09 May La primera grieta: unitarios vs. federales
Por Ricardo de Titto
El 22 de abril de 1819 el Congreso que declaró la independencia en Tucumán, sesionando en Buenos Aires, proclamó la primera constitución de las Provincias Unidas en Sudamérica. Se juró el 25 de mayo pero nunca tuvo vigencia: su naturaleza unitaria –cuasimonárquica– provocó que las provincias… se desunieran.
En defensa de su autonomía y soberanía eligieron gobiernos propios y aprobaron constituciones; varios “países” –Tucumán y Entre Ríos entre ellos–, se convirtieron en efímeras repúblicas. Ese reordenamiento de 1820 que la historia liberal bautizó como “anarquía” fue, en realidad, un triunfo del federalismo.
Los choques habían comenzado en 1813 con el artiguismo y desde el año 20 –en el que hubo 23 combates con 1342 caídos, según cuenta Pablo Camogli–, se inició una prolongada guerra civil. Pero… ¿tenemos registro de la gravedad de aquella “grieta”?
Desde aquella crisis y hasta la batalla de Pavón, en 1861, los enfrentamientos armados y los golpes militares son casi incontables. Entre pequeñas escaramuzas y grandes batallas –algunas de enormes proporciones como las de Quebracho Herrado (1840) y Arroyo Grande (1842) y otras particularmente cruentas, con degüello de los heridos– arribamos a un saldo con cifras escalofriantes: entre 1810 y 1820 se cuentan 69 combates con cerca de 4.500 muertos; la década siguiente, presenta 63 enfrentamientos con unos 5.500 caídos; en los 22 años de “rosismo” (1829-1852) hubo cien batallas en los que perdieron su vida más de 17.000 personas; y entre Caseros y Pavón, en 18 combates, murieron otros 2.500. ¡En 65 años de conflictos para definir el perfil de la república se libraron cerca de 350 batallas y hubo nada menos que casi 40.000 “argentinos” muertos!
El proceso no terminó con la presidencia de Mitre: la pacificación y unidad nacional se lograría aplastando las rebeliones del federalismo tardío –el Chacho Peñaloza, Felipe Varela y los hermanos Saá en el oeste y los López Jordán en el Litoral–, y ajustando cuentas entre partidos bonaerenses: estos choques agregan otros 8.300 caídos en 90 batallas. Así, la cifra de fallecidos en esta terrible grieta se acerca a los 100.000 muertos si se consideran los heridos y reprimidos después de los combates y se incluye a los cerca de 30.000 muertos o desaparecidos –por guerra o enfermedad– durante las campañas al Desierto y al Chaco, decisivas para lograr la integridad territorial de la Argentina.
Durante más de 50 años, la lucha entre federales y unitarios fue despiadada. Pero cuando Urquiza –jefe federal– derrota y pone en fuga a Rosas –un “federal” convertido en escollo para un Estado nacional– buena parte de los “fieles rosistas” porteños cambia de montura, se suma a los antiguos unitarios, y a poco de andar se los encuentra… enfrentando a Urquiza. Por su lado, la gran mayoría de los caudillos-gobernadores con territorio “propio” cierra filas con el entrerriano y sustenta el Acuerdo de San Nicolás y la Constitución de 1853.
La vía violenta para resolver las diferencias políticas continuará, sin embargo, como metodología preponderante: las revoluciones armadas de 1890, 1893 y 1905 enfrentaron a los cívicos y los radicales con el régimen conservador que, desplazado del poder en 1916 respondería con el golpe de Estado de 1930.
A pesar de ello, quince años después, los radicales se unirían con sectores de la “oligarquía” para enfrentar al peronismo “fascista”. En 1955, sectores de la UCR participarán del golpe y de la “Libertadora”, pero, tras 18 años de proscripción y destierro, Perón regresa al país para abrazar a Balbín y el líder radical despedirá los restos del General reconociéndolo como un “amigo”.
En síntesis, los intereses se impusieron a las ideas y el unitarismo ganó la partida histórica e implantó su modelo agroexportador y centralista. En adelante, lo que se presentaba como un choque sin fin de proyectos irreconciliables, la gran grieta abierta desde 1819, terminaría siempre en nuevos reacomodamientos. Eso es lo que –a altísimo costo– enseña nuestra historia: federales que se suman a sus antiguos rivales; caudillos que del unanimismo y autoritarismo pasan a animar un sistema constitucional; revolucionarios radicales que se alían con sus enemigos conservadores y, por último, el clásico de los clásicos, radicales vs. peronistas, que transmuta veinte años después en la común defensa de la “unidad nacional”. ¡Hasta el populismo con sabor “provinciano” acogería las tesis neoliberales y pondría en valor a sus personajes más notorios! Encerrarse pues en esquemas maniqueos conduce a falsas opciones bipolares y solo provee a quien los adopta de esquemas simplistas y, al fin, pasajeros.
Al cumplirse 200 años del rechazo a la primera constitución, es pertinente ponderar que aquella fallida bravata porteña –porque los intereses de la aduana eran ya la piedra de toque– ocasionó una ruptura política que postergó por muchas décadas la integración republicana y, hasta que encontró un triunfador que impuso su modelo político y económico, bañó con sangre toda la geografía de este país aún hoy llamado Provincias Unidas del Río de la Plata (Art.35 de nuestra Constitución nacional).
“La Constitución guía al pueblo”, mural de Guillermo Roux ‘ emplazado en 2011 en la Legislatura de Santa Fe. Foto: Roberto Pera/dpa/Handout Santa Fe, Argentina.