29 May Cuando estalló Córdoba y la rebelión popular conmovió a todo el país
Por Carlos Sacchetto
La historia tiene, sin dudas, algunas constantes perturbadoras. Una es la insistencia en recordar con imaginarias proyecciones al presente ciertos acontecimientos que, condicionados por su tiempo y su espacio, tuvieron una gran repercusión política y social. Otra es que el paso de los años y la necesidad de adjudicarle o forzar un encuadramiento ideológico determinado a esos hechos, producen una progresiva distorsión de la verdad.
Hace 50 años, mientras iniciaba su carrera como periodista en la redacción de Radio Universidad de Córdoba, quien esto escribe fue testigo directo de aquella revuelta popular denominada “Cordobazo”, porque tenía asignada la tarea de llevar el registro de muertos, heridos, daños materiales y detenidos. Impactado por los acontecimientos, pero trabajando con rigor profesional junto a grandes colegas, el debut para un joven cronista no podía tener una mejor oportunidad.
La protesta popular, dispuesta orgánicamente por los principales gremios del movimiento obrero como un paro activo con abandono de tares y movilización, se prolongó por casi 24 horas con miles de manifestantes en las calles. Como nunca otra vez, las fuerzas policiales debieron replegarse luego de agotar sus recursos represivos y tuvo que intervenir el ejército e imponer el toque de queda para restaurar el orden. Ardieron barricadas en las esquinas, hubo automóviles incendiados, zonas liberadas y hasta algunos francotiradores que aparecieron por la noche con la ciudad a oscuras para hostigar a los uniformados.
Fueron 4 los muertos, unos 170 heridos ingresaron a los hospitales, más de 300 detenidos pasaron por dependencias policiales y militares. Los daños por destrozos e incendios resultaron cuantiosos, imposibles de valuar en su totalidad.
Aquellos episodios tuvieron numerosas derivaciones políticas que comenzaron con el inmediato relevo del gobernador Carlos Caballero, y marcaron el principio del fin de la primera etapa de la llamada Revolución Argentina que encabezó Juan Carlos Onganía y que protagonizaban las Fuerzas Armadas tras haber derrocado a Arturo Illia en 1966.
Epoca de tensiones
En el aire cordobés se respiraba un “clima de disturbios”. Los días previos en las mesas de café, oficinas, talleres y redacciones periodísticas se percibía que ese del 29 no sería un paro más. Todo el mes de mayo se había caracterizado por la conflictividad sindical y estudiantil.
Un paro total de los choferes del transporte urbano liderados por Atilio López y una accidentada asamblea del Smata reprimida por la policía, incentivó la creciente rebeldía de los trabajadores mecánicos de Elpidio Torres y sumaba a los combativos de Luz y Fuerza con Agustín Tosco como guía. Otros gremios menores alimentaban también su propia disconformidad sectorial.
En la Universidad, los estudiantes sostenían una lucha reivindicativa extendida en otros puntos del país, como Corrientes y Rosario, donde ese mismo mes de mayo en movilizaciones de protesta habían caído bajo las balas policiales Juan José Cabral y Adolfo Bello, estudiantes ambos de 22 años. Muchos jóvenes, deslumbrados por la figura del Che Guevara, comenzaban a pensar en la violencia para conseguir una sociedad más justa. La utopía estaba instalada.
Córdoba era en esa época -y lo fue por mucho tiempo- una caldera cuya presión subía frente a una dictadura que al proponerse su perpetuación, postergaba indefinidamente el retorno a la democracia. La resistencia al autoritarismo y la falta de espacios para canalizar un progresismo sometido por concepciones reaccionarias, hacían su aporte movilizador. Si hasta una sala cinematográfica donde se exhibía “Z”, la película de Costa Gavras que cuestionaba la dictadura griega, se convertía cada noche en escenario de ruidosas expresiones contra el régimen local.
