entiende mi duelo si no le pongo una etiqueta legítima, algo que justifique que lleve meses metida en la cama llorando y medicada por depresión. Su muerte ha dejado en mí, simultáneamente, ruido y silencio. Un silencio ruidoso. Un ruido silencioso. No es un vacío: es una desolación, una orfandad. Mi no padre era escritor y de repente, en su ausencia, mis comas y mis puntos no saben a quién dirigirse, a quién preguntar. En mi hogar de libros y letras me he quedado sola. Tengo otros sitios en los que estoy rodeada de amor, de gente que me ama a través de los años, de las dificultades, de las transformaciones. Tengo amor incondicional en muchos de mis hogares. Pero en ese en concreto, en el de mi escritura, me he quedado sin él. Me he quedado gramaticalmente huérfana.
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Mi madre es una mujer que miente. Que se ha construido un mundo de fantasía donde mueve los hilos para que la vida encaje con su mente. Y en su mente ella es la víctima de un mundo lleno de monstruos, que somos nosotras. Que soy yo. Mi madre me enseñó que no puedes confiar en nadie, ni en tu propia madre. Me enseñó que las palabras no tienen valor y me sumió en una búsqueda desesperada de palabras que sí tengan peso. Mi madre me hizo creer que todo el mundo traiciona a todo el mundo y yo he dedicado mi vida a salvarme de esa idea, chocando una y otra vez con todas las traiciones cotidianas, con todas las mentiras, con todas las cobardías, confirmando, sin cesar, que no hay refugio posible más que tú misma. Esa fatalidad. Ese destino.
Vivíamos en un entresuelo y desde pequeña me quedé sola con ellos, con mi padre y con mi madre.
Mi hermana mayor huyó como pudo, casándose con un hombre taciturno que odiaba la rareza de esa pequeña marimacho de 10 años que fui. “Tu hermana es rara”, decía refiriéndose a mí. Ella se fue, yo me quedé atrapada en el entresuelo, con todo un edificio de silencios y violencias apostado sobre mí.
Aprendí a distinguir el sonido de sus llaves en la portería. Al oírlas, el corazón se me aceleraba, bajaba la voz de la tele, recogía todo a mi alrededor, los colores y los libros que eran mi mundito, y esperaba con la respiración alterada a que apareciese en el comedor. A veces llegaba tranquilo y a veces no. Las veces buenas eran las que no me gritaba. Sin más.
Las malas eran las que me gritaba sin aclarar nunca por qué y me castigaba sin decirme nunca el motivo. Las buenas, nos saludábamos y yo esperaba un tiempo prudencial para, sigilosamente, escabullirme a mi habitación y encerrarme allí.
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En esta parte del libro quiero dar cuenta de los nudos que he aprendido a hacer para tejer esa red afectiva. Ningún nudo es un invento así salido de la nada, sino casi una sorpresa que hemos ido encontrando por el camino, a partir de intuiciones, de no fliparnos con ideas marcianas sino de aterrizar las cosas, respirar hondo, meterle mucho humor y mucha ironía al asunto e ir haciendo entre todas. Ir anudando. Y seguir el consejo que le daba Lola Flores a su hija Lolita: “Tira para adelante, pero cuando estés al borde del precipicio, mira hacia abajo y retrocede tres pasos”. Tira para adelante, pero antes de caerte o de tirar a alguien por el precipicio, tres pasitos para atrás. Desde ahí hablo. Por si en alguna playa, en algún puerto, alguien recoge esta botella y le es de utilidad, aunque solo sea para llenarla de ron.
Vasallo Básico
Nació en Barcelona en 1973. Es hija de una familia gallega que migró a Francia y desde allí a Cataluña. Vivió parte de su vida adulta en Marruecos.
Colabora con medios como eldiario.es, Catalunya Ràdio, Diagonal, La Directa o Pikara Magazine. También es docente del Master de Dirección de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Entre sus libros están Pornoburka: desventuras del Raval y otras f(r)icciones contemporáneas (2013), Pensamiento monógamo. Terror poliamoroso (2018) y Mentes insanas. Ungüentos feministas para males cotidianos (2020).
CLARÍN