22 Jun La ansiedad, el trastorno mental más frecuente entre los argentinos
Por Nora Bär
El Mundial de Rusia y el convulsionado panorama económico local de estos días seguramente están echando más leña al fuego de los resultados que arroja el primer estudio local sobre epidemiología en salud mental: los argentinos no somos mayormente melancólicos y depresivos, como canta el tango, sino ansiosos y fóbicos.
De acuerdo con este trabajo, que relevó los problemas mentales de siete regiones del país, casi uno de cada tres sufrirá una de estas patologías en algún momento de su vida, y entre las más frecuentes están los trastornos de ansiedad. Los padece más del 16% de la población. A estos les siguen el abuso de alcohol, los trastornos del ánimo, el abuso de sustancias, el desorden depresivo mayor y los desórdenes conductuales disruptivos.
“La ansiedad es una reacción fisiológica normal en situaciones de incertidumbre -explica el doctor Marcelo Cetkovich-Bakmas, director del Departamento de Psiquiatría de la Fundación Ineco y de la Fundación Favaloro, que no participó de la investigación-. Pero cuando es crónica y generalizada, es una condición prevalente y fluctuante que se manifiesta como una preocupación persistente y exagerada por problemas de los que, si bien no son irreales, las personas no pueden sustraer su pensamiento. Viene con un cortejo de palpitaciones, contracturas, jaquecas… Y el país ayuda. Tenemos un entorno que genera muchísima incertidumbre y estrés de sobra. No es casual que seamos una de las sociedades con mayor consumo de ansiolíticos del mundo”.
Aunque el estudio internacional sobre carga global de la enfermedad estimó que la depresión y los desórdenes de ansiedad eran la segunda y la quinta causa de discapacidad en la Argentina, respectivamente, estas estimaciones se basaban en imputaciones, más que en datos poblacionales, destacan los autores del Estudio Argentino de Epidemiología en Salud Mental. Pareció imperioso obtener estimaciones más directas de la trascendencia de los desórdenes mentales locales.
El primer relevamiento de este tipo realizado en el país fue promovido por la Asociación de Psiquiatras Argentinos, la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Harvard; se realizó en 3927 personas residentes en las ciudades más grandes del país, que representan una población de casi 14 millones de personas o alrededor del 50% de los adultos.
El trabajo de campo fue coordinado y dirigido por el Centro de Investigaciones en Estadística Aplicada (Cinea) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
“Se aplicó una metodología muy compleja -cuenta el doctor Alfredo Cia, primer autor del estudio, que acaba de publicarse en la revista Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, y que también firman Juan Carlos Stagnaro, Sergio Gaxiola, Horacio Vommaro, Gustavo Loera y María Elena Medina-Mora. Se seleccionaron los radios de encuestas de acuerdo con estratos socioeconómicos y entrevistando domicilios determinados al azar. En lugar de encuestas de papel, se utilizaron tablets en las que estaban programadas las evaluaciones. Cada entrevista requirió un tiempo promedio de alrededor de una hora y media o dos. Al finalizar, automáticamente los datos eran enviados a la Universidad de Harvard para su procesamiento”.
Fobias y bipolaridad
Entre los hallazgos que arrojó el análisis, los trastornos de ansiedad figuran precisamente como la clase diagnóstica más prevalente en la Argentina. “El más frecuente es la fobia específica (a volar, a ciertos animales o insectos, a estar en lugares cerrados, a las inyecciones, y otras) -afirma Cia-. Otro dato interesante es que el porcentaje de bipolaridad en la Argentina es mayor que en otros países y el de trastorno obsesivo compulsivo, también”.
Para la licenciada Gabriela Martínez Castro, directora del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (Ceeta), que en sus distintas sedes de la ciudad y el conurbano atiende a alrededor de 400 pacientes por mes, “cada vez más gente sufre trastorno de pánico” (incluido dentro de los de ansiedad).
“Se presenta en forma abrupta y los síntomas alcanzan su máxima intensidad a los 10 minutos: mareo, sudoración, temblor, pérdida del control del cuerpo, terror a morir o perder la razón -detalla-. El paciente empieza a percibir señales de peligro cuando no las hay, incluso durmiendo. En general, la primera crisis se da entre 10 y 12 meses después de haber sufrido una situación desencadenante de estrés. También vemos mucho trastorno de ansiedad social, cuya característica esencial es el temor a no ser aceptado, a hacer papelones en público, y se presenta con sudoración extrema, temblores que no pueden evitarse y, en casos extremos, ataque de pánico”.