En la puja por un mayor ingreso, los trabajadores se enfrentaban a la rigidez conceptual de Adalbert Krieger Vasena, un ministro de Economía que derogó el régimen de sábado inglés (una ley de 1932 permitía cobrar las 8 horas, aunque se trabajaban 4) como una manera de evitar las distorsiones salariales que generaba la industria automotriz. Fue casi una provocación y la respuesta fue previsible.
Aquel jueves 29 de mayo amaneció con una niebla que se fue disipando hasta convertir la mañana en un clásico del otoño cordobés. El paro era prácticamente total y en eso la adhesión de los choferes del transporte fue decisiva. El abandono de tareas previsto para las 10 puso en la calle a miles de personas que aguardaban en el centro la llegada de las columnas de los gremios industriales.
Los primeros enfrentamientos fueron con los electricistas de Tosco. A las 10,45 ya se observaban densas columnas de humo negro que se levantaban sobre los edificios. Cubiertas encendidas comenzaban a darle a la ciudad un aspecto bélico. Hubo decenas de frentes de batalla. Los ma
nifestantes se diseminaron por distintos lugares y la primera zona tomada fue el barrio Güemes, un reducto obrero y peronista. La policía retrocedía y hasta se veía cercada por grupos que la hostigaban a pedradas. Desesperados por el desborde, algunos efectivos sacaron sus armas de fuego y tiraron contra la gente. En bBulevar San Juan y Arturo M. Bas, cayó muerto el obrero Máximo Mena. La noticia corrió como el combustible de las molotov. Cerca de Tribunales hubo otra víctima fatal, y los hospitales de Urgencia y San Roque comenzaban a poblarse de heridos.
La ciudad era un caos. El barrio Clínicas, tradicional residencia de estudiantes, estaba tomado y sobre la avenida Colón vidrieras y automóviles eran destrozados por los más exaltados. Los incendios se sucedían y los bomberos, policías al fin, debían replegarse.
Al mediodía, las barricadas humeantes eran incontables y a pesar de la tragedia el ánimo de mucha gente revelaba una mezcla de triunfo y estupor. Desde los edificios de la avenida Colón señoras de clase media arrojaban trapos, almohadas y hasta
alguna mesita de luz para que los manifestantes alimentaran el fuego de las barricadas. Todo un fenómeno social que, en ese momento, era sorprendente. Se oían detonaciones en distintas zonas de la ciudad. La policía, vencida, también contaba sus bajas. Los camarógrafos de la televisión, con cascos blancos y las viejas Bolex a película de 16 milímetros, abrían sus objetivos a una realidad indescriptible. Sin embargo, eso estaba ocurriendo, y ocurría en Córdoba.
Recién a las 4 de la tarde las tropas del ejército salieron de los cuarteles del Tercer Cuerpo para avanzar sobre la ciudad. La marcha fue lenta, ocupando posiciones y con poca resistencia. Algunos francotiradores en el barrio Clínicas demoraron aún más la llegada de los efectivos al centro, donde ya sobre el atardecer, muy poca gente quedaba en las calles. Se oían disparos aislados y un comunicado del Ejército impuso el toque de queda. La noche del 29 al 30 fue eterna. Desde lo alto de algunos edificios se disparaban armas de bajo calibre y la réplica militar, a ciegas, le ponía sonido de guerra a la vigilia. En las redacciones la guardia fue permanente durante tres días. El viernes 30 sólo unos pocos intentaron rearmar barricadas, pero la presencia militar los disuadió rápidamente. La sociedad cordobesa contemplaba azorada el escenario de la batalla. Recién el domingo la limpieza estuvo concluida.
Políticamente, la situación derivó en el relevo del gobernador Caballero por el interventor federal Jorge Raul Carcagno, el general que comandaba la IV Brigada de Infantería Aerotransportada. A los pocos días Onganía despidió a su ministro del interior Guillermo Borda, e iniciaba su fase final como presidente. Alejandro Lanusse, comandante en Jefe del Ejército, fue acusado luego de demorar su orden al tercer cuerpo para controlar la situación, y con ello desgastar a Onganía. La Revolución Argentina entraba en la primera de sus crisis, sacudida por esa rebelión, y el “Cordobazo” entraba en la historia.
CLARIN