02 Dec Diego Maradona y los Pumas: faltó valor, faltaron valores
Por Ezequiel Fernández Moores
La camiseta All Black es el tesoro (“taonga”). “Jamás dejarla caer”, dice The jersey, libro de 2018 de 351 páginas, todas dedicadas a la camiseta acaso más ritualizada del deporte mundial. El sábado pasado, como una excepción acaso histórica, los All Blacks, la mejor selección de siempre de todos los deportes, ofrendaron su tesoro a Diego Maradona. El capitán Sam Cane lo depositó en el césped. Fue un momento estremecedor. Los All Blacks estaban iniciando un partido de tensión interna inesperada. Una tercera derrota seguida podía significar el despido del entrenador Ian Foster. Pero se hicieron tiempo, espacio y memoria para pensar en el rival. En la leyenda que significaba el ícono máximo de su deporte. El rito All Blacks siguió con un haka especial, acaso por ellos mismos, acaso por Maradona. El capitán argentino Pablo Matera podría haber improvisado algo. Estar a la altura de ese momento. Pero no. Nicolás Fernández Miranda, miembro del cuerpo técnico, recogió a las apuradas la camiseta sagrada. Y Matera permaneció en fila con sus compañeros. Todos con su tirita de tela adhesiva negra. El tributo que Los Pumas pensaron suficiente para Maradona.
Brazaletes en serio, grandes y visibles, aparecieron en cambio en el video ya institucional del lunes siguiente, cuando la tormenta impuso la corrección política. Fue tarde. Al rato aparecieron los tuits espantosos de una década atrás. Contra negros, mucamas, judíos, paraguayos y bolivianos. Similares, en rigor a los que hoy mismo seguimos leyendo en muchos foristas de diarios. ¿Qué hacían los mayores, incluidos sus entrenadores y sus clubes, cuando esos rugbiers, jóvenes pero ya Pumitas, ya líderes de juego, tuiteaban públicamente tanto desprecio de clase? El rugby decidió hace tiempo salir de su círculo cerrado. Su representación nacional ingresó al mundo de los patrocinadores, redes sociales y comunicación institucional. Profesionalismo. En la cancha y fuera de ella. Para jugadores, claro. Pero también para los dirigentes. Faltó dirigencia sin embargo a la hora de pensar en Maradona el sábado, en ese escenario tan potente. Y faltó dirigencia luego, a la hora de señalar sólo a los jugadores. Faltó valor y faltaron valores.
Leo Messi -él puede darse el lujo- desafió reglamentos y por fin conmovió a sus críticos con su camiseta de Newell’s que había vestido Maradona. La escena tuvo algo de extraordinario. Leo celebró el gol con sus compañeros pero después buscó quedar a solas con Diego. También la futbolista española Paula Dapena, militante feminista de 24 años, eligió su postura personal pero de protesta, sentada y de espaldas, mientras el resto de las jugadoras guardaba un minuto de silencio. “Yo jamás me permití juzgar a Diego, porque el arte es prepotencia, ilumina todo y Diego fue el artista más memorable del fútbol”, dijo Dino Zoff, arquero de la Italia campeona mundial de 1982. Tuvieron que pasar décadas para que todo Estados Unidos aceptara plenamente como ícono a Muhammad Ali, que con apenas 22 años, campeón flamante, irritó al establishment cuando anunció su decisión: “Ser lo que yo quiero ser y no lo que ustedes quieren que yo sea”. Podría haber añadido la frase de Adriano, el emperador romano escrito por Marguerite Yourcenar: “Ofrezco aquí a los moralistas una fácil oportunidad de triunfar sobre mí”.
La furia por el mínimo homenaje Puma a Diego reabrió los viejos tuits discriminadores. Hubo quienes citaron el precedente del rugbier australiano Israel Folau, expulsado de los Wallabies por su prédica que condenaba al infierno a creyentes de otras religiones que no fueran la suya e incluía en su condena, todos por igual, a “borrachos, adúlteros, mentirosos, fornicadores, ateos, idólatras y homosexuales”, pecadores “dignos de muerte”. El debate en Australia sobre la libertad de expresión y sus límites, creencias y cultura fue notable. Incluyó a patrocinadores que fueron moralistas con el deporte, no tanto con sus negocios. Libertades individuales versus responsabilidades corporativas. Fue un ex jugador Wallaby, Peter Fitz Simons, quien recordó que, más allá de todo ese debate, lo tasa de suicidios de adolescentes gays en Australia quintuplicaba a la de adolescentes heterosexuales. Y que si una celebridad alimentaba ese drama, “nos corresponde a nosotros decirle ‘callate'”.
A diferencia de Folau, que se disculpó tardíamente, como parte del acuerdo judicial indemnizatorio, los Pumas señalados pidieron disculpas a las pocas horas. La UAR los suspendió. El capitán Matera pasó de héroe a villano en apenas dos semanas. El odio está provocando demasiado daño al mundo. Especialmente cuando expresa el desprecio de ciertas elites a los más vulnerables. Justamente Nueva Zelanda, patria All Black, vive momentos históricos. Stuff, uno de los grupos mediáticos más poderosos del país, pidió el lunes disculpas por haber ejercido medio siglo de cobertura “racista” que contribuyó “al estigma social y estereotipos negativos” de los maoríes. El gesto provocó llantos en TV de periodistas avergonzados por una cobertura que, según la describió el director editorial Mark Stevens, “fue de racista a ciega”. Gavin Ellis, comentarista de medios, felicitó a Stuff. Y aconsejó algo más: que la iniciativa fuera vista “como experiencia de aprendizaje y no como autoflagelación”.
LA NACION