28 Aug Manu Ginóbili, el argentino que nos llevó alto
Por Nicolás José Isola
Quizás vinimos a este mundo a cultivarnos de las personas y de las cosas que nos rodean, a mirar, a escuchar, a pensar y a hacer de nosotros algo bueno. Este aprendizaje no siempre es explícito, ni proclamado. Valoramos a quienes llegan al éxito en una disciplina y consiguen que las luces, el dinero y las seducciones de la fama no los absorban y se almuercen su talento.
Como argentinos nos hemos acostumbrado a que los errores de nuestros deportistas sean visibilizados por muchos: que uso de drogas, que violencia en campos de juego, que insultos a árbitros, que trompadas en vestuarios, que millones en impuestos evadidos, etc.
A esa mala prensa ganada en buena ley por los Sampaoli de turno, se le suman los chimentos, la farándula y los paparazzis que aprisionan a cualquier deportista de elite para meterlo en esos callejones sin salida de noticias inventadas y tergiversaciones alevosas. Espacios de los cuáles es difícil escapar.
En ocasiones, como ratones perspicaces, muchos de ellos deben oler quesos podridos que están posados sobre trampas pero evitar comerlos. No es fácil vivir eso todo el tiempo. Son equilibristas de su propio ego que siempre se encuentra puesto en juego y al borde del abismo: hay muchos cocodrilos esperando ansiosos que ellos caigan de ese puente.
Diego Armando Maradona, exagerado como lo conocemos, supo decir: “Manu es el principio de todo en el básquetbol argentino”. El 30 de junio de 1999, Ginobili fue reclutado por los Spurs y llegó por primera vez a la NBA. Diecinueve años más tarde, está ahí y lo peor es que cuando entra aún continúa haciendo sus pillerías.
Como para Messi, en su momento, su estatura fue un problema para él. Cuando tenía 15 años, Manu estaba muy preocupado, se medía todos los días haciendo una línea en la pared. Se había detenido su crecimiento y tenía pánico de no crecer más. Un médico pronosticó que llegaría como mucho a 1,85 metros. Hizo y comió de todo para estimular su crecimiento: hoy mide 1,98 metros. Su hermano Leandro lo sintetizó bien: “le ganó a la naturaleza”.
Cuando tiene en frente a jóvenes que recién empiezan, a Manu, con 41 pirulos, se le nota la experiencia en las manos y en los pies. Tiene un mapamundi de la cancha en la retina. Como en los picados de fútbol de barrio en donde los cincuentones juegan parados pero saben lo que hacen, mientras los jóvenes corren sin brújula, Manu aprendió con la edad a mirar con la espalda.
Emanuel Ginobili no es sólo un jugador de básquet. Mi madre, que murió dos semanas atrás, lo hubiera definido como un señor. Ella condensaba en esa palabra a aquel profesional correcto, honesto, agradable de escuchar, educado, sincero y sin poses. El Manu es un señor.
Contaba Gregg Popovich, entrenador principal de los Spurs, que por finales de 2015, Ginobili obstinado no quería entender que no lo dejarían jugar partidos consecutivos. Una mañana, Popovich, agotado de explicarle, lo dejó en el desayuno con los otros seis entrenadores del equipo para que ellos le expusieran los motivos y él los oyera una vez más. “Así se convencerá”, pensó el entrenador. Esa noche Ginobili jugó.
Manu, el negociador, un hombre inteligente, reflexivo y con muchísima capacidad de generar empatía.
No es extraño, entonces, que este hombre respetuoso de los reglamentos se haya transformado, quizás, en el argentino más reconocido en los Estados Unidos, el Olimpo de ese deporte tan comercial, un país donde la competencia es atroz y no es fácil triunfar.
Es bueno que, como sociedad, atendamos a que tenemos estos referentes en la Argentina, mucho menos mediáticos que otros, claro está, debido en parte a que una vida sin escándalos es más aburrida de ser contada, pero mucho más interesante y saludable de ser vivida.
Quizás vinimos a este mundo a aprender. En tiempos tan degradados en donde es difícil buscar la pausa, el tono adecuado, la palabra no hiriente, el comportamiento ligado a las reglas, en estos tiempos complejos, el señor Manu se sacó la marca, jugó a su mejor nivel y supo hacerlo mientras millones lo miraban.
Nuestro Iniesta del básquet, sin escándalos, generó espíritu de grupo y triunfó hasta el hartazgo en la cancha junto a leyendas de ese deporte. Se retira reconocido por la labor que hizo con su profesión y no por los trascendidos fuera de su trabajo.
Los argentinos somos eso también, estimadas y estimados. A veces, deberíamos recordárnoslo.
Como en tantas de sus volcadas comenzadas desde la mitad de la cancha a las que nos fue acostumbrando, este hombre nos ha llevado bien alto. Gracias, señor Ginobili, por esa canasta de tres.
LA NACION