La especialista coincide en que, si bien hay una vulnerabilidad biológica, el contexto puede magnificarlos. La inseguridad y los problemas económicos son dos de los desencadenantes. “Los pacientes llegan al consultorio diciendo ‘me siento mal’, ‘no puedo seguir adelante con mi vida’ -agrega Martínez Castro-, ‘fui a un montón de guardias y los médicos me dicen que no tengo nada’. La sensación es de mucho miedo, y a eso le sigue la angustia. Frecuentemente, pueden conducir a la depresión”.
La ansiedad está primera en las consultas ambulatorias, seguida por la depresión, aunque, según comenta Cia, creció la combinación de estos trastornos con consumo de sustancias o adicciones. “Esto dio lugar a lo que se llama patologías ‘duales’ -explica-. Incluso en pacientes de estratos medios o altos. Y se pueden combinar con trastornos de la personalidad”.
También la depresión puede obedecer a causas médicas o biológicas, afirma Fernando Taragano, doctor en salud mental e investigador del Conicet en el Hospital Borda.
“Hoy estamos más advertidos y detectamos mejor cuando la depresión se instala por otras afecciones -subraya-. Una causa muy común es la enfermedad cerebrovascular de pequeños vasos, los denominados infartos silentes, que no dejan secuelas motoras ni cognitivas, pero pueden conducir a esta afección. En adultos jóvenes y mayores, aproximadamente el 70% de los suicidios están relacionados con esta patología. Hoy se sabe que el adulto mayor puede incluso no llorar y no sentir tristeza. Se denomina a este cuadro ‘depresión seca’. Es tanta la necesidad que hay de ayudar a las personas que padecen esta enfermedad que roba el cuerpo, la energía, el intelecto, el apetito, el sueño y, a veces, las ganas de vivir, que hay muchas nuevas estrategias en estudio. Una de ellas es el uso del óxido nitroso o ‘gas de la risa’ (en los Estados Unidos se lo utiliza en los consultorios odontológicos). Todavía los resultados son preliminares, pero se ha observado que cuando una persona deja de respirarlo, enseguida desaparece del cuerpo, pero persiste un efecto antidepresivo muy importante, a veces durante semanas”.
Acceso al tratamiento
Aunque los desórdenes psiquiátricos son importantes contribuyentes a la carga global de enfermedad, y a pesar de que existen tratamientos efectivos para muchos de ellos, frecuentemente las personas no acceden al tratamiento adecuado. El Estudio Argentino de Epidemiología en Salud Mental también analizó las demoras y la calidad de la asistencia.
La Argentina es el segundo país por su tamaño en América Latina; tiene el índice de desarrollo humano más alto de la región y el número más alto de psicólogos per cápita del mundo (198/100.000, comparados con 57/100.000 en Finlandia, 30/100.000 en Estados Unidos, 11/100.000 en Colombia y 2/100.000 en México).
Sin embargo, la mayoría de los individuos con un desorden mental en los 12 meses previos a la realización del estudio no habían recibido tratamiento. Lo que se vio es que en muchos casos pueden pasar años o décadas antes de que el individuo afectado pida ayuda.
“Esto ocurre por diferentes razones -dice Cia-. El prejuicio y el estigma siguen existiendo. Mucha gente trata de ocultar el padecimiento mental porque le resulta vergonzante reconocerlo. Cuanto más lejos, mejor, y eso impide el reconocimiento de la enfermedad y la posibilidad de curarla. También puede ocurrir que una persona padezca una fobia, pero la pueda sobrellevar: por ejemplo, si les teme a las víboras, pero vive en Buenos Aires, es probable que nunca se exprese. En cambio, el que tiene fobia a volar renuncia a viajar lejos”.
La buena noticia es que por lo menos para los trastornos de ansiedad existen tratamientos efectivos, generalmente terapias cognitivas conductuales o grupales que, si es necesario, se complementan con recursos farmacológicos.
“En la ansiedad es donde mejor funcionan las estrategias de la vida sana -dice Cetkovich-Bakmas-. Lo primero es la psicoterapia y, si se supera cierto nivel, se puede recurrir a los fármacos”.
LA NACION